Aquella mañana, Galatea se levantó con un dolor de cabeza tan fuerte que no podía con él. Lo primero que hizo fue ir al baño y mirarse en el espejo para comprobar que las ojeras no se vieran tan oscuras como para no ser disimuladas con maquillaje.
Necesitaba estar hermosa, despampanante. Necesitaba que su Alekséi no se despechase de ella cuando la viera en sus peores días. Aunque esto significara cubrir con base y polvo su piel transitoriamente marchita por la resaca.
Se bebió de un trago un poco menos de medio litro de agua para hidratarse y paliar, de esta manera, su deplorable estado. No quería desayunar, pero preparó el desayuno: huevos con tocino para Tris, cereal integral con frambuesas y leche de almendras para sí misma.
Otro comensal se unió a la fiesta. Alekséi, serio como siempre, se había levantado más temprano que sus compañeros, olía a recién bañado y entró a la cocina para preguntar, por acto de cortesía, en qué podía ayudar. Gala le pidió que se sirviera el café.
–¿Cómo te fue anoche? –le preguntó a Galita, mientras le daba un impersonal beso en la mejilla.
–Cené con Tristán –respondió ella–. Y creo que me pasé de copas.
Aleks escuchaba indiferente el descargo de Galatea, mientras él mismo buscaba una taza para servirse el café. Gala intuyó la total falta de interés de él en la cena de ella, y sabiamente traspasó la conversación a territorio opuesto.
–¿Y cómo te fue a ti anoche? –dijo ella, mientras ponía unas lonchas extra de tocino en la sartén para su amigo.
–Preferiría no hablar de eso –le cortó Alekséi, serio como si estuviera en un velorio y evitando a toda costa hacer contacto visual.
Aquella fue la primera señal de alarma para ella.
–Te sobré tu porción de la cena –Gala señaló con el pequeño cuchillo que cortaba el tocino hacia la refrigeradora–, por si deseas…
–Gracias –fue todo lo que dijo Alekséi, antes de salir por la puerta de la cocina con la misma decisión con la que había entrado.
Y esa fue la segunda señal de alarma.
«¿Qué hice? ¿Qué dije?», fue todo lo que se preguntó Gala mientras terminaba de servir el desayuno para sus roomates.
Ya en la mesa, un Alekséi ausente se comió en total mutismo su par de huevos rancheros con tocino, un vaso de jugo de naranja natural, lo que quedaba de su café negro y dos tostadas con mantequilla y mermelada.
–Gracias –fue todo lo que dijo, sin mirar a sus comensales, tomó su plato, su taza, su vaso y sus cubiertos y se dirigió a la cocina.
Solo se pudo escuchar, desde el comedor, al grifo abrirse y tintineos de trastes chocando con el agua y entre sí.
Luego de un par de minutos, Alekséi salió de la cocina, en dirección a su estudio.
–Permiso, los dejo solos.
Sí, permiso, los dejo solos. Eso fue lo que dijo.
Una vez que cerrara la puerta con tranquila decisión, y luego de que sus dos compañeros lo persiguieran con la mirada hasta que Aleks se ocultó de su vista, Tristán y Gala se miraron las caras y ella, luego de emitir un sonoro suspiro, exclamó:
–No tengo idea de qué es lo que le pasa –cuando se ponía nerviosa, a Galita se le daba por hablar con la boca llena, y eso es lo que hizo, con un bocado de tostada en sus carrillos.
–Pues creo que yo sí lo sé –dijo Tristán, un tanto más relajado que ella, y comiendo su tocino combinado con el zumo de naranja.
–Aleks es, con diferencia, el tipo más misterioso que conozco –dijo Gala, con la cabeza gacha y el ceño fruncido, mientras se comía su cereal con muchas menos ganas de las acostumbradas–. ¿Se podría saber qué mosca le picó esta vez?
Tristán hizo algo que no acostumbraba usualmente: se calló por un momento, con la finalidad de elegir bien sus palabras para evitar que Galita se hiciera daño con ellas.
Esto, y acabarse, al mismo tiempo, su tostada y sus huevos rancheros, por supuesto.
Finalmente, como si de pronto hubiera hallado la combinación perfecta de oraciones para expresar a Gala lo que seguía, se atrevió:
–Primero que nada, Galita, tenemos que pedirte disculpas –dijo Tris, ya solo con su jugo de naranja como el último componente de la comida que le correspondía terminar–. Porque no hemos sido del todo sinceros contigo.
No exageraríamos si dijéramos que a Galatea se le secó la garganta en ese preciso momento, y se le atoró en la tráquea un pequeño bocado de tostada –el último de ellos–, que supo pasar con jugo de naranja, antes de que le produjera una ridícula muerte por asfixia.
–Presiento que esta conversación no me va a gustar –fue todo lo que dijo ella.
–Eso depende de que me respondas la pregunta que te voy a hacer –Tris soltó su respectiva tostada y la depositó en el plato, se limpió la boca con la servilleta y acercó su cara y torso lo más que pudo a Galita, en simbólico gesto de complicidad–. ¿Cuáles son tus intenciones con Alekséi?
Sobra decir que, de todas las preguntas del mundo que a Galatea se le pudieran haber ocurrido que Tristán le haría, aquella no estaba, precisamente, en el top 10 de ellas.
–¿A qué te refieres con ‘intenciones’? –preguntó ella, inconscientemente a la defensiva. Aunque si lo pensamos detenidamente, ni tanto.
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Editado: 29.10.2023