Una melodía#1

Hace ocho años atrás

Narrador:

"Es un viaje, todo va a salir bien", se repetía una y otra vez en su mente.

Desde que salieron del aeropuerto, Elena tenía un mal presentimiento. Aquella sensación de opresión en el pecho, como si algo terrible estuviera por ocurrir, no la abandonaba. Le había comentado a Gonzalo, su esposo, cómo se sentía, pero él solo le respondió con un "estás loca".

"Le encanta llevarme la contraria", pensó Elena. "Soy su esposa, debería escucharme".

El dolor en su pecho era cada vez más intenso. Temía que fuera su presión arterial, pero no era momento de ir al hospital. No ahora. Solo tenía que tranquilizarse y esperar el auto que Gonzalo había llamado.

No había escapatoria. La única salida estaba a mil kilómetros de distancia, según su hijo, quien aseguraba tener todo bajo control desde donde estaba. Por ahora, todo parecía estar saliendo según lo planeado.

Pero Elena conocía ese presentimiento. No era tonta.

—Abuela, tengo hambre—, dijo la pequeña nieta de Elena, interrumpiendo sus pensamientos.

La niña de diez años no paraba de quejarse, y eso hacía sentir aún peor a Elena. Los adultos podían aguantar, pero una niña no.

Hijos de...

Cómo pueden amenazar así a una familia?. Si se trataba de proteger a su nieta, ella lo haría hasta el final.

—El auto llega en quince minutos—, anunció Gonzalo, visiblemente nervioso.

Eran dos personas mayores, propensas a sufrir enfermedades por el estrés. O quizás, ¿habría siquiera un futuro para ellos?

La niña comenzó a quedarse dormida en los brazos de Gonzalo, quien ya no podía soportar su peso.

¿Por qué le está pasando esto a su familia?

Dinero. Maldito dinero. Siempre había personas dispuestas a hacer lo que fuera por robarlo, sin importar a quién lastimaran.

—¿Cómo un socio puede amenazar así?—, murmuró Elena, recordando las palabras que le había dicho a su hijo:

"No confíes en esos que dicen ser tus amigos, socios o hermanos. Al final, te clavan una espina en el corazón".

Pero, como siempre, los hijos no escuchan a sus padres.

A veces.

—Siento mis pies arder—, dijo Gonzalo, apoyándose en la pared.

—Yo tengo ese dolor en el pecho, Gonzalo—, respondió Elena, sintiendo cómo el dolor se intensificaba.

—No exageres, Elena—, replicó él, restándole importancia.

De repente, un auto apareció a toda velocidad. Gonzalo revisó el papel que llevaba en la mano y confirmó que era la placa correcta. El vehículo se detuvo frente a ellos, y dos hombres bajaron rápidamente. Uno de ellos tomó a la niña de los brazos de Gonzalo.

—Suban al auto, señora. No hay tiempo—ordenó uno de los hombres.

Elena se acomodó en el asiento trasero, con su nieta en su regazo. A Gonzalo le colocaron un chaleco antibalas, y cuando intentaron darle uno a Elena, ella negó con la cabeza.

—Pónselo a la niña.

El hombre dudó por un momento, pero finalmente obedeció.

—¿No hay otro chaleco?—, preguntó Gonzalo, preocupado.

—No, señor. Solo hay dos—respondió el hombre en el asiento del copiloto.

—Ey, mi niña, levántate— susurró Elena al oído de su nieta, pero la pequeña solo se quejó, adormilada.

—Déjala dormir, está cansada-, dijo Gonzalo, ofreciéndole su chaleco a Elena.

—No, querido. Póntelo tú. Ese chaleco es muy pesado para mí—, respondió ella, evitando una discusión.

Solo querían salir de ese país lo antes posible.

—El presidente está enterado de todo. Los guardias no pondrán alcabalas—, informó uno de los hombres por radio.

Gonzalo tomó la mano de Elena y la apretó con fuerza.

—Todo va a salir bien—le aseguró.

Pero el corazón de Elena latía cada vez más rápido.

—Señor, tomen el camino de la izquierda. Están cerca-, dijo una voz en la radio—. Nosotros vamos detrás de ustedes. El dron los está vigilando.

El conductor aceleró el auto.

Elena abrazó a su nieta con fuerza mientras los dos hombres armados apuntaban hacia las ventanillas.

—Ey, mi niña, levántate—, intentó despertar a su nieta, pero la pequeña no respondía.

—Señor, están a pocos metros. Prepárense—, advirtió la voz en la radio-. Vamos en tres... dos... uno...

Un estruendo ensordecedor sacudió el auto, seguido de gritos aterradores. El vehículo comenzó a dar vueltas. El conductor sangraba profusamente, mientras los otros hombres abrían fuego.

¡Kim! ¡Kimberly! ¡Despierta!— gritó Elena, desesperada.

Otro impacto hizo que el auto chocara contra otro vehículo. Gonzalo comenzó a disparar, pero el dolor en la cabeza de Elena era insoportable. Sus manos sangraban, y Kimberly, ahora despierta, lloraba aterrorizada.

Un nuevo estruendo hizo que el auto volcara y comenzara a rodar. Elena, aturdida, buscó a su nieta y la encontró tirada en el suelo, fuera del auto. Gonzalo tenía la pierna atrapada, y los dos hombres que los acompañaban yacían muertos.

Los sollozos de Kimberly la tranquilizaron un poco, aunque ya no tenía fuerzas para moverse. Con dificultad, ayudó a Gonzalo a salir del auto, pero al hacerlo, sintió unas náuseas incontrolables y escupió sangre. Su corazón palpitaba con fuerza.

Gonzalo logró liberarse, pero dos hombres se acercaban rápidamente. Uno de ellos apuntó a Kimberly, mientras el otro agarró a Gonzalo por el cuello.

El auto comenzó a arder, y Elena supo que no podría salir. Con un último esfuerzo, tomó la pistola de uno de los hombres muertos y apuntó.

Disparó al hombre que amenazaba a su nieta, y luego al que tenía a Gonzalo. Pero el auto estaba a punto de explotar.

—¡Corran!—, gritó Elena, con las últimas fuerzas que le quedaban.

Un último estruendo resonó, y todo se volvió oscuridad.




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