Una musa para dos

34 | La futura mujer de su prójimo

El romance que se labró entre Aleks y Ana Karen nunca fue instantáneo. De hecho, se coció a fuego lento durante años. Fue recién en el 2013 cuando, tanto Aleks como Ana Karen anunciaron a la familia formalmente su relación.

Pero, no nos engañemos, que ambos ya habían tenido sus roces demasiado íntimos en el pasado.

Como, por ejemplo, cuando Ana Julia tuvo que ausentarse para buscar en el parque al gato familiar que se le había escapado cuando ella había abierto la puerta para recibir a Alekséi.

Ah… aquella tarde fue de antología. Aunque decir que fue toda la tarde habría sido un sueño hecho realidad para Alekséi, ya que tan solo aprovechó unos minutos en lo que dejaba sus cosas dentro de la casa para acompañar a Julia en la búsqueda del gato.

Fue cuando descubrió a Karen saliendo de la ducha, únicamente con la toalla puesta.

Pero no se confundan, que Alekséi jamás habría sido el que hubiera dado el primer paso. Fue ella quien lo invitó a pasar a su minúscula habitación y le conminara a ponerle seguro a la puerta, mientras ella se recostaba a medias y, sin quitarse la toalla siquiera, abrió sus piernas para que Aleks hiciera lo que quisiera con ellas.

Y él, ni corto ni perezoso, se arrodilló frente a ella para enterrar la cara en su vulva, y no paró hasta hacerle ahogar sus gemidos con la almohada.

Esta operación no duró más de unos cinco minutos.

Luego, y con el mismo vuelo. Aleks se levantó, se limpió a medias la boca con la manga de la camisa, besó a Ana Karen en la frente y se fue a cumplir con su deber de buscar al dichoso gato, que dicho sea de paso, apareció a los dos días con las patitas de tierra y demacrado hasta la médula.

Aquel tipo de escenas, que enloquecerían a los dos durante un par de años, se hacían casi siempre a las espaldas de la familia, pero la madre, que tampoco era ninguna estúpida, se dedicó a hacerse de la vista gorda la mayor parte de las veces en que estuvo a punto de pillar a los amantes.

También ella, una artista textil liberal a ultranza, hubiera preferido cortarse la lengua a actuar como una mamá gallina que protegía la virtud de sus hijas.

Igual, ambas eran suficientemente mayorcitas para tomar sus propias decisiones, ¿no?

Ojalá ella hubiera tenido un poquito más de entereza para manejar la situación. Así no habría tenido que asistir como espectadora de primera fila a la ruptura de su pequeña familia. En fin.

Decir que Ana Julia había estado sorda y ciega frente al secreto a voces que se cocía entre esos dos sería exagerar. Por supuesto que se la olía, pero prefirió callar, por las razones que ya explicamos con anterioridad.

De modo que tampoco le tomó por sorpresa el anuncio oficial de su noviazgo, aunque Alekséi tuvo el buen criterio de asegurar que, a partir de entonces, estaría mucho más presente en la casa de las Bonilla, para ayudar con lo que se les ofreciera, en ausencia de una figura masculina que complementara la casa.

Es así como Aleks se integró a la familia, a la que, por cierto, frecuentaba mucho más que a la suya propia. Ya que esta no facilitaba un ambiente propicio para, digamos, desarrollar con libertad el talento artístico.

Cosa que la matriarca de las Bonillas sí haría con él y con ellas, sus hijas.

Entre los cuatro diseñaron el plan para la creación del CosaSeria. Y Alekséi dedicaría mucho de su tiempo a la construcción de las mesas y las sillas del recinto y a la pintura de varios murales que decorarían el local. Hemos hablado ya, por lo menos, de uno de ellos.

Pero había más, muchos más.

Ana Julia se dedicó a la publicidad y el diseño gráfico del local y Ana Karen a la administración y el concepto. La señora de Bonilla se encargaba de la comida.

Fue así como el otrora lobo estepario de Aleks Galvés se vio inmerso, más queriéndolo que sin querer, en una familia que no era la suya.

Y en esas circunstancias conoció a Tristán, su casero de confianza, cuyo padre fue el que les rentó el espacio físico para crear de la nada el CosaSeria, mientras su hijo unigénito se dedicaba a escribir, en el piso de arriba, una novela fallida a la que titularía Rapsodia a la nada, y que abandonó inmediatamente, por considerarla insulsa y sin alma, en el momento exacto en el que vio atravesar a Ana Julia por la puerta del que vendría a ser, en cuestión de tres meses más, el local principal del CosaSeria, un enclave cultural bastante popular en su momento, que recibiría a numerosos artistas e intelectuales de la época.

Y Galatea, ni por enterada de su existencia.

Tristán recuerda con vividez aquella escena. Incluso hasta podría rememorar lo que Ana Julia tenía puesto aquel día: un vaporoso vestido estampado de flores color ocre, con tirantes y sin mangas, escote discreto y cuadrado, un collar de mullos de concha spondylus, que hacían juego con sus aretes y un par de manillas, y unas sandalias rojas planas que parecían más adecuadas para la playa que para los rigores de la ciudad.

En el primer momento en que la vio, Tris supo que, en algún momento, tendría que acabar acostándose con ella.

Solo que no sabía ni el cómo, ni el cuándo. Y mucho menos el porqué.

Recordó también que le dirigió la palabra por instinto, mientras obviaba al resto de la familia –incluso a Ana Karen, que solía ser la que se robaba los focos–. Pero no sucedió aquella vez, porque a Tristán le van mucho más los temperamentos dulces que los fuertes.




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