Una musa para dos

38 | El momento es ahora

Para que la historia de Tristán y Galatea se terminara de fraguar se hacía necesario un ingrediente adicional. Y creo que ustedes saben de cuál estoy hablando.

Luego de la charla de madrugada en la que Tristán conversó a Gala sobre el malogrado triángulo amoroso Ana Julia-Alekséi-Ana Karen, los dos se fueron a dormir –a sus respectivos dormitorios– casi a las seis de la mañana.

Ambos pudieron conciliar el sueño hasta la tarde, pidieron una pizza a domicilio que cada cual comió por su lado mientras miraban diferentes películas en su cuenta de Netflix compartida.

Tristán se durmió temprano aquella noche, ya que tenía pensado visitar a Ana Julia en la mañana. Ahora que Alekséi se había ido, con seguridad su amigovia lo necesitaría presente para que la ayudara en otras faenas.

De modo que eso mismo fue lo que hizo. Se levantó aquella mañana a las siete, que era tempranísimo en el reloj biológico de él, se duchó esmeradamente, se vistió y se comió una rebanada de pizza helada de la refrigeradora.

Salió de su casa sin avisar a Galita, porque posiblemente seguiría dormida, y se encaminó a casa de Ana Julia. Ya en el metro, se percató de que había omitido confirmar su visita, misma que había insinuado vagamente que haría dos días atrás, pero sin llegar a ningún acuerdo en concreto.

Así que escribió a Ana Julia lo siguiente, vía Whatsapp.

–Estoy en camino, Anita. Espero que no te moleste.

Como contestación recibió únicamente un impersonal emoji de ‘pulgar arriba’, que Tristán interpretó libremente como un asentimiento de mala gana por parte de ella.

Y vaya que su intuición no se equivocaba del todo.

Ana Julia lo recibió todavía en pijamas y le reclamó con sequedad por no haberse anunciado antes.

Amaru dormía todavía, lo que era bueno, ya que Tristán podía aprovechar aquel tiempo en el que su amada tenía las manos libres para apapacharla un poco. Así que, mientras Ana preparaba el desayuno, consistente en frambuesas frescas, tostadas de masa madre –compradas por Tris en la panadería gourmet artesanal de la esquina de su casa–, huevos escalfados y café con crema, él intentó abrazarla desde la espalda, con el fin de aspirar el aroma a mujer recién levantada de la cama que él tanto había anhelado aspirar del cabello de su Ana.

Con lo que Tristán no contaba es conque ella se haría el quite.

–¿Pasa algo? –Tris no era de los tipos que se hacían los locos frente a lo evidente, de modo que lo único que le apetecía era preguntar, ustedes saben, por el bien de su salud mental.

–Desayunemos, ¿quieres? –dijo Ana, con aire de distraída, mientras servía las tostadas en un plato y las aproximaba al mesón del desayunador–. Luego me preguntas cualquier cosa.

Tristán, nunca acostumbrado a caminar sobre cáscaras de huevo cuando de hablar con Ana Julia se trataba, sintió como si un témpano de hielo hubiera chocado contra su pecho en cuanto oyó esas palabras.

Y sin duda vio a una parte de la gélida personalidad de Alekséi manifestarse en las maneras habitualmente suaves de Ana Julia. Lo que tampoco era de extrañarse, dado que se trataba de una pareja que había vivido junta por un tiempo más o menos considerable.

Aquella mañana, a Tristán Belfas, el desayuno cuyos ingredientes él mismo había comprado una hora antes, no le supo a nada. Masticaba mecánicamente en medio del inusual silencio de una habitualmente locuaz Ana Julia.

–Te noto muy callada, Ana Julia –Tristán no pudo resistir la tentación de preguntar obviedades–. ¿Hay algo que te está molestando?

Ana Julia, que un segundo antes había tenido la vista clavada en su plato, levantó de repente la cara en dirección a su interlocutor, con una expresión de no-me-preguntes-tonterías que no tuvo precio.

–No, Tristán –dijo, irónica–. Todo va de maravilla.

Enseguida Tris notó que debía disculparse por su ineptitud emocional y por obviar el nada desdeñable hecho de que el marido reinante de Ana Julia se había largado del país hacía menos de unas semanas sin decirle nada a nadie, dejándola a ella sola a cargo de su pequeño hijo.

–Lo siento, Anita –fue todo lo que avanzó a decir, antes de ser interrumpido–, fui un insensible y…

Ana Julia le paró el carro con la palma de la mano levantada en dirección vertical.

–Creo que deberíamos dejar de vernos, Tris –inconscientemente (o quizás no tanto, en realidad), Ana se vio repitiendo la misma línea con la que había sido bateada por Alekséi tan solo unos días atrás.

Y sintió una retorcida satisfacción sádica al pronunciar semejantes palabras a su ahora nuevo destinatario.

Dios sabe que Tristán quiso decir algo, lo que fuera. Pero no pudo. Quedarse estupefacto fue poco frente a las palabras pronunciadas por la mujer que había amado desde hacía tanto. Pero, vamos, que Tris Belfas era un tipo intuitivo. Y aquella reacción tampoco fue para él tan inesperada que digamos.

–Sé que estás un poco ofuscada en este momento, Anita –es el parlamento que Tris intentó articular para contener el embate–, si quieres, lo podemos hablas más detenidamente en otro momento.

–El momento es ahora, Tris –Ana Julia lo miraba a los ojos y a juzgar por la firmeza de su lenguaje corporal, hablaba en serio–. Necesito estar sola por un tiempo.




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