Una musa para dos

42 | Allí estaré

Y aquí estamos, cinco años después de mi última borrachera en solitario. Porque las demás, aunque no han sido muchas, las tuve en compañía de mi Tristán Belfas. Después de cinco años de construir una relación sólida, comprometida, íntima y estable, que yo creía a prueba de balas, aparece un mensaje de cuatro palabras que lo echa todo abajo:

«Espero que puedas acompañarme».

¿Cómo pasó esto? ¿Hace cuánto regresó Alekséi Galvés a La Capital y en qué circunstancias?

Aquí hay algunas cosas que debo explicar. Pues bien, lo haré por el principio. Como toda representante de la clase trabajadora intelectual que soy yo, también tengo que ganarme la vida. Y ustedes saben a qué me dedico.

Como periodista cultural, me hubiera resultado imposible no saber nada de la trayectoria de mi amigo. Vivimos en un país pequeño, ¿saben? Y la escena artística capitalina también lo es. Y mientras Tristán todavía le sigue jugando al artista multidisciplinario –y yo no tengo problemas con eso mientras que su padre pague las cuentas por él–, Alekséi se entregó en cuerpo y alma a la pintura.

Pasó tres de los últimos cinco años en San Petersburgo, perfeccionando su arte de la mano de los grandes maestros rusos. El resto del tiempo lo ha invertido en algunas residencias artísticas en Europa oriental y occidental. Se ha ganado su fama a pulso, pues, y ha venido al país, también, de vez en cuando, para una que otra exposición individual a la que, por supuesto, ni me invitó ni asistí, en aras de cultivar y preservar mi salud mental, por supuesto.

Dejé de seguirlo en redes sociales hace tiempo, y a eso yo lo llamo el triunfo máximo de mi voluntad sobre mis tendencias a la obsesión. Es, quizás, de lo único de lo que me he sentido verdaderamente orgullosa sobre Aleks Galvés.

Eso, y mi amistad sentida con él. Que nunca ha caducado, por cierto.

Y digo que me había sentido orgullosa (en pasado), porque ya no más. Porque acabo de entrar a su perfil (ya que aún somos amigos en Facebook) y presioné el botón de ‘seguir’.

De modo que, así me tienen. Obsesión por Alekséi Galvés reanudada.

           

Allí estaré.

 

Seh. Esa fue la escueta contestación que le envié al día siguiente de recibido su mensaje. No voy a decir que no vacilé, porque por supuesto que lo hice. Vacilé en enviarle la contestación más pronto o más temprano; porque, no nos digamos mentiras, apenas vi el nombre de Alekséi en el correo, supe inmediatamente que diría que sí a todo aquello que me propusiera.

Ahora son libres de odiarme y considerarme una estúpida y una cualquiera. No crean que no las conozco, porque sé quiénes son mis lectoras y sé que no perdonan a una mujer infiel. Y no pido su perdón ni que me entiendan.

Tan solo les solicito que continúen leyendo hasta el final. Les prometo que todo acabará teniendo algún sentido.

Con aquel allí estaré había aceptado la llamada a la aventura. La puerta del portal había sido abierta y lo único que me correspondía era pasar a través de él. Pero en toda aventura existen obstáculos, no creerán que la heroína puede cruzar el portal bailando y cantando, ¿verdad?

Y el más grande obstáculo, aunque me duela decirlo, también tenía nombre y apellido.

Resultaba imposible asistir a la inauguración de la muestra de Aleks sin herir los sentimientos de Tristán. Es más, resultaba impensable acudir a la bendita inauguración sin condenar a mi relación al cadalso. De modo que tenía que hacer algo: tenía que mentir, tenía que engañar o, al menos, tenía que ocultar la verdad.

Pero nada de esto serviría porque Tristán lo averiguaría a como diera lugar. Vamos, que él también es artista, y probablemente, para el momento en que yo había recibido mi correo, quizás él también ya estaría enterado del evento.

Aquella noche cenamos en nuestro solemne comedor como si no hubiera ocurrido el acontecimiento capital que pondría a temblar las bases de nuestro vínculo. Y quizás para Tristán así era, ya que se mostraba igual de despreocupado que siempre y totalmente ajeno a mi infierno personal.

Esa misma noche hicimos el amor, como casi todas las noches, tiernamente y antes de dormir. No pude pegar un ojo pensando en cómo decirle (o en si decírselo).

Pero, como cuando se trata de meter la pata olímpicamente, el universo invariablemente se pone a mi favor, la solución a mis problemas llegó de la mano de su verdugo más obvio: la revista Pez Espada.

Para cuando abrí mi correo electrónico, la mañana siguiente a las ocho, el mensaje ya se encontraba en mi bandeja de entrada:

 

“Pensé en ti inmediatamente para este trabajo porque sé que a ti no te dirá que no. Y te pongo en sobre aviso: él no otorga entrevistas a cualquiera. De modo que deberás quemar tus mejores cartuchos para que acepte una charla con nosotros (o sea, contigo). No puedo ser más clara cuando te digo: tienes que conseguir una exclusiva con Alekséi Galvés, llueva, truene o relampaguee. Sin excusas.

Es una orden.

Con cariño,

Aly”.

 

Arriesgarme nunca ha sido mi segundo nombre, pero Descaro sí. De modo que, lo primero que hice fue reenviar el correo (a manera de captura de pantalla, para aportar dramatismo y verosimilitud a la cosa) directo al Whatsapp de Tristán.




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