Una mente peligrosa

#Cuentos III

Mientras las hojas caían, y la campana sonaba, la caravana traía ya, el ataúd sellado, no debería aun estarlo, pero había un macabro motivo. 


Una semana antes, el cartel de "se vende" había sido desenterrada de su morada en la esquina del patio, la casa blanca de dos pisos y un garaje había sido vendida y sus nuevos habitantes no tenían idea, de que no por nada ese cuervo graznaba en el techo aquel día.


El barrio era pequeño, lo suficiente para que la señora Valdemar conozca perfectamente no solo las casas de la manzana, sino los habitantes de ella, y por supuesto, todos los habitantes de esas casas conocían a la señora Valdemar, y sus vecinos conocían la casa de atrás, y en la de atrás conocían la de los lados, y en la de los lados la de las esquinas, y en fin, todos conocían a todos, y ellos "todos", concordaban en una cosa, que los habitantes de la morada que estaba pegada a la casa recién vendida, en pocas palabras, eran extraños. 


Aunque era un barrio viejo, de esa familia poco se sabía pues, no eran muy sociables. Pero te preguntarás, ¿Por qué los vecinos habrán de tachar a esa familia de raros solo porque no eran muy sociables?, es decir, no parecía ser algo por lo cual tachar a alguien de raro. 


Pero no, no era solo eso, había algo más, tenían una hija con síndrome de down, hasta pareciera racista decir que por eso eran raros, pero no es exactamente por eso, dejemos que los ejemplos hablen por si solos. 


En la primavera pasada por ejemplo, Dora, mientras estaba en la escuela, golpeó a su compañera para luego decir que era porque había hecho un mejor dibujo que ella, o cuando se la vio maltratando al perro de los Urdaneta en la esquina de la calle, suficiente ejemplo sería poner, la vez que cuando la pequeña María estaba de cumpleaños, Dora echó el pastel al suelo, y mientras todos intentaban limpiar el desastre, se escabulló hasta la cocina a echar todos los utensilios que pudo encontrarse, rompiendo en su trayecto decenas de platos. 


Sin embargo, y aunque el barrio entero tachaba a esa familia, los nuevos vecinos no lo sabían, y de mala suerte les tocó ser demasiado amables, tanto que cayendo el día, caminaban lentamente los tres, Esperanza, Carlos, y la pequeña de la familia, Estela, con una bandeja de comida en mano, yendo a presentarse a los vecinos. 


Tocaron el timbre y luego de unos segundos fueron recibidos, Esperanza se había presentado primeramente ante la familia que les abría las puertas, dos corrientes personas que daban a entender la existencia de una relación amorosa tan normal como cualquier otra. 


No había pues, nada más que hacer unas horas después, la familia de Esperanza había conocido a sus nuevos vecinos, los Gallardo, y también habían conocido a la pequeña Dora quién, además de su condición, parecía una niña de lo más normal del mundo, ella y Estela, la hija de Esperanza y Carlos, fueron a jugar en el patio trasero luego de cenar, de las últimas cosas que Esperanza había escuchado, era que Dora propuso jugar a los “zombies” que ella sería una sobreviviente, y que Estela sería un zombie. 


Tarde ya fue, cuando luego de que ninguna de las dos, llamadas por sus padres, se vieran venir por la puerta trasera. Estela para irse, y Dora para despedirse. 


El grito más desgarrador que uno podría escuchar se hoyó luego de que la madre de Dora fuera a ver lo que acontecía allí atrás, y asustados corrieron todos a ver que pasaba, para encontrarse con la más cruda imagen posible, Dora se columpiaba tranquilamente, con el cuerpo completamente ensangrentado y su rostro circular salpicado de sangre, frente a ella yacía un martillo, y el cuerpo de la pequeña Estela con el cráneo destruido, y los huesos completamente fulminados. 


-"Es parte del juego, ella era un zombie, y yo tenía que sobrevivir" -alegó. 


Y entonces, el ataúd tuvo que ser sellado, y el cuerpo llevado en caravana, la campana tocada y las hojas de otoño precipitándose a morir.  
 



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En el texto hay: una historia escabrosa

Editado: 21.03.2020

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