Me siento en el bajo muro que separa la arena de la acera, nerviosa. Paso las manos por mi cabello, me reviso las uñas, miro el teléfono... Hago todo lo posible para mantenerme entretenida.
-Hola -su voz me hace cerrar los ojos.
-Hey...
-¿Qué pasa? -se sienta a mi lado.
-Me voy a Suiza, Dylan.
- ¿Cómo? ¿Estás bromeando, verdad?
Le explico la situación lo más impasible que puedo.
-Lily...
-Me gustaría también que supieras que Ethan y yo ya no estamos juntos -continúo sin dejarle tiempo a hablar.
-¿Has... cortado con él? -su mirada delata que está confundido.
-No -sonrío amargamente-. Él me ha dejado a mí. Y sí, sabe lo nuestro -repongo cuando veo que abre la boca para decir algo.
No sé por qué, pero de pronto los nervios han desaparecido y me he vuelto fría. Dylan se rasca la nuca, sin saber qué contestar.
-¿Puedo besarte? -sus palabras me dejan atónita.
-Pero... ¿cómo te atreves...?
-Lily... Te quiero -esas palabras me abruman.
-Dylan, no me hagas esto, por favor. Me voy mañana por la mañana.
Su rostro palidece.
-Déjame besarte, por favor.
-No, Dylan. No puedo.
-¿No puedes, o no quieres? -pregunta, y puedo notar un apéndice de desesperación en su voz.
-Lo siento... -miro hacia el mar y me bajo del bordillo.
Se baja él también y se coloca delante de mí. Con una mano, arrima mi cabeza a su pecho, y nos quedamos así durante, no sé, minutos. Minutos en los que dejo que Dylan me abrace como si fuera un niño pequeño.
-¿Me vas a echar de menos? -consigo decir esbozando una sonrisa triste.
-No voy a hacer esto -dice él, sin embargo, muy serio.
-¿El qué?
-Decirte lo mucho que me vas a hacer falta, que no va a ser lo mismo sin ti y todas esas cosas que esperas oír.
-Acabas de hacerlo.
-Sí, pero sabes que soy hombre de pocas palabras. No soy como Ethan que, seguro que, incluso para dejarte, ha usado sus mejores vocablos y te ha dado un discurso propio del rey.
Agacho la cabeza porque es la pura verdad. Doy un paso hacia atrás, dejando algo de espacio entre nosotros, y lo miro a los ojos verdes, sombríos por la oscuridad de la noche, o quizás por los sentimientos que oculta tras ellos.
-Es tarde, supongo que debería irme ya... -murmuro.
-¿Ya? -su voz desprende un deje de pánico que intenta ocultar, pero que no me pasa inadvertido.
-Sí. Tengo que levantarme muy temprano.
Y, sin rechistar más, se acerca a mí. Apunto de separarme porque creo que va a besarme en los labios, cuando se inclina y deposita un beso en mi frente me derrito. Cierro los ojos y respiro hondo, saboreando el momento. Esta vez es él quien retrocede.
-Adiós, Dylan -murmuro.
-Adiós.
Echo a andar hacia el hotel, y él se dirige no sé adónde, mirando al suelo y con los puños apretados.
Y esa noche no duermo, me quedo mirando al techo, mientras pienso en todos los momentos que he pasado junto a los chicos.
Me despido de Charlie por la mañana, que me abraza y me promete que volveremos a trabajar juntos en un futuro no muy lejano. También me da las gracias por mi trabajo, y yo, obviamente, le agradezco a él todo que ha hecho por mí.
Voy a salir del hotel cargada con mis maletas cuando veo al moreno corriendo hacia mí. Dejo todo en el suelo y al taxi esperando, y lo abrazo con fuerza.
-Prométeme que mantendremos el contacto -le digo.
-Te prometo que mantendremos el contacto. Pinky promise -y que se acuerde de nuestras bromas del principio no hace sino sacarme una sonrisa de las de verdad.
-Y que no te olvidarás de mí.
-Y que no me olvidaré de ti -se ríe.
-Vamos a echarnos nuestro último selfie.
Y eso hacemos, yo, aguantándome las lágrimas, y él con su sonrisa de infarto. Hago varias fotos para inmortalizar el momento.
-Pásamelas luego. Y avísame cuando llegues, ¿vale?
Asiento.
-Ahora tú prométeme que nos veremos pronto -dice.
-Lo haremos, te lo prometo.
Finalmente nos despedimos con otro abrazo y me subo al taxi que me lleva al aeropuerto. Supongo que Alex se ha convertido en el mejor amigo que nunca he tenido.
Después de dos horas esperando, me subo al avión que me lleva a Suiza, donde mis padres y mi hermana ya se encuentran. En cuanto me siento, cojo el móvil y me da por mirar la galería. Cientos de imágenes con los chicos aparecen en la pantalla, y entonces veo una que hace que las comisuras de mis labios se crispen en una sonrisa. Es la foto que le hice a Dylan mientras le hacía monerías al pequeño Eric.
Y comienzo a recordar lo mal que me llevaba con Ethan al principio, todos los ligues de Alex, las fiestas y el alcohol, los cabreos tontos de Dylan, cómo Ethan me salvó de aquel fotógrafo, la gente nueva a la que he conocido, los abrazos, las lágrimas, las risas, todo. ¿Qué voy a hacer sin todo eso?
Es increíble cómo en dos míseros meses de verano las cosas pueden cambiar tanto, aunque debo decir que no me arrepiento de nada absolutamente. Todo me ha servido para escarmentar, madurar, y aprender un poco más sobre la vida y sobre mí misma. Y es que ahora soy un poco menos niña que antes del verano. Esta experiencia me ha enseñado a cuestionarme las cosas dos, o incluso más veces; que a veces te tropiezas con la misma piedra, pero hay que aprender a rodearla; a que hay que saber controlar los sentimientos, y que puedes dañar a las personas si no lo haces. Concluyendo, este viaje me ha servido para crecer tanto personal como profesionalmente.