La crónica sobre Alekséi Galvés me valió el Premio Iberoamericano de Periodismo Cultural al año siguiente. Trajo también otro efecto inesperado –o tal vez no tan inesperado, después de todo–, el despunte final de la fama del pintor al que el reportaje hizo referencia.
Como era de esperarse, no recibí por parte de Aleks ni siquiera un escueto gracias.
Me da la impresión de que le carcome la vergüenza, quién sabe. O quizás simplemente no le importa. Probablemente nunca tenga una respuesta a estas preguntas.
Pero ha habido algo más, para mi buena suerte: mi carrera también ha logrado despuntar. Tanto que mi primer libro de cuentos, Fictizia ibemundi, se ha publicado ya en un par de ediciones y ha ganado, asimismo, un par de premios locales y alguno internacional.
Supongo que tendré, eventualmente, que abandonar mi trabajo como escritora de novelas románticas bajo pseudónimo, antes de que algún avispado se dé cuenta de que domino una doble vida que no me interesa que nadie se entere de que tengo.
He sabido poco de Tristán Belfas, debo reconocerlo. No solo me sacó de Facebook una segunda vez, sino que me bloqueó. Esta vez, para siempre. No lo culpo, pues yo, en su lugar, hubiera hecho lo mismo.
De vez en cuando estalkeo el perfil de Ana Julia. Hace un par de meses descubrí que tanto ella como Tris se están frecuentando de nuevo. Los vi en una fotografía junto a Amaru y a Kurama, el perro familiar. No me pregunten si de la familia de él o de ella.
En todo caso, me alegro por él, por Tris. Porque es bastante obvio que Ana Julia se ha conformado con el premio consuelo.
En cuanto a mi “amistad” con Aleks vía redes sociales, diré que Facebook es el último bastión que nos ha quedado a ambos para mantener lo más cercano a un contacto.
Por mi parte, he intentado dejar de seguirlo como unas diez veces en el lapso de un año, todas sin éxito.
Si no lo sigo y no sé nada de él, la ansiedad me carcome. Necesito enterarme de su vida por otros medios (como el crearme un perfil alternativo para poder estalkearlo con total impunidad, por ejemplo), y una alternativa como esa me resulta de por sí ya bastante penosa, de modo que he optado por tenerlo presente en mi feed de forma indefinida para mirar sus publicaciones y miniaturas de historias… e ignorarlas por completo.
A diferencia de mí, Alekséi tiene la mala costumbre de mirar mis historias religiosamente. El solo hecho de tener a su foto de perfil como evidencia de que está, de cierto modo, atento a mi intento de salir adelante con mi vida, me llena de una esperanza que sé que nunca se consumará. Pero me da igual, cada vez que miro su foto en el listado de personas que han visto mi historia, le saco captura de pantalla.
Porque estoy segura de que algún día se aburrirá de las tonterías que publico y dejará de verlas para siempre, y me gustaría tener una evidencia de que, en algún momento del tiempo, le fue fiel a mi memoria a la distancia.
A veces, muy pocas, debo decir, Aleks no ve mis historias en todo el día. Cuando eso ocurre, entro en una espiral descendente de ansiedad, miro el teléfono de manera compulsiva, me pregunto si es ese el día en el que decidió, por fin, que ha tenido suficiente de mí.
Luego entro en una especie de resignación estoica, acepto finalmente mi suerte, me consuelo con que, por un año entero, Alekséi Galvés estuvo mirando mis historias puntualmente, y se lo agradezco en silencio. Y acepto que nunca más volveré a ver su miniatura en el listado de views.
Y, al siguiente día, reaparece. Y el círculo vicioso se repite, otra vez, para nunca más acabar.
Mentí hace un momento cuando dije que ignoraba por completo las publicaciones de Alekséi. A veces me he tomado el atrevimiento de dar algún “me encanta” a sus posts. Así, para que sepa que todavía lo tengo presente, que no lo he dejado ir del todo, que eso posiblemente nunca pasará.
Y me doy pena de mí misma cada vez que hago algo como aquello.
A veces él también le da algún “me encanta” a una que otra historia. De hecho, ha pasado solo un par de veces. Y recuerdo perfectamente el sentimiento que me produce este hecho: felicidad, felicidad extrema. Es extremadamente raro que Alekséi le dé un corazón a alguien (porque carece de uno, he de suponer).
Alekséi Galvés sabe perfectamente cuándo echarme migajas apetecibles.
Las veces en las que la curiosidad morbosa me ha llevado a visitar su perfil, me he topado con lo de siempre: fotos de su obra, de su trabajo. Fotografías de sí mismo tomadas por otro (me pregunto quién es ese otro), en el que pinta, la más de las veces, a paisajes o personas.
Jamás ha aparecido en una foto con Valentina, lo que de cierta forma me consuela. Pero al mismo tiempo, la curiosidad y la incertidumbre me carcomen. Que no se saque fotos con ella no significa que no sigan juntos, y me he tomado la molestia de estalkear el perfil de ella para darme cuenta de que él le da like (no corazón) a todo aquello que Valentina publica.
Mientras que a mí solo le ha dado like a las publicaciones que tienen que ver con mi trabajo de escritora. Si he ganado algún premio, si he participado en alguna entrevista o conversatorio. Sospecho que evita dar me gusta a mis posteos sobre mi vida personal para dejarme claro que no quiere nada conmigo, pero que tampoco le disgusta que me vaya bien en la vida, especialmente, en mi trabajo artístico.
#12949 en Novela romántica
#2535 en Chick lit
trianguloamoroso, comedia y romance adulto, comedia romántica odio-amor
Editado: 29.10.2023