Una musa para dos

33 | Las Bonilla

En su juventud, podría decirse que Alekséi Galvés contaba con la admiración de muchas mujeres. Atractivo, con personalidad de artista misterioso y rasgos de temperamento evitativo, unido todo esto a una amabilidad nada fingida hacia el género femenino y dotado de una inteligencia y sensibilidad superior a la media, no sería de extrañarse que tuviera, a su lado, un saludable séquito de fans que solían hacerle la corte sin esperanza alguna de ser correspondidas.

Galatea Molinari era una de ellas, y nunca tuvo empacho ni vergüenza en aceptarlo. Pero, no nos digamos mentiras. Ella siempre estuvo un tanto lejos de convertirse en, digamos, la presidenta del club de fans de Alekséi Galvés.

Porque aquel lugar le pertenecía a otra persona. Y su nombre siempre ha sido Ana Julia Bonilla.

¿Que dónde se conocieron? En la universidad, como se trata de más o menos todos los escenarios en donde comienzan los grandes amores. Pero no en la misma universidad a la que Aleks asistió con Galita, no. Sino a la otra, esa en la que Alekséi se matriculó después de abandonar la carrera de publicidad.

Y se trataba, por supuesto, de la Escuela de Bellas Artes de La Capital.

A Aleks no le había sido fácil ser admitido, pero, luego de un primer intento fallido, al fin fue aceptado. Y tampoco la tuvo fácil ahí dentro, porque digamos que su temperamento nunca fue lo que se dice muy complaciente que digamos.

En especial con sus profesores y compañeros. Nos referimos a sus compañeros hombres. Porque con las chicas, la cosa era totalmente diferente.

La belleza de Ana Julia lo cautivó enseguida. Tal vez unos cuatro o cinco años más joven que él, ataviada con esos pesados ponchos hasta la rodilla, pantalones camper y Converse gastados por tanto uso, su estética hippie coincidía magistralmente con su personalidad: descomplicada, parcialmente inmune al qué dirán, pero sobre todo, liberal hasta la médula.

Fue ella, por supuesto, la que daría el primer paso. No se le despegó desde el primer día de clases hasta el último, e hizo lo que Galatea nunca haría, hasta muchos años después. Pero la diferencia es que Ana Julia sí tuvo éxito en su… cacería, por decirlo de algún modo.

Aleks solía ir a la casa de Ana para hacer tareas. Especialmente para ayudarla con escultura, que era una asignatura que a ella no se le daba muy bien. Allí fue cuando conoció a Ana Karen.

Ella era la hermana mayor y, al mismo tiempo, el molde maestro de las hermanas Bonilla. Su temperamento fogoso –mucho más que el de su hermanita menor–, su afilada inteligencia y su belleza uno o dos pasos más sofisticada que la de Ana Julia, bastaron para que a Alekséi se le dividiera inmediatamente el corazón en dos cuando Ana los presentó.

Y ya no hablemos de lo que le pasó a su bragueta.

Sin pensarlo siquiera, y de modo casi totalmente inconsciente, Aleks se vio compelido a visitar asiduamente la casa de las Bonilla, como él mismo las llamaba.

Ana Karen se dedicaba casi siempre a monopolizar la conversación con él durante la hora del café, a las cinco de la tarde, y la matriarca de la familia no tardó en darse cuenta de que el intruso acabaría por enemistar a las hermanas.

Pero, para no hacer largo el cuento, digamos que no hizo absolutamente nada al respecto. Porque, vamos, cuando se trata de los sentimientos, hay muy poco que una madre puede hacer.

La señora de Bonilla se arrepentiría profundamente de su pusilanimidad en el futuro.

Ana Karen tocaba el violín con excelencia y comenzaba a dar sus primeros pasos en violonchelo, y a Alekséi se le escapaban de caérsele los calzoncillos cada vez que ella le hacía el honor de tocar alguna pieza para él. Y Ana Julia, que no era ninguna tonta, no tardó mucho en darse plena cuenta de este hecho.

Una noche en la que Ana se encontraba practicando el Capricho No. 24 de Paganini para el recital que daría el fin de semana en La Casa de la Música, fue cuando Alekséi le hizo una propuesta que sobrepasaba con creces los límites de su natural timidez.

Porque él se hallaba desesperado por tener un acercamiento mucho más profundo hacia ella y no sabía ni cómo ni cuándo. Así que se le ocurrió la técnica perfecta que utilizaría, a partir de entonces, para demostrar sus sentimientos por las mujeres que lo cautivaban: le ofreció pintarle un retrato.   

–No puedo pagártelo –fue todo lo que dijo Ana Karen, concentrada como estaba en la ejecución de su pieza.

–No tienes que hacerlo –respondió Aleks–. Es mi regalo para ti.

Aquella declaración fue suficiente para lograr que la dedicada Ana Karen dejase de tocar el violín para poner atención a lo que estaba pasando en aquel preciso momento.

–¿Y como por qué tendrías ese gesto conmigo? –preguntó Karen, bajando su violín para apoyarlo parcialmente en su cadera.

–Como una muestra de la profunda admiración que siento por ti.

Fue en ese preciso momento en que Ana Karen supo que las cosas se complicarían hasta la exageración, tanto si aceptaba como si no. De modo que decidió hacer, como siempre, lo que más le convenía a ella.

Sin importarle demasiado lo que le sentaría bien a su hermana.

–Bien, acepto –dijo con un tonito un tanto descarado–. Pero me gustaría que lo hicieras mientras interpreto.




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