Una señora me despierta cuando el avión llega a su destino. Y os preguntaréis: ¿y los chicos? Bueno, se han quedado en Santa Bárbara, al final decidí viajar yo sola.
Necesito espacio y tiempo. Necesito un poco de cariño familiar. Y una pizca de aire fresco. Lo que más me hace falta es olvidar un poco a los modelos, aunque sea por una semana.
Alex insistió en acompañarme, pero la verdad es que él solo no pintaba nada, así que le dije que mejor se quedara allí.
Después de coger las maletas, un taxi me lleva a mi casa (aunque también se podría denominar mansión) situada a las afueras de Hollywood.
Llamo al timbre, y la voz de mi madre suena a través del telefonillo. Da un grito cuando me oye, y es que no le había dicho a nadie que iba a venir a visitarlos. De momento la puerta se abre y la mujer que más quiero sale de ella y me abraza.
-¿Cómo que has venido? -pregunta con la voz rebosando alegría.
-Es... Charlie nos ha dado vacaciones sorpresa -rectifico rápidamente, esbozando una sonrisa.
Lo último que le hacía falta a mi madre es tener que lidiar con más problemas.
-Mi niña -dice mirándome con una sonrisa plasmada en el semblante.
-¿Dónde está papá? -pregunto.
-Ha ido a arreglar unos asuntos de la empresa, tiene que estar al llegar.
-¿Y Evelyn?
-Está en su cuarto, seguro que se vuelve loca de contenta cuando te vea -comenta, entrando a la casa.
Ese olor tan familiar inunda mis pulmones, una mezcla de madera y suavizante para la ropa. Cruzo el gran pasillo hasta que llego a la habitación de mi hermana. Las paredes son rosa palo, y los muebles, de madera blanca. Una cama de dosel ocupa la esquina derecha del cuarto, llena de animales de peluche. En el centro de la habitación, Evelyn está en el suelo haciendo pulseritas. Cuando se gira y me ve, sus ojos castaños se abren en sorpresa.
-¡Lily! -exclama y corre a abrazarme.
Acaricio el pañuelo rosa que adorna su cabecita, y me seco rápidamente una lágrima que se escapa de mis ojos.
-¡Pequeña! Te echaba de menos -le digo agachándome para ponerme a su altura.
Sonríe y dos hoyuelos aparecen en sus mejillas, haciéndola aún más adorable.
-Yo también -contesta-. ¿Quieres hacer pulseras conmigo? -me pregunta ilusionada.
Yo asiento con la cabeza. ¿Cómo le iba a decir que no? Me arrastra hacia un lado de la habitación, donde bolitas de colores e hilos se encuentran repartidos por el suelo de parqué.
-Toma -me dice tendiéndome un trozo de hilo verde y algunas gemas.
Mi madre aparece en el umbral de la puerta, y se queda un rato mirándonos a las dos con una sonrisa plasmada en el rostro.
Después de estar un rato con Evelyn en su habitación, un portazo se oye, señal de que mi padre ha llegado. Me levanto del suelo acompañada de mi pequeña hermana y ando hasta el salón.
-¡¿Lily?! -exclama mi padre.
Corro hacia él y le doy un abrazo.
-Le han dado vacaciones sorpresa -explica mi madre, y asiento sonriendo.
-¡Qué bien! -dice mi padre.
-¿Podemos ir al parque? -pregunta Evelyn.
Todas las miradas se centran en ella.
-Cariño, mañana toca ir al médico. Si te dice que puedes estar un ratito en el parque, iremos.
-Pero yo no quiero ir otra vez al médico... Ninguna de mis amigas va tanto como yo -reprocha.
La observación de la pequeña me llega como un golpe en el pecho. Sin embargo, mis padres permanecen tranquilos.
-Ninguna de tus amigas es tan guapa y tan fuerte como tú -le dice mi madre con una sonrisa.
-Bueno... Me gusta mucho el pelo de Ruby. Yo también quiero tenerlo largo como ella -murmura.
-Ya hemos hablado de eso, cariño. Ya verás que para dentro de poco lo tendrás más largo que tu amiga -habla ahora mi padre.
Evelyn sonríe levemente y baja la cabeza. Ahora mismo tengo un nudo en la garganta; yo no sirvo para estas cosas, me superan. Es por eso que el cincuenta por ciento de lo que cobro lo dono a asociaciones y ONGs. No puedo ver a la gente sufrir, antes prefiero que me pase a mí. Si pudiera, cambiaría mi salud por la de mi hermana; me gustaría verla por una vez actuar como una niña de seis años.
-Voy a ordenar mis cosas -digo, cortando el silencio.
-¿Cuánto tiempo te quedas? -pregunta mi padre.
-Una semana.
Mis padres asienten sonrientes, y me dirijo a mi cuarto. Hogar, dulce hogar. Aspiro el aroma a fresa del ambientador que tanto me gusta, y me tiro en la cama, que se hunde adaptándose a mi cuerpo. Miro por la ventana el jardín lleno de rosales y árboles, acompañados de un cielo azul con un brillante sol de escándalo.
El paisaje, no sé por qué, me recuerda por un momento a los recientes reportajes con los chicos, y mi humor decae todavía más.
Suspiro. ¿Será una semana suficiente para aclarar mis dudas?
La verdad, no lo creo...