Una musa para dos

48 | La mentira suprema

¿Cómo diablos se lo voy a decir a Tris? Pero, ¿de qué estoy hablando? Tris no lo puede saber, de ningún modo y bajo ningún motivo. Entonces, ¿cómo, Dios mío?, ¿cómo voy a resolverlo?

No poder dormir durante cuatro días. Cua-tro-dí-as, porque mi relación estaba en juego. Mi vida estaba en juego. Había que jugarse, por supuesto, la carta suprema: la entrevista. Tenía que mentirle a Tristán, decirle que Alekséi me había citado para la entrevista, y después, escribir la maldita entrevista, a como diera lugar.

Pero nunca le he mentido a Tris. Y nunca lo haría. Excepto, claro, en este momento. Es una mentira piadosa; de hecho, no es una mentira en absoluto. Se trata, tan solo, de maquillar la verdad. Sí, eso.

¿Y qué tal si lo descubre? En ese caso, bueno. Para entonces Alekséi y yo ya estaríamos juntos, ¿no? ¡Qué estás pensando, Galatea!, ¡te estás haciendo películas en la cabeza! Las cosas no son así. Solo fue una llamada nocturna, tal vez solo estaba borracho y, ahora, que ya está sobrio, no sé, quizás esté arrepentido, quién sabe.

Pase lo que pase, no me puedo hacer ilusiones. No me debo hacer ilusiones.

Pero, ¡a quién engaño! Estoy más allá de eso desde hace rato.

 

Los días de espera hasta que llegó el martes –que fueron cuatro– resultaron en una tortura china para mí. Había que cubrir todas las bases. Prepararme para un encuentro memorable, con cena incluida (como en los viejos tiempos), preparada por mí, de preferencia.

Me dediqué a planear, incluso, el menú que le cocinaría, en caso de que me permitiera cocinar en su casa. Pero, ¡qué digo!, ni siquiera era seguro que me invitara a su casa.

Tal vez nos veríamos en un café. O en uno de esos lugares en donde sirven cerveza artesanal. Solo un vaso o dos, o un café o dos, una conversa y pare de contar. Pero lo que me dijo, lo que me dijo esa noche, Dios mío, no puede ser una farsa. Dijo que me amaba, y que me deseaba.

De ninguna manera me pedirá que nos veamos en un terreno neutral.

Necesito prepararme. Cortarme el cabello, mi corte actual ha perdido la forma, mi cabello se ve genérico y ordinario. Y así no lo voy a impresionar. Pero, por otro lado, Alekséi es de los que gustan de la belleza natural, salvaje, si se quiere.

–¿Te parece si te vienes a mi taller? –sí, ese fue el mensaje que me envió la noche anterior al martes, así como para afinar detalles.

«Me escribió», pensé, mientras bailaba en una pata, también en mi mente. «Entonces no estaba borracho, después de todo. Hablaba en serio, ¡hablaba en serio!».

Sí, aquel fue mi paupérrimo razonamiento sobre aquel tema en ese momento.

–Claro que sí –respondí, casi de inmediato. Para entonces, mi pudor (o lo que quedaba de él) se había ido a la porra–. Mándame la dirección, por fa…

Alekséi me envió la dirección de su casa vía Google Maps. En efecto, Tristán ya me había hablado de aquella vivienda de mediados del siglo XIX que compartía con Ana Julia. Se trataba de esa misma casa, en el barrio de San Marcos.

Entré en pánico enseguida.

«¿Y si volvió con Ana Julia? Porque supongo que era ella quien estaba con Amaru en la inauguración de la exposición. Y si es así, ¿por qué no estaban juntos?».

Por el bien de mi salud mental, era necesario dejar de hacerse demasiadas preguntas y empezar a decir a todo.

–Es una casa muy linda –le escribí, en cuanto indagué un poco en la forma de llegar hasta aquel barrio sin extraviarme en el intento.

–Te espero –respondió, haciendo caso omiso a mi zalema–. ¿Qué vino te gustaría tomar?

–Tú lo sabes –contesté. Y no, no estaba segura de que él lo supiera, pero, igual, hice la apuesta.

–¿A las nueve, entonces? –de nuevo, Aleks esquivó el tema del mensaje anterior.

–Ahí estaré –dije, siguiéndole la corriente con eso de los mensajes concisos. ¿Te gustaría que llevara algo de comer?

–Por favor –contestó enseguida. Y lo acompañó con una carita sonriente y ligeramente sonrojada.

Aun en medio de su parquedad, Alekséi Galvés solía soltar, de vez en cuando, una de esas migajas de ternura.

–Nos vemos el martes a las nueve, entonces –yo también acompañé mi mensaje con una carita de manos abiertas, utilizando inconscientemente la técnica del espejo.

–Te espero –de nuevo, su frialdad hacía acto de presencia. No me sorprendió, pero sí que me bajó un poco la onda.

De modo que decidí dar por hecho de que la conversación había llegado a su fin y que me había despedido lo suficiente con mi último mensaje.

Ahora restaba ejecutar la misión suprema: convencer a Tris de que al día siguiente le haría una entrevista profesional a mi crush de la postadolescencia, juventud y adultez, sin ninguna intención cochambrosa de por medio.

Y no sería una tarea fácil, se los aseguro.

---

–¿Quieres que te acompañe a la entrevista? –Tristán sabía perfectamente cuál sería la respuesta a semejante pregunta, sin embargo, admiré en silencio su valentía.




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