Una musa para dos

36 | Más fuerte que nosotros

Era abril del año 2020, en plena cuarentena ocasionada por la pandemia. La señora Bonilla vivía junto con sus dos hijas y Alekséi en el mismo departamento que habían habitado durante los últimos cinco años, detrás del CosaSeria, mismo que tuvo que cerrar temporalmente, igual que todos los locales de atención al público por aquella época.

En la pequeñísima habitación de Ana Julia, sin embargo, se vivía otro drama, ajeno al del resto de la familia.

–Tengo un retraso de tres semanas –fue el mensaje de Whatsapp que Ana Julia le envió a Alekséi, una mañana de sábado en la que a él, como el hombre de la casa, le correspondía salir a hacer las compras como el único miembro de su familia autorizado para dejar el departamento de las Bonilla–. Compra una prueba de embarazo casera, antes de que me dé un infarto, por favor.

Aquel mensaje de texto por poco provocó un infarto en serio a Alekséi, quien lo recibió justo cuando estaba haciendo fila para entrar en el supermercado más cercano al barrio.

–Ok –fue lo único que obtuvo Ana Julia por toda respuesta.

Alekséi guardó la prueba de embarazo en el bolsillo de su chaqueta, atento a que nadie más de esa casa la encontrara excepto él –y Ana Julia, por supuesto–.

Quien era la encargada de recibir a Aleks de la calle y asegurar que tanto él como las compras fueran esterilizadas antes de entrar al departamento era, por supuesto, Ana Karen, quien había sido la pareja oficial del pintor por los últimos siete años y contando.

Pero aquella vez, contrario a lo que ocurría siempre, Alekséi cuidó de no quitarse la chamarra que había sido usada en exteriores para que Ana Karen la metiera enseguida en la lavadora. Alekséi no dio mayores explicaciones a este hecho y a su novia esta acción le pareció especialmente sospechosa.

Pero se le olvidó al cabo de unos minutos por el ajetreo que implicaba esterilizar el resto de compras.

Aleks se aproximó casi temblando a la habitación de Ana Julia y le entregó la prueba de embarazo al disimulo. Ana Julia la escondió bajo su buzo deportivo y se metió al baño enseguida.

Nunca había sido una mujer religiosa, sin embargo, en su desesperación, Ana Julia le pidió a una deidad superior a la que nunca puso nombre que apartara de sí aquel cáliz que estaba a punto de causar el evento catastrófico de fragmentaría, para siempre, a su familia.

Apenas observó, con las manos temblorosas, el resultado positivo de la prueba, Ana Julia rompió a llorar. Lo hizo tan alto y tan fuerte, y su llanto incontenible fue tan imposible de disimular, que Alekséi, que esperaba con la cabeza y la espalda apoyadas en la pared de los exteriores del baño, supo también que aquella noche no dormiría en aquel departamento.

Y que sería la última vez que lo habitaría.

La señora Bonilla llamó a la puerta del baño sin obtener respuesta. No pudo evitar preguntar a Alekséi qué era lo que pasaba. Este le respondió con una mirada desolada y con silencio.

La señora infirió entonces, con la sabiduría que su instinto de madre le fue dotado, por dónde iba la cosa. Profirió enseguida una sonora cachetada a Alekséi Galvés, quizás la única que este había recibido de manos de una mujer hasta entonces, y no reaccionó. Tan solo dijo, con su voz de barítono enlanguidecido:

–Lo siento tanto, María Elena.

–Esta noche se me largan de aquí los dos –dijo la madre–. Porque si Ana Karen se entera de lo que han hecho, aquí habrá muertos y heridos.

Pero Ana Karen, para entonces, ya había escuchado los gemidos ahogados de su hermanita menor, quien no se atrevía a salir del baño de la pura vergüenza, y lloraba, sentada en el retrete, abrazándose a sí misma y a la prueba de la traición hacia su hermana.

–Abre la puerta, Ana –le dijo Aleks, golpeando con decisión la puerta del tocador–. Acabemos con esto de una vez.

–¿Pero, se puede saber qué pasa aquí? –esa era, por supuesto, Ana Karen, que con su mantel en mano y los guantes todavía puestos, se aproximó apurada y asustada a la escena del crimen.

Esta vez, fue María Elena Bonilla, la matriarca de la familia, quien rompió a llorar sin ningún consuelo.

–Es mi culpa –decía–, por permitirles a todos ustedes tantas libertades.

Ana Karen no se enteraba de nada, o no quería enterarse. La verdad es que la sórdida trama de la que estaría a punto de ser la parte afectada, era perfectamente posible.

Alekséi y Ana Julia viviendo bajo el mismo techo, y tomándose turnos para limpiar el local del CosaSeria ellos solos, sin la presencia ni supervisión de Ana Karen ni de la matriarca. Nada bueno podía salir de aquel tipo de intimidad. Pero a la hermana mayor jamás se le hubiera ocurrido sospechar de su hermanita.

Porque, sin duda, nunca la había considerado una competencia seria.

Karen lo averiguó recién aquella mañana, cuando, al haber hecho la última pregunta que acabamos de escribir, su Alekséi le contestó:

–Nunca he querido hacerte daño, Ana Karen, lo siento tanto.

Las lágrimas de Karen se derramaron como si hubiera hecho, en ese momento, el descubrimiento capital que cambiaría su vida para siempre. Y también su temperamento, y su percepción de los hombres, y de la familia en general.




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