Las preguntas me acechan y me siguen acechando hasta el día de hoy. Las preguntas que nunca le hice, porque no hubo el momento; porque, simplemente, todo terminó tan rápido que lo único que atiné a cuestionar fue lo siguiente: ¿Eso es todo?
Ahora que Tristán se ha ido, que me he quedado a solas con mis pensamientos, ahora que los aromas de mi Tris y de mi Aleks se han desvanecido por completo de mi cama, de mi cuerpo y de mi ropa, solo me quedan los recuerdos, las preguntas.
¿Qué pasó?, ¿qué fue lo que hizo que Alekséi se echara para atrás? ¿No estaba él también determinado a dejar su relación con esa muchacha para poder estar, por fin, conmigo?
Nunca me dijo nada de eso, claro. Pero yo lo intuí. Lo creí o lo quise creer. Y no estoy loca, no. ¿O sí?
¿Y cómo Aleks sabía que yo también tenía pareja? ¿Quién se lo dijo?, ¿cómo lo averiguó? ¿Fue eso lo que le hizo echarse para atrás?
Todo esto no es más que mi culpa, por no dar señales claras, por afirmar sus inseguridades. Por nunca haberle dado la confianza de que me amara con libertad.
Y ahora, debo pagar las consecuencias.
La regla me ha venido ayer. Nunca estuve embarazada de Alekséi Galvés. Eso, de alguna manera, me deja un sabor agridulce en la boca. No me imagino una vida siendo la madre de un hijo que él nunca ha querido.
Y tampoco me habría permitido sentir tanto rechazo junto. Nunca hubiera podido. Mejor que ha sido así. Aunque hubiera sido bonito, no sé, quedarme con algo suyo para atesorarlo por siempre.
Es igual, mejor que ningún lazo biológico nos una. Así tengo un poco más de esperanzas de olvidarlo, eventualmente.
Pero necesito respuestas. Para empezar, ¿quién carajos es ella? Ya sabía su nombre, por supuesto: Valentina Brochet. Joven de cabellos de seda y pinta de artista aesthetic centennial. Por lo menos unos veinte años más joven que él.
Junto a ella, claro, yo no tengo ninguna oportunidad. Ingenua de mí al compararme con una chica en la flor de su juventud que seguramente le da lo que quiere sin hacer demasiadas preguntas.
Una joven con la que puede construir un proyecto artístico en común, algo que jamás podría hacer conmigo, porque yo soy incapaz de dibujar ni los dedos de mi mano calcada.
Valentina Brochet, artista de origen uruguayo, pintora de vocación, graduada con honores en la Tisch School of the Arts, ganadora de la beca Fullbright para jóvenes creadores sudamericanos, ha participado en varias exposiciones a lo largo del continente e, incluso, de ultramar. Lo sé porque acabo de revisar su página web.
Sí, Valentina Brochet tiene su propia página.
¿En dónde se conocieron? Con toda probabilidad, en alguna de esas residencias artísticas de mierda a las que yo no puedo acceder porque yo no soy artista visual.
Porque yo no soy nadie, mierda.
Y yo, ¿quién carajos soy? Me la paso escribiendo novelas románticas que nadie lee porque tienen como protagonistas a artistas, diplomáticos o académicos, y no a CEO’s maltratadores que repudian a sus esposas en medio de su boda; porque escribo historias en donde los protagonistas se reivindican y consiguen lo que quieren, sin dejar su dignidad en el proceso (o bueno, más o menos).
Y no. A nadie le gusta leer semejantes disparates.
Y seguro a Alekséi no le conviene estar con una gris periodista cultural como yo, que medio se gana la vida con reportajes sobre artistas contemporáneos que me miran por encima del hombro porque yo no soy artista, como ellos.
Yo soy escritora, carajo. Solo que nadie me conoce, todavía.
A menos que escriba una novela. Una en la que deje mi huella, mi alma y mi corazón, y que me saque, por fin, del anonimato y la pobreza. Y así, tal vez, Alekséi Galvés me considerará, finalmente, digna de un artista como él.
Pero, ¡qué estás diciendo, Galatea! ¿No te da vergüenza orientar tu carrera con el único propósito de ganar la atención masculina de un tipo que te acaba de batear de la manera más cruel e irresponsable afectiva?
De un tipo que se ha convertido, con los años, en una versión disminuida y caricaturizada de sí mismo. De un hombre que ha devenido, y me da hasta despecho decirlo, y también mucho pudor (aunque tristemente sea cierto), en nada más que en un rampante viejo mañoso… en un viejo rabo verde.
Y, frente a toda esta evidencia, tú continúas enamorada de él.
Me das pena, Galatea Molinari. Me das pena, en serio.
Y todavía está el reportaje. Ese maldito reportaje. Ni te habías acordado de él, ¿cierto? Claro, porque te la has pasado todos estos días escondiéndote de tu jefa para que no se entere de que te tiraste a su invitado estrella, para que luego él te tirara a ti (fuera de la casa, y en un Uber pagado de su bolsillo, para más señas).
Se me ocurre una idea sobre lo que debo escribir. Nunca le hice ninguna pregunta que valiera la pena ser puesta sobre el papel para que todo el mundo la leyera en una revista, pero tengo mis apuntes sobre su muestra.
Y tengo, también, un corazón demasiado dolido por el rechazo. Y, en esas circunstancias, resulta hasta peligroso tomar una pluma y un papel (en sentido figurado) e intentar escribir un parlamento decente sobre la persona que acaba de destruir tus esperanzas de una posible felicidad a su lado.
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Editado: 29.10.2023