Una musa para dos

56 | El camino del artista

El camino del artista:

Una breve aproximación a Coexistencias,

una exposición pictórica de Alekséi Galvés

(Fragmento)

 

Fecha de publicación: 5 de agosto del año en curso

En Revista Pez Espada

Por Galatea Molinari

 

Esta crónica no va necesariamente de la muestra pictórica como de su autor. Y ustedes me sabrán disculpar la digresión, pero se hace necesaria esta introducción para poder referirnos, de relancina, a la exposición denominada Coexistencias, que el artista Alekséi Galvés inaugurara, en el Museo Nacional de La Capital, el pasado 20 de julio del año en curso.

Conocí a Alekséi hace casi veinte años, en una universidad de la que ninguno de los dos nos sentimos orgullosos y respecto a la que hemos sido lo suficientemente esnobs como para mantenerla en un segundo plano de nuestras vidas, porque la carrera que ambos elegimos cursar, Publicidad, no era otra cosa que un intento tímido –o quizás la palabra correcta sea cobarde– para acercarnos a las disciplinas artísticas que realmente nos interesaban: la pintura, en el caso de él; y la escritura, en el mío.

Y es necesario comenzar esta crónica en su exacto punto de partida porque, para poder entender la obra de Alekséi Galvés, pintor capitalino de cuarenta y un años, ciudadano del mundo durante los últimos cinco, es indispensable conocer sus orígenes.

Aleks era un chico que trabajaba mientras estudiaba. Y quizás era el único de la clase que cometía esa hazaña. Como empleado en un Burguer King por las noches y las madrugadas, mientras que, el resto de nosotros, dormíamos plácidamente o nos tomábamos hasta el agua de los floreros durante esas mismas noches y madrugadas en las que él se ganaba la vida sirviendo hamburguesas a jovencitos mimados y trasnochadores como nosotros, para pagar la universidad privada en la que habíamos decidido estudiar.

Fue así como comenzó mi sempiterna admiración por él.

A Alekséi le molestó siempre la mediocridad. Tanto que no tenía reparos en decirle en la cara a los profesores que su desempeño docente dejaba mucho que desear. Eso le ha ganado muchos enemigos poderosos –debo decirlo–, pero también amigos fieles, que, aunque pocos, hemos podido ver en él el modelo a seguir para no quedarnos callados frente a las injusticias de este mundo.

Debo confesar que Alekséi Galvés fue el primer amigo hombre que tuve. Egresada de un colegio católico, con una timidez galopante que me había impedido hacer amigos del sexo masculino –y mucho menos novios–, encontré en Aleks el arquetipo del compañero que me habría gustado tener a mi lado en mis años de adolescencia.

Conocedor de mi nula experiencia amorosa y social, en general, Aleks solía alejarme pacientemente de escenarios potencialmente peligrosos para mí y que hubiesen puesto mi integridad en entredicho.

Así, si alguno de mis compañeros malintencionados –que los hubo, sin duda– me invitaba a su casa para “compartir” una cerveza con otros “amigos”, Alekséi me llevaba a un lado y me sacaba de ahí para pasear por las calles, visitar la Casa de la Cultura para ver las obras de arte que a él tanto le gustaban, o a escalar en la pared pública que había en la Concentración Deportiva de La Capital.

Sobra decir que jamás me puso un dedo encima en todo ese tiempo.

Con Aleks aprendí a no tenerle miedo a las calles, a caminar sola, a explorar la ciudad sin miramientos. Aprendí a apreciar el arte y lo bueno y también lo bello. Con él aprendí que una amistad masculina no implicaba, necesariamente, un involucramiento de otra índole.

A Alekséi le debo muchas cosas, pero, el abrirme la puerta de mi jaula creo que es, de todas, la principal, la más importante y por la que le estaré eternamente agradecida.

Había entonces algo que tenía que hacer para recompensarle. Comenzó en la clase de arte, cuando pintamos, por primera vez, con modelo. Aleks era el mejor dibujante de todos, su talento natural brillaba sin duda y pronto me di cuenta de que nada tenía que hacer en la carrera de publicidad y que, de seguir insistiendo en ella, acabaría desperdiciándose.

Ni Alekséi ni yo hemos sido personas de muchas palabras, pero nuestras conversaciones, cuando las había, fueron pocas y profundas. Y finalmente, una vez, cuando se encontraba bastante frustrado, luego de una de las peleas que tuvo con el profesor de Creatividad debido a la pobreza de sus clases, se lo dije.

Le dije que se retirara de aquella carrera, le dije que él era artista, no publicista, le dije que se estaría traicionando a sí mismo el resto de la vida si no abrazaba su vocación de una vez por todas, y le dije que, aunque me doliera en el alma no volver a verlo tan seguido como ahora, preferiría eso a verlo enojado y frustrado cada día, como había sido la norma durante los últimos meses.

Me ofrecí también a visitar con él la Escuela de Bellas Artes de La Capital, solo por curiosidad, para que la conociera y, en caso de que le gustara, animarlo a que se retirara de la escuela de publicidad y se inscribiera en aquella carrera, aunque eso significara no volver a verlo.




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