Una musa para dos

6 | Las reglas del juego

Si hay algo más desagradable en esta vida que comer sin acompañantes, eso es comer callada como una momia para no perturbar el silencio de hielo entre otros comensales que bien podrían, de un momento a otro, clavarse el cuchillo mantequillero mutuamente si una no estuviera ahí, ya no para impedirlo, sino para atestiguarlo.

Pues bien, esa fue precisamente mi situación aquella noche. Tenía miedo hasta de levantarme a la cocina por unas servilletas, con tal de evitar que ese par se sacaran los ojos. Por lo que, cuando terminó la cena y pude por fin soltar la lengua por obligación, sentí una especie de fresquito ya que finalmente estaría en capacidad de respirar un poco.

El primero en levantarse de la mesa fue, por supuesto, Aleks, y tomando su plato y su copa, lo primero que hizo fue recoger lo mío y colocar la vajilla en un solo montón para llevársela a la cocina.

–Yo me encargo de lavarlos, Jefa –me dijo, antes de que yo mencionara palabra.

Sobra decir que se lo agradecí en silencio, porque Alekséi encontraría una pila de ollas y cubertería varia sin lavar, porque a mí simplemente me apestaba la idea de maltratar mis manos con aquel jabón líquido y agua corriente helada.

–Regresa enseguida, por favor –le respondí–, porque tenemos que discutir las normas de convivencia.

Alekséi asintió en silencio y se retiró a la cocina enseguida, ignorando, por supuesto, el plato y la copa vacía de su adversario, que permanecieron inamovibles mientras Tristán soltaba un bufido de desaprobación sarcástica.

–Increíble –fue todo lo que susurró, y esperó pacientemente a que Alekséi regresara a la mesa para levantarse él e ir a dejar con desgano su respectiva vajilla en la cocina.

–Tristán Belfas haciéndose cargo de sus platos sucios –dijo Alekséi mientras se sentaba–. ¿Qué sigue? ¿El fin del mundo?

Reí con la cabeza agachada por su ocurrencia por unos tres segundos, en lo que Tristán regresaba al comedor.

–Ahora sí, muchachos –tomé la iniciativa, como dueña de casa que era–. Me gustaría que establezcamos unas reglas claras para no terminar matándonos entre nosotros, ¿les parece?

Tristán asintió en silencio y Aleks, fiel a sus maneras misteriosas, permaneció callado y con cara de póquer, lo que interpreté libremente como un sí.

–Primera: nada de peleas entre ustedes dos –y señalé a ambos, indistintamente, como para que quedara claro que debían dejarme a mí al margen del asunto–. O, al menos, no se maten delante de mí, ¿quieren?

Ninguno de los mencionados dijo ni pío, lo que me dio exactamente igual.

–Segunda: Nada de sacarnos los cueros al sol entre los tres por asuntos del pasado –continué, sin dar tregua.

Esta vez, quien puso cara de acontecimiento fue Aleks. O, al menos, eso fue lo que inferí, cuando vi que levantaba ligeramente sus cejas. Por su parte, Tristán sí se dignó en abrir la boca esta vez:

–Por eso no deberás preocuparte, Galita –dijo Tris–. Yo ya estoy en paz con el pasado.

La cara de divertida sorpresa que puso Aleks no pasó desapercibida para ninguno de los otros dos ocupantes de la mesa. Pero nadie hizo mención.

–Tercera: será mejor que nos vayamos repartiendo ya mismo las tareas del hogar –continué.

Silencio absoluto y sepulcral. Como siempre, yo seguí rompiendo el hielo.

–Yo me comprometo a preparar la comida y a mantener en orden la cocina, ¿les parece?

A juzgar por los platos completamente vacíos que mis comensales habían dejado, supuse que no se opondrían a esta proposición. Y vaya que no me equivocaba.

–Ahora, me gustaría que ustedes se comprometieran con las tareas que estén dispuestos a hacer –proseguí, para animarles a tomar parte activa en esa conversación.

–Yo puedo encargarme de arreglar los desperfectos de la casa –dijo Aleks, solícito. Y sus palabras fueron música para mis oídos.

«Ya la hiciste, Galatea», fue lo que pensaba mientras mataba, en mi cabeza, dos pájaros de un tiro. Por un lado, me ahorraría bastante mano de obra para reparar los problemas de la villa, y por otra, me encantaría mirar a mi Aleks en acción realizando esos trabajos de hombres, de ser posible en ropa ligera.

Tristán seguía sin ofrecer sus servicios, cualesquiera que estos fueran.

–¿Te parece si tú te encargas de mantener limpia la casa, Tris? –pregunté yo, ya que parecía que mi inquilino menos entusiasta no abriría nunca la boca.

–¿Te refieres a ‘toda’ la casa? –y Tristán hizo con los dedos la forma imaginaria de un círculo en el aire.

–Bueno, todos los ambientes, excepto las habitaciones, que son responsabilidad de cada uno.

Tristán bufó y se quedó callado por un momento… por un momento que se extendió mucho más de lo que nos hubiera convenido a los tres.

–No seas vago, Tristán –dijo Aleks, con su timbre de voz una octava por debajo del volumen permitido para ser considerado un sonido claramente audible–. Haz algo de provecho para los demás por primera vez en tu vida, ¿quieres?

Esa era, sin duda, la primera violación a las normas de una larga serie que se sucedería después.




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