Una musa para dos

55 | No busques lo que no se te ha perdido

Unas horas antes de que Galatea se enfrentara con su Destino, de la mano de Alekséi Galvés, a Tristán Belfas, encerrado en su estudio, y mientras intentaba concentrarse –en vano– con su proyecto de modelado 3D, se le ocurrió una idea.

Mientras que Gala se hallaba encerrada en su habitación haciendo quién sabe qué –Tristán supuso que poniéndose bella para su “entrevista” con Aleks ese mismo día, a las seis de la tarde (supuestamente)–, decidió armarse de resolución y salir de la casa, en silencio, aproximadamente a las dos y media, cuando su novia se encontraba demasiado concentrada probándose las prendas de vestir que usaría para el encuentro con el que había sido rival de Tristán en más o menos todas las formas posibles.

Tristán Belfas caminó mucho más rápido de lo acostumbrado, directo hacia la parada del metro, bajó casi corriendo los escalones hacia la estación subterránea, pagó su boleto con su tarjeta prepagada y se embarcó a las dos y cuarenta y tres minutos rumbo al centro de la ciudad.

Arribó a su parada (la estación de San Francisco), a las tres y cuatro minutos de la tarde. Le tomó quince minutos más llegar a pie hasta San Marcos. Le pudo haber tomado mucho menos tiempo hacerlo, pudo haber caminado a su velocidad normal, pudo no haberse detenido un par de veces para retroceder sus pasos, como en efecto lo hizo, pero lo que importa para esta narración, es que Tristán Belfas llegó, por fin, a su destino, a las tres y diecinueve de la tarde.

Tres golpes rotundos de la puerta interrumpieron el trabajo de Alekséi Galvés. Estaba terminando de pintar un paisaje que no era de Europa del Este, como supondría Galatea unas horas después, sino de Montevideo, la ciudad natal de su todavía pareja, Valentina Brochet.

Aquel era el último de los regalos que le haría a ella antes de abandonarla, porque estaba decidido ya que era hora de que él también abrazara su Destino, se dejara de pendejadas y se uniera, definitivamente, a la mujer de la que estaba inconsciente y eternamente enamorado desde que la vio por primera vez, jovencísima y tierna, tras golpearle la cabeza sin querer con el reverso de su mochila en el aula de esa universidad de la que ambos reniegan, pero no tanto, en realidad, ya que fue el sitio que les permitió que la vida los pudiera encontrar.

Se hacía hora de decirle que sí a su Galatea.

Aleks interrumpió su trabajo a regañadientes, dejó su brocha y su paleta sobre el taburete, se limpió a medias las manos con su toalla de trabajo y abrió la puerta sin antes mirar por la ventana para chequear quién era, tal como solía ser su costumbre.

–¿Qué tal, Aleks? –a quien Alekséi encontró del otro lado de la puerta no se habría imaginado que ni en un millón de años–. ¿Me permites entrar?

Alekséi titubeó apenas, pero se esforzó en serio para que no se notara. Se hizo a un lado de inmediato para dejar pasar a su otrora amigo. Tristán entró a la casa con decisión y le chocó ver que aquella vivienda en la que tan feliz había sido a ratos con su Ana Julia, prácticamente ya no tenía nada de ella.

–¿Dónde vive Ana Julia ahora? –preguntó, deduciendo inmediatamente, que ella y Alekséi definitivamente no habían regresado.

–Está con su madre y Amaru, solo a unas cuantas cuadras de aquí, en el barrio de San Blas –Aleks vio cómo Tristán no dejaba de buscar, en vano, las cerámicas y macetas llenas de pequeñas plantas de interiores que Ana había coleccionado para decorar celosamente la que fuera su vivienda por tantos años, así como tampoco se hallaban regados por el piso los juguetes de su pequeño Amaru, devenido ya en un niño de siete años. Nada de eso se encontraba ya, se había ido–. Ana Julia dejó esta casa por su propia voluntad, por si te interesa saber.

Tristán pasó directo al estudio de Aleks, que se encontraba ahora en donde, en el pasado, Ana Julia había ubicado unos muebles de segunda mano que combinaban muy bien con el espíritu libre, artístico y estético de la casa. Y que también habían desaparecido, por cierto.

–Toma asiento –le dijo Aleks a Tris, a tiempo que le señalaba con la mano el taburete en el que, unas horas después, Galatea se sentaría a rumiar sus ansiedades por un tiempo indeterminado, luego del chasco supremo de su cita fallida con el amor de su postadolescencia (y contando)–. ¿Te ofrezco algo de tomar?

–No me voy a quedar aquí mucho tiempo –le dijo Tris, mientras rechazaba la invitación a ponerse cómodo con un ligero gesto de negación con mano abierta–. Solo vine aquí por un tema muy puntual.

–Galatea, supongo –dijo Aleks, sentándose, él sí, en el taburete.

Tristán se arrimó a un fragmento de pared desnuda que separaba el estudio de Alekséi del resto de la casa, sacó una cajetilla de Lark de su bolsillo derecho, y de ella un cigarrillo, ofreció uno a Alekséi, pero él amablemente lo rechazó. Lo que sí hizo Aleks fue ofrecer fuego a su amigo, con su encendedor personal, antes de sentarse, de nuevo, en el austero mueble de madera sin tratar.

–Su entrevista es a las seis, ¿cierto? –preguntó Tristán, hecho el distraído, mientras daba a su cigarrillo una calada profunda.

Alekséi, que no era ningún tonto, supo de inmediato por dónde iba la cosa. Pero tampoco le interesaba seguirle la corriente a Gala, ni faltar aún más al respeto a Tristán –si es que cabe– diciéndole mentiras.

–Yo no la llamaría exactamente una entrevista –dijo Aleks, mirando a su rival a los ojos, desde la inestable comodidad de su asiento–. Y no. Es a las nueve.




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