Una musa para dos

17 | Parte del paisaje

Totalmente ignorante del drama romántico-sexual que se gestaba puertas afuera de su casa y por parte de sus dos roomies, Galatea Molinari se hacía, por su parte y quizás de forma un tanto unilateral, sus propios castillos en el aire.

«Necesito saber las intenciones de Alekséi para conmigo», aquel era el pensamiento intrusivo que impedía que Gala se concentrase en lo que en verdad importaba: esto es, en terminar de escribir el cuento aquel que iba a mandar a concurso, y que la sacaría definitivamente del anonimato literario de su país (según sus optimistas proyecciones).         

Pero le era imposible concentrarse.

«¿A dónde se habrá ido Alekséi tan temprano en la mañana?». Sip, ese era otro de sus pensamientos intrusivos, seguido de este: «¿Y por qué hace lo mismo todos los días?».

Resignada a no poder continuar con la escritura de su relato corto –cuyo tema “por coincidencia” era el triángulo amoroso no resuelto entre tres viejos amigos de la universidad–, Gala decidió que sería una buena idea prepararse un batido de chocolate con chispitas para desatar la creatividad. Había escuchado por ahí –en un reel de Instagram– que era una bebida estimulante sustituta del café que podía ayudar a las mentes creativas a dar lo mejor de sí, sin necesidad de echar mano de sustancias psicotrópicas.

Mientras bajaba las escaleras de su casa pudo ver a Aleks instalado ya en el jardín frontal, con su caballete plantado en una esquina estratégicamente ubicada para poder apreciar la fachada de la casa, los palmeros de coco-cumbi y los rosales salvajes que flanqueaban el camino de piedra que conducía a la hermosa puerta tallada de la villa.

«Es ahora o nunca», dijo Galatea, y sin pensarlo, siquiera, salió al encuentro de su roomie favorito, a la usanza de su costumbre durante los últimos doce años: esto es, de manera impulsiva y avasalladora.

Pero, una vez que Galatea abrió la puerta, un arrebato de decoro la inundó, de repente. Quizás la edad le estaba atemperando el ímpetu, por fin, lo que hizo que se detuviera, un momento, en el marco de la puerta, solo para observar con curiosidad desde ahí a Tristán, como quien no quería la cosa.

Para disimular un poco, Gala miró hacia sus rosales y al resto de su jardín en general. Se percató entonces de que este necesitaba una mano de jardinería urgente, y encontró en este hecho el pretexto perfecto para justificar su salida intempestiva al encuentro de su eternamente amado.

Porque sí, amado. Para qué nos decimos mentiras. O, al menos, deseado, o añorado, quién sabe.

No se percató de que Alekséi, que tenía sus propios planes, ya le había tomado una foto a Gala, en el encuadre preciso que le permitiría construir la primera pintura de la que sería su futura exposición.

–El jardín necesita una manita de gato, ¿no crees? –dijo Gala a Alekséi, mientras bajaba las escaleras de piedra del frontispicio, mientras señalaba con el pulgar hacia atrás, a tiempo que se acercaba a su amigo para saludarlo como Dios mandaba.

–Me gusta el estilo tal como está –dijo Aleks–, que ya comenzaba a tomar apuntes en su bocetero, así como para calentar motores, antes de manchar el lienzo–. Pero, si quieres, el próximo finde arreglo el jardín a tu gusto, Jefa.

Galatea se acercó y lo besó en la mejilla, aprovechó también para apapacharlo un poco, ya saben, para aprovechar el momento.

–¿Nuevo proyecto? –preguntó ella, tomándole del brazo con suavidad. A Alekséi no le gustaba mucho que lo tocaran gratuitamente.

Él asintió en silencio mientras miraba intermitentemente a su bocetero y al paisaje.

–¿De qué se trata? –insistió Gala.

–Lo sabrás cuando esté listo –Alekséi dejó de lado el bocetero y comenzó a pintar el fondo de lienzo con una base de óleo color ladrillo.

Definitivamente no se trataba del tipo de hombres a los que les es fácil sacarles una conversación. Galatea temblaba al no poder atravesar el gélido muro que le separaba de su amigo, para formularle la pregunta capital. Finalmente, luego de quedarse ahí, como tonta, mirando a Alekséi trabajar, y antes de que a él se le notara la incomodidad, disparó:

–Sobre lo que me dijiste ayer… –Galatea no supo cómo continuar su parlamento, así que vaciló. No fue necesario continuar, porque Aleks completó la frase sin que se lo hubieran pedido.

–¿Podemos hablarlo más tarde? –fue todo lo que dijo, con la vista fija a dos tiempos en el lienzo y en el paisaje.

–¿Cuándo? –insistió Galatea. Y se arrepintió enseguida. Ella sabía perfectamente lo que podía pasar si se le colmaba la paciencia a Alekséi Galvés.

Por su parte, Aleks se quedó en silencio por un rato, concentrado como estaba en su trabajo. Esto incomodó, mucho más si se puede, a Gala, quien estuvo a punto de tirar la toalla y largarse a la casa sin aguardar respuesta.

–Esta noche, ¿te parece? –fue la parca invitación que recibió de Aleks, medio segundo antes de que Gala se diera por vencida.

–Hecho –Gala necesitaba certezas, y las estaba buscando, aunque las respuestas le dolieran–. ¿Dónde y a qué hora?

De nuevo Aleks, tomándose su tiempo para contestar. A Galatea le comenzaron a sudar las manos.

–Yo te busco –fue todo lo que él dijo.




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