Una musa para dos

4 | Un encuentro entre caballeros

Para cuando a Tristán se le ocurrió hacer acto de presencia –luego de casi tres semanas de reservada su habitación en mi casa–, Alekséi ya se había instalado en su taller. E, incluso, había comenzado a pintar.

–¿Por qué no me dijiste que Alekséi vendría a vivir con nosotros? –me preguntó, entre dientes, mientras Tris cargaba una de sus cajas de discos de vinilo, herencia de la colección de su padre, en dirección a su dormitorio. Yo lo acompañaba.

–Porque no me lo preguntaste –la verdad, es que no se me ocurrió qué más responder, considerando el hecho de que Tristán tenía toda la razón al sentirse dejado de lado–. Todo fue tan rápido que ni siquiera se me ocurrió informarte.

–Pero tuviste tres semanas, ¡tres semanas, Galatea! –cuando se enojaba, a Tristán se le coloreaba la piel mate de su rostro y se le saltaba una vena del lado izquierdo de su frente.

–¡Y qué más da! –mi capacidad para hacerme la desentendida entró en acción en aquel preciso momento–. Igual, estamos entre amigos, ¿no?

–¿Amigos, dices? –Tristán dejó la caja con los vinilos sobre uno de los muebles de madera de su espaciosa habitación–. No estaría de más que hagas un poquito de investigación antes de seleccionar a tus inquilinos, Galita querida.

–A ver, compadre –le dije, mientras le ayudaba a ubicar los vinilos de jazz de los años cincuenta en las estanterías, así como para hacerme la comedida mientras le sacaba el chisme–. Cuéntame: ¿cuál es tu problema con Alekséi?

–Que te lo diga él –respondió Tris, mientras resoplaba y acomodaba él mismo el resto de vinilos de forma desordenada, así como para desocupar rápido la caja–, que yo no gastaré mi saliva en hablar de ese tipo. Pregúntaselo.

–¡Claro que no!

–¿Por qué no?

–Porque Alekséi me da miedo –era cierto. Nadie le pregunta a Alekséi Galvés  sobre Alekséi Galvés. Se trata de una regla no escrita de dominio público.

–Entonces, quédate con la curiosidad –Tristán salió apurado para trasladar la siguiente caja de los mismos cachivaches con los que había llenado su exclusivo (aunque destartalado) antiguo departamento de soltero. Ese que conocí alguna vez y que no volví a visitar nunca más.

De la puerta frente a la habitación de Tris salió Aleks, como si hubiese adivinado que su compañero de casa le había dejado el camino libre. Saludamos con beso en la mejilla y enseguida soltó la pregunta:

–¿Y el susodicho?

El susodicho ingresaba en ese preciso momento con la caja de su Play Station no tan de última generación. Me interesaba ver cuál de los dos resultaba ser el más caballero.

–Tristán –dijo Aleks, mirándolo fijamente.

–Alekséi –respondió el susodicho, y sin siquiera regresarlo a ver, se metió a su cuarto y nos dio con la puerta en la cara.

–Uf… está bravo –se burló Aleks con media sonrisa, me palmeó el hombro y regresó a su taller.

Supe inmediatamente que las cosas escalarían a mayores si no hacía nada al respecto esa misma noche. Y se me ocurrió ejecutar la única acción que uniría a dos machos en disputa por un solo interés común: la invitación a una deliciosa cena.

Ahora, no es que yo sea una chef profesional ni nada por el estilo, pero me defiendo bien con mi iPad y YouTube y el canal de Gordon Ramsay como mi aliado. Ninguno de los dos era vegetariano, que yo supiera, así que las opciones eran infinitas.

Seleccioné un no tan sofisticado pero muy sabroso plato de costillas de cerdo al horno, con guarnición de patatas asadas y verduras. Desde mi experiencia, ningún hombre se habría podido resistir a semejante manjar. Me instalé en la cocina inmediatamente y me puse a lo mío. La verdad es que no tenía idea de que estaba a punto de inaugurar un ritual cuasi sagrado que uniría para siempre a nuestra pequeña cofradía.

Y ya casi bien entradas las seis de la tarde, y mientras quemaba tiempo en lo que se horneaba la cena, decidí delegar el chisme a la única persona que podría estar incluso mejor enterada que los involucrados: mi amiga del alma, Sandy.

Gala: Oye San, ¿sabes qué pasó entre Aleks y Tristán que ya no se hablan?

Sandy: Uh, amiga. Ese es un chisme demasiado largo y demasiado viejo.

Gala: Pues apura, que no tengo todo el día.

Sandy: ¿Qué no sabías que Tristán le echaba los perros a la mujer de Aleks, cuando Aleks todavía estaba con ella?

(Un momento: recapitulemos. ¿La mujer de Aleks? ¿Acaso Aleks tiene mujer? ¿Cómo, cuándo, dónde? Y lo más importante: ¿por qué no he sido informada?).

Gala: Ah… ¿en serio?

Sandy: Claro que ya no están juntos. Fue Ana Julia quien echó a Alekséi de la casa.

(Suponemos que Ana Julia será el bello nombre de la mujer de Aleks).

Gala: Y de eso, ¿hace cuánto?

Sandy: Serán quizás ya unos ocho meses, no sé. Tal vez menos.

Gala: ¿Y se puede saber por qué? Digo, si no es mucha molestia.

Sandy: Pues, según lo que me contó Ana Karen, cuñada de Aleks, se trató de un lío de la Madonna, pero el pretexto fue que tu queridísimo amigo no es tan buen padre y marido como se esperaría de alguien con su reputación.




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