Una musa para dos

39 | El club de los mal amados

Dos almas con el corazón roto –roto por otras personas– vivían en aquella casa. A Galatea le dio por llamar a la cofradía de dos “El club de los mal amados”. A Tristán le hizo bastante gracia ese nombre, aunque tampoco dejó de deprimirle un poco (o tal vez mucho).

 –Te noto cabizbajo, Tris –le dijo Gala en el desayuno a Tristán, unos tres días después de que Ana Julia lo mandara a comer tierra. Y Gala se tardó tres días en preguntar, porque Tristán no había comido a la hora que se debe durante aquel período de duelo.

–Ya te podrás imaginar lo que pasó –le dijo un famélico Tris, que se devoraba su sándwich de aguacate con huevo frito y verduras salteadas, cortesía de su casera.

Galita se lo imaginó enseguida. Y, aunque se avergonzó enseguida de este penoso sentimiento, aquel corazón roto de Tristán le pareció que sería, para ella, una mejor compañía que un Tristán tanto sexual como afectivamente satisfecho.

–Siento oír eso –mintió Gala, avergonzada por faltar a la verdad en secreto–. Tal vez podamos conversar al respecto en algún momento. Si quieres, claro.

–Quiero ahora –le dijo Tris. Y le habló del suceso.

Galita escuchaba con cortesía y mucha, pero mucha curiosidad. Sobra decir que lo que le importaba en realidad era saber si Ana Julia había hecho alguna mención especial a Alekséi, hasta para tener más detalles de su partida y los motivos de la misma.

Por supuesto que Ana Julia le había hablado de eso a Tristán, la nefasta mañana en la que se deshizo de él.

–Ana me dijo que Aleks había estado detrás de esa beca por años, y que al fin había sido aceptado, luego de varios intentos –Tris ahora se ahogaba en zumo de naranja recién hecho–. Por mi parte, a mí ni siquiera se me hubiera ocurrido ausentarme del país, teniendo un hijo pequeño a cuestas.

–Cada quien tiene sus prioridades –me encogí de hombros. Y me percaté de que, nuevamente, comenzaba a justificar las pendejadas de Alekséi–. Pero yo en su lugar también me lo habría pensado dos veces antes de postularme.

–En fin –suspiró Tris–. Que Dios da barbas al que no tiene quijadas.

Galita escuchaba atentamente la queja amarga de su amigo y decidió, por fin, aconsejarle.

–Vamos, Tris, que tú eres joven –esta vez, fue Gala quien tomó un trago de zumo antes de continuar–. ¿No te gustaría tener tu propia familia el lugar de anhelar a la mujer y al hijo del prójimo?

Tristán quedó viendo a Gala con cara de descubriste-América-por-teléfono.

–¿Tú qué crees, Galita? –dijo Tris, en consecuencia–. Y a ti, ¿no te gustaría tener hijos en algún momento?

No era la primera vez que le formulaban esa pregunta. De hecho, el primero en haberlo hecho fue, en efecto, Alekséi. Por entonces, ni Gala tenía un interés tan enfocado en su amigo, ni le importaba mucho la opinión de los hombres sobre la maternidad, de modo que había sido muy sincera al respecto, al contestarle que nunca le había interesado la maternidad –ni siquiera como un juego de niños– y que probablemente nunca tendría hijos, por la simple y llana razón de que estos le tenían sin cuidado.

Por supuesto que, para Aleks, aquel criterio le había parecido un obstáculo a la hora de formar una relación con Galatea. Pero, por entonces, Gala ni siquiera se dio cuenta de que había quemado un primer puente con Alekséi.

Uno que jamás lograría restaurarse.

Pero ahora, doce años más grande y con algo de experiencia encima, Galatea Molinari se había dado cuenta de que la honestidad absoluta nunca es una estrategia certera cuando de hablar de temas trascendentales se trataba. De modo que, esta vez, eligió sus palabras con cuidado, para responder a la pregunta de Tristán sobre si deseaba o no tener descendencia.

–Bueno –vaciló o fingió vacilar, para aumentar el realismo de la supuesta declaración–, supongo que, si encontrara al hombre adecuado, probablemente me gustaría ser madre alguna vez.

–Y ese es, precisamente el problema, Galita linda –Tristán apuró su último bocado de zumo de naranja, no sin antes levantar el vaso en señal de un brindis unilateral–, que no existe nada parecido al hombre adecuado.

Y apuró su vaso de zumo para limpiarse al apuro la boca con la servilleta, levantarse intempestivamente y largarse de ahí.

–Tengo prisa, Galita –se despidió de ella con un beso en la frente–. No me esperes ni para el almuerzo ni para la cena.

Aquella parecía la escena de un matrimonio recién formado, y Galita se quedó con las ganas de pedirle a Tristán una aclaración sobre su penúltimo comentario, a tiempo en que sintió un fresquito a la hora de recibir ese paternalísimo beso en la frente.

Así es como se fue fraguando la amistad entre esos dos. Desde la complicidad y la nostalgia por el amor perdido.

Gala cocinó aquella tarde tan solo para ella. Algo sencillo, nada ostentoso. Un filete de pollo a la ranchera con vegetales. Y omitió sabiamente el arroz como guarnición.

Alimentar a los hombres hacía que una subiera de peso. Y ella lo había empezado a notar.

La noche le pertenecía. Había acabado de entregar su último reportaje vía correo electrónico y no tenía nada mejor que hacer por el resto del día.

Así que se preparó un baño en sales marinas y hierbas aromáticas. Después de todo lo que había pasado, valía la pena consentirse un tanto. Se desnudó para sumergirse en las cálidas aguas de su tina de baño, con una botella de Merlot y una pequeña copa, que la acompañó junto con su mezcla de Dream Pop de la primera década de los dos mil, y que le recordaba, por cierto, a su vida con Alekséi en la universidad.




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