Una musa para dos

27 | Dos caballeros de muy buen ver

Claro que sentí celos de la ‘pareja’ de Aleks. ¿Qué tenía ella que no tuviera yo? Creo que ustedes ya han escuchado esta pregunta. Pues bien, aquella noche tuve el disgusto de averiguarlo.

No me siento orgullosa de decir esto, pero mi encuentro fortuito con Alekséi en el CosaSeria hizo que me olvidara por completo de Tristán. Es lo que me pasa siempre cuando estoy cerca de él, cerca de Aleks. Me olvido de mis novios, de mis padres, de mis amigos, de mis amantes.

Mi corazón siempre ha tenido un favorito. Pero, qué le vamos a hacer.

Andaba tan ensimismada preguntando a Alekséi sobre su trabajo como artista, que no me fijé que Tristán se me había acercado por la espalda. Tan solo lo noté cuando sus dos manos se posaron sobre mis hombros, y no estoy segura de que hubiera sido inmediatamente.

–¡Qué dice, bro! –fue el saludo que emitió Tristán a Alekséi con un tono de familiaridad que francamente no me lo esperaba. Aunque, si lo pensamos detenidamente, tampoco era nada improbable.

Ambos se dieron la mano y se abrazaron con bastante cercanía.

–¿Ustedes se conocen? –sí, sí, lo sé. Esa pregunta estaba de más–. ¡Qué bien!

Pues claro, porque así me ahorraba la incómoda presentadera.

–¿Y de dónde se conocen ustedes? –fue la pregunta que devolvió Tris, quien sí tenía motivos para estar sorprendido de mi vínculo con Aleks.

–De otra vida –respondió Aleks en su consabido lenguaje críptico.

Aquella respuesta me dejó un tanto melancólica, no diré que no. Pero era cierto. Nos habíamos conocido en otra vida, una muy diferente a la que llevábamos en ese momento.

–¿Este negocio es tuyo? –le pregunté yo.

–Es de la familia de mi pareja –dijo Aleks–. Está por ahí, atendiendo la barra. Si quieres te la presento.

En realidad, tanto Aleks como yo conocíamos perfectamente la respuesta a esa pregunta, por lo que él no debió hacerla, en primer lugar. Pero se lo perdono, porque tal vez se trataba de los nervios.

–Ehmm… claro –atiné a decir, entre dientes–. Cuando haya oportunidad.

Ni modo que me dirigiera a la barra con el único propósito de conocerla, lo que fue, por supuesto, innecesario, porque la chica en cuestión siempre nos estuvo echando el ojo, desde que habíamos llegado.

Ella era alta, estilizada, con un cuerpo de bailarina aérea que te quedarías muerta, su cabello largo y liso enmarcaba un rosto más bien alargado, de facciones fuertes y pómulos marcados, que estilizaban hasta la saciedad su perfil, en especial su nariz, que era la parte menos armoniosa de su anatomía. Unos ojos ligeramente rasgados completaban la pinta a medio camino entre bohemia y sofisticada de la reinante novia de Alekséi Galvés, por aquel tiempo.

–Ana Karen Bonilla –fue ella quien me saludó a mí, con beso en la mejilla y un ligero apretón de su mano en mi hombro, que pude haber interpretado como deliberadamente hostil, si no hubiera estado en aquel punto de arrobamiento–. Mucho gusto.

–Galatea –le correspondí el saludo con efusividad más bien fingida–. Galatea Molinari.

Ana Karen regresó a su postura normal; esto era, agarrada del brazo derecho de Alekséi y ligeramente pegada a su cuerpo, como si estuviera usando a su novio como apoyo. Se hizo ligeramente para atrás, entrecerró sus ojos y frunció el ceño como si me estuviera haciendo un escáner de mi cara y/o personalidad.

–Mmm… –exclamó con forzado extrañamiento–. Alekséi me ha hablado mucho de ti–. Me sorprendí en serio y se pudo notar por mis ojos salidos y cejas levantadas–. Me contó que fuiste tú quien lo puso en el camino del artista.

Aquella declaración me dejó todavía más perpleja que la anterior. Aunque sabía perfectamente a lo que Ana Karen se refería con aquella frase.

–Supongo que sí –dije, con modestia–. Recuerdo las circunstancias, pero no sabía que hubieran sido tan importantes.

–No fueron importantes, Jefa –Aleks no me había hablado así en años–. Fueron determinantes.

Aquella era la confesión del día, y se había hecho de manera pública. Sin duda alguna, y por una razón que nunca me hubiera imaginado, me había convertido no solo en una persona memorable, sino importante para Alekséi Galvés.

Me había convertido en una persona determinante.

Algún día hablaré sobre ese episodio. Pero, por ahora, no es el momento.

–Los dejo que se pongan al día –Ana Karen soltó repentinamente el brazo de Alekséi, en el preciso momento en el que notó que Tristán había venido conmigo–, que tendrán que ponerse al día ustedes tres.

La muchacha, de no más de veinticuatro o veinticinco años por entonces, plantó un sonoro beso en la mejilla a Aleks –quien por la cara que puso no se lo esperaba, por cierto– y regresó de inmediato a la barra, no sin antes hacernos saber que tanto ella como Alekséi estaban ahí para servirnos.

Así es, señoras y señores, yo conocí primero a Ana Karen como la novia oficial de mi Aleks.

Instalados en una mesita alta de dos sillas de patas interminables, el anfitrión permanecía de pie, mientras que Tristán y yo nos bebíamos una cerveza cada uno. Al final los animé a que nos tomáramos una selfie junto a uno de sus cuadros, que colgaba en la pared contigua a nuestra mesa.




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