Puede que, a veces, pienses que las cosas no pueden ir a peor, que ya han alcanzado su máximo nivel de complicación. Puede que tu mente esté tan jodidamente confusa sobre qué hacer, qué decir... que las palabras se lían solas en tu lengua, haciendo que se cree un nudo en tu garganta que no te permite otra cosa sino ahogarte con tus propias palabras.
Su mirada verde aceituna insiste en encontrarse con la mía, triste y confusa. Pero yo tan solo quiero que me deje marchar, puesto que no me apetece enfrentarme aún a mis oscuros y traicioneros sentimientos. ¿Por qué están la cabeza y el corazón siempre en contra?
Doy un paso hacia atrás, notando cómo mis ojos se vuelven acuosos de nuevo.
-No llores, por favor -me pide el rubio, pero sus palabras logran el efecto contrario, y las lágrimas ya bañan mis mejillas.
Me llevo las manos a la cara y Dylan se aleja de mí vacilando.
-¿Te acompaño a la habitación de tu hermana? -escucho la voz ronca de Ethan.
Niego rotundamente con la cabeza. Mis padres no pueden verme así, y Evelyn menos.
-¿Damos una vuelta por el parque que hay ahí al lado? -sus palabras llegan aterciopeladas a mis oídos, y asiento despacio.
Alex y Dylan nos miran cuando nos marchamos.
-Se va a poner bien -me dice mientras andamos por un camino rodeado de árboles.
-Ya. Ella es fuerte -murmuro, mirando a un punto fijo.
-Es como su hermana, entonces -repone, pero suelto una carcajada amarga.
-Yo no soy fuerte, Ethan. ¿No me ves?
Entonces deja de andar, y su mirada se posa un momento en mis labios. Me olvido de todo y lo beso. Me pongo de puntillas y junto mis labios con los suyos, notando como el corazón se me encoje. Dejo las dudas a un lado y me dejo llevar por el momento. Al principio se queda quieto, sorprendido. Pero cuando llevo mis manos a su cuello se da cuenta de que lo necesito. A mi boca llega también el salado sabor de las lágrimas que caen de mis ojos.
Y es que soy tan llorona, tan débil. Tan sensible por dentro que intento aparentar lo que no soy. Intento que el mundo me vea perfecta, sin problemas, sin preocupaciones, cuando en el fondo mi mente es un lío, y siempre lo ha sido.
Sus manos vuelan a mi cintura, pero sus labios, dulces como un helado de vainilla, se mueven lento al son de los míos. Hasta que siento que me falta el aire y me separo para respirar.
Sorbo despacio por la nariz, intentando calmar mi acelerado corazón. El pelinegro lleva sus dos manos a mis mejillas y seca mis ojos con sumo cuidado. Entonces es cuando me doy cuenta de lo que quiero.
-Ethan -murmuro, y sus ojos azules desprenden brillo al encontrarse con los míos-. Creo que... sí que siento algo por ti.
Sus labios se abren pero se vuelven a cerrar, dubitativos. Así que simplemente se acerca y, bajando ligeramente la cabeza, descansa su frente en la mía. Dejo escapar un suspiro conforme los segundos pasan, haciendo que comience a oscurecer.
Me separo de él y lo miro a los ojos, notando cómo una pequeña sonrisa se abre paso por sus perfectos labios.
-Hasta cuando has llorado eres preciosa.
Mis boca se crispa y suelto una suave carcajada.
-Gracias -murmuro, sonrojándome levemente.
-¿Por qué las das? Es la verdad.
Me subo en mis talones y le doy un pequeño pico en los labios antes de que me coja de la mano y comencemos a caminar de vuelta al hospital. El trayecto es silencioso, con alguna que otra mirada indecisa, pero aún así ya sé lo que quiero. Dylan solo era un capricho, porque sabía que no lo podría tener. Él rompe corazones, y apuesto a que disfruta haciéndolo, al igual que yo disfruto cuando me como un helado.
Mis reflexiones me llevan a pensar en cómo el ser humano siempre llega a querer lo que no puede tener, tan solo por ese simple hecho de que nunca podrá conseguirlo; eso te hace desearlo con más fuerza. Y eso es lo que me pasó con Dylan, mi cabezonería no me dejó ver lo que realmente siento por Ethan: un sentimiento mucho más claro, mucho mas inocente como es el amor.
Cuando llegamos al hospital, subimos a la habitación de mi hermana, y el corazón se me derrite al verla jugando con los chicos. Mis padres también los observan desde el sofá con una sonrisa en el semblante.
-Van a tener que venir más a menudo -me dice mi madre.
-Ya sabes, Lily -repone Alex-. Invítanos a tu casa más a menudo -suelta una pequeña carcajada.
Pero mi sonrisa se desvanece cuando mi mirada entra en contacto con la del rubio, que se levanta y se acerca a mí.
-¿Podemos hablar fuera un momento? -murmura.