Una musa para dos

40 | Esto también pasará

–Abre la puerta, Galita –Tristán tocó con decisión, mientras esperaba la respuesta de ella, del otro lado de la puerta.

–No puedo –contestó Gala, más dormida que despierta–. Ni siquiera soy capaz de levantarme.

–No te muevas de ahí –le dijo Tris, y pudo oler el aroma de las sales de menta y caléndula que se escapaban por la rendija del baño junto con los restos del vapor de agua, lo que le hizo suponer que, al menos, su amiga no se había encerrado en el baño con el objetivo de cortarse las venas–. Voy por la llave.

Gala se encogió de hombros, porque sabía que la llave de su baño había desaparecido hace como veinte años, siquiera.

–No la encuentro –se escuchó la voz de Tristán del otro lado de la puerta–. Voy a tener que desarmar el picaporte.

A Gala le pareció un tanto retorcidamente sexy que un tipo tan poco dado al trabajo masculino como Tristán se decidiera a tomar una herramienta en sus manos con el único propósito de rescatarla.

Y creemos que eso la excitó un poco más, si cabe.

–Bueno –fue todo lo que dijo, intentando, a duras penas, mantener su cabeza fuera de la tina, que ya comenzaba a enfriarse, por cierto.

Tristán regresó al cabo de unos cinco interminables minutos con algunos destornilladores que no tenía ni peregrina idea de cómo usar. Así que indagó en YouTube para encontrar, finalmente, una solución menos dramática al problema: el uso de una tarjeta de crédito para ayudar a que el picaporte cediera.

«¡Cómo no pensé antes en eso!», se reprochó a sí mismo mientras manipulaba la tarjeta por el intersticio que dejaba la desgastada madera de la puerta y el dintel. El cerrojo cedió como un pedazo de mantequilla.

Por su parte, Gala se encontraba un paso más que adormecida. Había agotado lo que quedaba de la botella y tan solo sobraba quizás un quinto de esta cuando Tristán entró.

–Galita –Tris se puso de rodillas para poder quedar con su cabeza a la altura de la de su amiga. La tomó de la barbilla para que esta levantara cabeza–. Despierta.

Como conjurada por palabras mágicas, Galita reaccionó inmediatamente y se sorprendió de la presencia de Tristán como si de un intruso se tratara.

–¡No me veas! –gritó, mientras se tapaba los senos con las manos y replegaba sus piernas para cubrir en algo lo que estaba entre ellas–. ¿O sí? –y se rio en voz quedita de su descaro.

Igual, el agua estaba ya un tanto turbia por las sales, así que, de todas maneras, tampoco había mucho que ver.

–Andando, Galita –Tristán aplaudió enseguida como si de apurar a un niño o una mascota se tratara–, te llevaré a la cama.

–Más te vale que estés hablando en serio –balbuceó Gala, con picardía–, porque de lo contrario, me voy a sentir bastante decepcionada.

Y la pobre de Galita echó a reír con un tono bastante lastimero mientras aplaudía su propia ocurrencia.

Tristán, por su parte, buscó la salida de baño de su casera y la encontró colgada en el respaldo de la puerta.

–Anda, Galita, levántate –le dijo, acercándole la salida abierta para que Gala se la pusiera–. Te juro que cierro los ojos para no verte.

–¡Aburrido! –soltó Galita, haciendo un falso ademán de querer incorporarse de la tina para salir de ahí, y fallando miserablemente en el intento–. ¡Ups!

Tristán asumió enseguida que la pretensión de que Gala saliese de la tina por su propia voluntad era más bien ilusoria, de modo que cambió de planes.

Se arremangó la manga de la camisa de su brazo derecho, se agachó, de nuevo, a la altura de Gala y metió la mano dentro de la tina, como si buscase algo, a tientas, a los pies de su amiga.

–¡Hey! –llamó la atención Gala con sus manos, como en gesto de saludo histriónico–. Que mi cuerpecito latino está por acá.

Tristán hizo caso omiso a las payasadas de su amiga hasta que halló lo que buscaba: el tapón del desagüe, que fue quitado de inmediato para que el agua se escapara y así facilitar las tareas de rescate.

Gala vio con estupefacción cómo bajaba el nivel del agua, dejando al descubierto, primero su pecho, que tapó enseguida con sus brazos cruzados, luego sus rodillas y finalmente su anatomía toda.

–Bien, creo que llegó la hora de salir –dijo Gala, como si hubiera hecho alguna especie de descubrimiento supremo–. Y yo que estaba acomodándome para hacerte espacio.

Los comentarios desubicados de Galita comenzaban a incomodar en serio a Tristán, quien hubiera preferido amputarse el dedo meñique a aprovecharse de la situación. De modo que decidió actuar rápido, para evitar que, en lo posible, su querida amiga/casera continuara haciendo el papelón.

–Levántate, Galita –Tristán se incorporó y estiró sus manos para que Gala las tomara y se levantara con el impulso –toma mi mano.

Galita tomó por un momento consciencia de la situación: de su desnudez total, de su borrachera, de su situación de absoluto ridículo frente a Tristán. Sintió lástima por sí misma y se le escaparon las lágrimas.

–Es que no quiero que me veas desnuda –se quejó Gala, cubriéndose los ojos con las manos.

A Tristán le enterneció profundamente aquel gesto infantil, y en aquel preciso momento, algo ocurrió en él, algo que, hasta entonces, había estado convenientemente bloqueado, contenido, o tal vez reprimido (sí, esa es, precisamente, la correcta selección de palabras) y que se desató de repente, sin pensarlo ni meditarlo siquiera, para nunca más irse… del todo.




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