Una musa para dos

24 | Espero que puedas acompañarme

Cinco años después

Era una mañana de julio y el sol canicular se colaba por los amplios ventanales de la casona que Galatea Molinari había habitado por los últimos cinco años. Ella detestaba que las cortinas fueran tan débiles como para no contener los potentes rayos solares de las siete de la mañana, pero así lo prefería su pareja, con quien había vivido en la enorme habitación del segundo piso por los últimos cuatro años y medio.

Apenas la luz amarilla le dio en la cara, Gala le dio la espalda para abrazar de cucharita la delgada silueta del hombre que descansaba a su lado.

Tristán se dejaba abrazar, profundamente dormido como estaba, ajeno al drama de los rayos de sol, con la cabeza bien enterrada debajo de las cobijas. Un tintineo de la alarma del celular fue lo que le despertó.

Pero no era su alarma, sino la de ella, la alarma del móvil de Gala.

Ella tomó el celular con la mano libre y lo aplazó por cinco minutos que se hicieron diez, luego quince, hasta que el teléfono no ofreció más la posibilidad de retrasar su musiquita digital de pajaritos cantando con guitarras de fondo.

Tris fue el primero en levantarse, besó a su Galita en la frente y se fue a bañar. Sola en la cama, como estaba, a Gala ya le era difícil conciliar el sueño. De modo que se levantó también, para preparar el desayuno de ambos, que ni era lo mismo ni era igual.

A Tristán le preparó un par de huevos fritos, que acompañó con vegetales y especias. Esto, sumado a pan integral tostado y un té matcha con leche de almendras, era todo lo que necesitaba su compañero de vida para ser feliz.

Él no demoraba mucho en la ducha. Diez minutos le eran suficientes. En el pasado no se habría molestado en bañarse todos los días, pero las circunstancias habían cambiado. Tristán Belfas hace años que no se hallaba solo, y sabía muy bien que a su Galita le gustaban los hombres hacendosos, paternales y bien duchados.

De modo que ese había sido su nuevo y saludable hábito por los últimos cuatro años y medio.

Desayunaron en el comedor circular de toda la vida. Hace tiempo que lo hacían solo los dos. Quizás, de vez en cuando, completaba la mesa alguna visita, o los padres de ambos. Pero, generalmente, no solo la casa les pertenecía completa, si no, sobre todo, el comedor. Aquel reino bendito en el que Gala halagaba a su Tristán con la comida que le gustaba.

Tris se encontraba trabajando en un proyecto. Esta vez musical. Se había comprado –¿o le habían comprado sus padres?– un sintetizador de última generación, parlantes, un ordenador con el software de mezcla más trendy del mercado y una colección de samples que hubieran sido la envidia de las últimas tres generaciones de raperos, synth poppers y pop stars.

Galita sabía con certeza que aquel proyecto no iba a ninguna parte, pero importaba poco. Ella tenía un trabajo, y también se dedicaba a escribir.

A escribir en serio. Pero, eso sí, con pseudónimo.

Sus primeras novelas comerciales habían sido, paradójicamente, un gran fracaso comercial y al mismo tiempo un rotundo éxito de la crítica. No tardó demasiado en conseguir un contrato con una editorial de verdad, a la que alimenta una vez cada cuatro meses con una de sus consabidas novelas románticas que no tendrán un fandom muy robusto que digamos, pero se defienden en ventas.

Su trabajo de verdad, por otro lado, consiste en algo más. Y todos sabemos en qué.

Y aquella misma mañana, luego de desayunar, bañarse, hacer el amor rapidito con Tris, antes de que este se encerrara en su estudio (ubicado en el antiguo taller de Alekséi), Galatea subió a su dormitorio/despacho/oficina para continuar con su escritura.

Lo primero que hacía, como si de un ritual se tratara, era abrir su correo electrónico. Y fue ahí donde lo halló.

            Asunto de correo: Invitación

            Remitente: Alekséi Galvés

Galatea se quedó observando el correo con detenimiento, en la bandeja de entrada y sin atreverse a abrirlo. Un vuelco en su corazón y el conato de sudor en sus manos le avisaron que, aquello de lo que había perdido la esperanza hace ya cinco años, volvía a pasar.

Instintivamente miró hacia la puerta de su cuarto, como si estuviera a punto de cometer un pecado y no deseara testigos. Inspiró profundamente antes de armarse de valor y dar click sobre el correo entrante.

Lo que halló fue un archivo adjunto en formato JPG. Pero había algo más en el cuerpo de correo. Como era de esperarse, se trataba de un escueto mensaje.

«Espero que puedas acompañarme.

Alekséi».

Galatea descargó la invitación y la abrió enseguida. Se trataba de un diseño de una sofisticada sobriedad, con tipografía Frutiger y como imagen principal, un detalle de un óleo que a Gala le resultaba mucho más que conocido: la villa de ella, los rosales salvajes y su silueta delgada de fondo.

A Galatea casi se le caen las bragas de la mera impresión.

En resumidas cuentas, esto es lo que decía la dichosa esquela:

«El Museo Nacional de La Capital invita cordialmente a la Srta. Galatea Molinari a la inauguración de la muestra Coexistencias, del artista capitalino Alekséi Galvés, que se llevará a cabo la noche del 20 de julio del año en curso, a las 19h00, en la fachada principal de la institución. Esperamos contar con su presencia».




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