Una mamá para Artemisa.

14. Jugando a la familia feliz

 

PAOLA RAMÍREZ

 

Son tantas las escenas que se reproducen en mi cabeza que me hacen odiarlo, me hacen despreciarlo cada día más. 

 

Y él a mí, no tengo dudas. Sus miradas llenas de desdén y desprecio cada que me ve, no me pasan desapercibidas. Es incómodo, complejo y debo jurar que no me marcho por lo mucho que he empatizado con esa tierna bebé que he estado cuidado desde hace un mes y que, principalmente, no tiene la culpa de que su papá sea un troglodita de lo peor. 

 

Ella es tan dulce y él es tan ácido que no comprendo cómo algo tan precioso puede ser parte de ese ser oscuro y sin sentimientos. 

 

Justo ahora voy con ella de visita a la pediatra por revisión de rutina. Por lo poco que conozco del señor Amir, sé que es médico y trabaja en este hospital y por lo que pude investigar, la pediatra de la pequeña, es una de las más exclusivas y más costosas de país. 

 

No me extraña, él es fanático de derrochar dinero, sin embargo, debo reconocer que, yo también soy fanática de tomar la tarjeta del ogro y gastar en muchas cosas para ella. 

 

Es una especie de adicción, no puedo negarlo. Ni siquiera a mí me emociona comprarle cosas como me emociona comprarle a ella. 

 

Y es un apego, es una especie de conexión que he desarrollado con ella, una sensación desconocida cada que la tengo en mis brazos, la siento como mi hija, por muy increíble que parezca. 

 

Por más que haya mentido en mi curriculum, me sorprende que mi desempeño no haya sido desastroso. Hasta ahora lo he hecho excelente y me he leído tantos libros que me siento de verdad como una experta. Lejos de la teoría, la práctica es el mejor maestro. 

 

Y yo siento que ya amo a esa niña, no sé si es pronto. Solo sé que la adoro. Es imposible no sentirse así con ella. 

 

—El señor Amir la espera en la espera en su oficina —me avisa el chofer, yo tomo el papel que indica la dirección mientras empujo el coche hacia nuestro destino. 

 

—¿Estás preparada para ver a tu ogro papá, belleza? —pregunto como si me entendiera, ella solo se remueve y sonríe—. Bien, contigo no es tan ogro, pero conmigo si parece a Shrek —sigo hablando con ella mientras nos montamos en el ascensor y marco el piso destinado. Antes de que se que cierren las puertas, una mano detiene que esta lo haga por completo. 

 

—Hola —saluda, yo esta vez si presto atención de quien es y una sonrisa se dibuja en mi rostro. 

 

—¡Deniz! —exclamo con una sonrisa genuina, él es amable y realmente interesante. 

 

—Supe que la pequeña tenía visita hoy y, pues, quise venir —dice con sus manos escondidas en sus bolsillos—. Espero que no te haga ningún problema —sonrío para negar. 

 

—En lo absoluto, primero debemos pasar por la oficina del ogro —bromeo, este ríe en una carcajada gruesa que me hace corresponderle. 

 

También es guapo. 

 

—Créeme, él no es tan así —lo defiende—. No sé que bicho le pico, pero… —él deja de hablar cuando las puertas de ascensor se abren para dejar subir a más gente—. Pero —retoma—. Pronto dejará de ser así, cuando se acostumbre más a tu presencia y pasen más tiempo juntos —sonríe y yo bufo. 

 

—Es imposible que ese hombre me trate bien, ya me acostumbre —me alzo de hombros, la sonrisa de este se borra—. Yo me enfoco en mi trabajo, Deniz, que sinceramente, lo amo… mira a esta dulzura —le señalo a Artemisa, quien nos mira con grandes ojos. 

 

—Son unos padres muy lindos —una señora comenta, sacándonos de nuestra conversación principal—. La niña es preciosa, que Dios la guarde —menciona, yo quiero aclarar que no somos padres, pero ya llegamos a nuestro piso. 

 

Y quien nos espera en primera plana es… el ogro. 

 

—Cuiden a su linda hija… ¡Adiós! —se despide la anciana y Amir, quien ya no tiene una mirada amable, sino una arrolladora, intercala la mirada entre Artemisa, Deniz y yo. 

 

—¿Su linda hija? —repite las palabras de aquella mujer mayor con ese aterrador tono mordaz—. ¿Acaso están jugando a la familia feliz con mi hija? —remarca el “mi hija” de una manera aterradora… y ni hablar de su mirada. Es que me dedica mi y a su amigo, por primera vez, no me siento sola como el objetivo de todo su odio terrorífico. 

 

—No empieces, Amir —gruñe Deniz a mi lado. Este nos mira a ambos de nuevo, nos detalla. 

 

—A mi oficina, ahora —ordena y yo tengo que tragar saliva para mirar a Deniz mientras este empieza a caminar. 

 

—D-de verdad lo siento. No quiero causarte problemas con el señor Amir —susurro, este posa su mano amablemente sobre mi espalda para incitarme a caminar, dándome ligeros golpesitos que me hacen mover mis pies. 

 

—Tranquila, ya sé manejarlo —él me guiña el ojo mientras esboza una sonrisa consoladora. Yo solo puedo sentirme tensa. 

 

No sé que más esperar de ese individuo. 

 

—Qué lindos, hasta parecen una familia —él ironiza, yo no hago más que tragar saliva y sentirme muy cohibida. 




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