Una musa para dos

37 | El nacimiento de mi historia

Escuchaba con atención a Tristán contarme las desventuras de las hermanas Bonilla junto a Alekséi Galvés, mientras me tomaba mi tercera cerveza de la madrugada.

–¿Y qué hiciste tú cuando te enteraste de lo que había pasado entre Ana y Aleks? –pregunté. Y no, no estoy orgullosa de mi mórbida curiosidad. Pero ya qué.

–Al principio no lo sabía –dijo Tris, tomándose, él también, su tercera Stella Artois–. Simplemente Ana Julia y Aleks dejaron de ser vistos por el edificio, y yo no tenía idea de nada.

Sentí un poco de compasión por Tristán en ese momento. Porque me sentí inmediatamente identificada con él, vaya.

–Pero Ana y yo nos mensajeábamos todos los días –continuó Tris–, y luego del incidente, simplemente dejó de contestarme.

–¿Entonces?

–Entonces me vi obligado a preguntarle a María Elena –siguió Tristán–. Mejor me hubiera valido que no lo hiciera.

Supuse correctamente lo que había pasado. Que la señora explotó delante de Tris como una olla de presión expuesta demasiado al fuego lo haría, y a él le correspondió la penosa responsabilidad de contenerla.

–Solo entonces me di cuenta de que Alekséi tampoco se había dejado ver durante toda la última semana –continuó Tristán, y emitió un sonoro suspiro, acompañado, obviamente, de otro trago de cerveza–. ¿Te molesta si fumo?

No, no me molestaba, así que lo dejé. De hecho, a mí también me apetecía un cigarrillo.

–¿Hablaste con Ana Karen al respecto?

La mueca de sorpresa negativa de Alekséi me sorprendió un tanto.

–¡Qué va! Ana Karen me da un poco de miedo –Tris dio una calada a su tabaco liado a mano mientras continuaba–. Nunca fui realmente amigo de ella.

–Entiendo.

–Con quienes sí me llevaba era con Alekséi y Ana Julia.

Solo entonces comprendí que mi –hasta entonces– apreciado Tris, había experimentado en el pasado una doble traición.

–Esa fue la razón por la que rompiste tu amistad con Alekséi, ¿cierto?

–Eso y también porque me sentí tremendamente traicionado –contestó Tris, con la mirada por los suelos–. Aleks sabía perfectamente sobre mis sentimientos por Ana.

–Y tú sabías de los sentimientos de ella por Aleks –rematé, como había sido mi costumbre de hacer comentarios vagamente sádicos (pero de forma inconsciente).

–Sí –afirmó Tris–, pero nunca me imaginé que Alekséi tomaría ventaja de ellos.

Tanto Tristán como yo estábamos ya un poco chispos. Pero la conclusión al chisme aguardaba, así que era mejor dejar a un lado las cervezas y prepararnos un poco de café para espabilarnos.

Para cuando regresé de la cocina con las tazas de café americano listas, ya tenía preparada otra importante batería de interrogantes.

–Me pregunto cómo sobrevivieron esos dos la pandemia en casa de los padres de Alekséi –pregunté, como quien no quería la cosa.

–El señor Galvés padre es un tipo estricto –dijo Tris–. Ana Julia me contó que no les había puesto las cosas nada fáciles a ambos.

Pues cuando lo conocí, don Galvés no me había parecido tan estricto. Más bien todo lo contrario. Pero supongo que se portó amable conmigo debido a las circunstancias.

–Ana me contó que fue a partir de entonces que Alekséi dejó de pintar esas figuras monstruosas sacadas de su cabezota –Tristán hizo un gesto con la mano para golpetearse a sí mismo su propia cabeza– para abrazar la pintura más costumbrista, que es el estilo que le caracteriza ahora.

–Supongo que la pintura de paisajes y escenas domésticas se vende mejor que la pintura contemporánea.

–Estás en lo cierto –dijo Tristán–. Además, sé de buena fuente que Alekséi comenzó a pintar lo cotidiano como terapia –Tris se veía ahora un poco más animado que minutos antes, cuando me había contado el punto más álgido de la historia–. Tú sabes, para recuperarse un tanto del golpe que él mismo se había dado en la cara, por decirlo de algún modo.

–Supongo que la culpa lo embargaba –dije en voz alta como para mí misma.

–Exacto –me secundó Alekséi–. Después de todo, no es un perfecto psicópata sin sentimientos.

No supe si Tristán estaba siendo literal cuando lo dijo o ligeramente sarcástico. Y, francamente, preferí no preguntar.

–Entonces, ¿le fue bien con sus pinturas?

–Le fue más que bien –dijo Tris, a quien todavía le quemaba un poco la taza de café en la mano–. Ana Julia gestionó la venta online de pinturas costumbristas de pequeño formato y con eso pudieron costear los gastos del nacimiento de Amaru.

Me siento un poco culpable por decir esto, pero, en medio de todo, no pude hacer menos que sentir mucha más admiración por Alekséi en aquel momento. Ustedes saben, por no renunciar a la pintura y seguir adelante con ella, a pesar de los obstáculos de la vida.

Eso, mientras yo intentaba jugarle a la escritora a medio tiempo, para malvivir en las mañanas como periodista.

Me traicionaba a mí misma a cada paso, mientras él había sido fiel a su vocación hasta las últimas consecuencias.




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