Una musa para dos

58 | La Gala Bianual de Artistas Capitalinos  

Un año y ocho meses. Es el tiempo que ha pasado desde que Alekséi Galvés dio con la puerta en la cara a Galatea Molinari durante su fatídico último encuentro. No se han visto la cara desde entonces, y probablemente ninguno quiera hacerlo de nuevo.

Saben cómo encontrarse el uno al otro, conocen su casa, su número de teléfono, tienen una idea vaga sobre los lugares que ambos frecuentan. Aun así, ninguno de los dos ha hecho el más mínimo intento por reencontrarse.

Pero exageramos de nuevo. Galatea sí que ha hecho algún tímido intento por vagar por San Marcos, una vez, un poco chispa, luego de una reunión con varios escritores en una cafetería del centro histórico.

Pero tuvo la buena suerte de que aquella tarde Alekséi no se encontrara en su casa. De lo contrario, habría hecho el ridículo al aparecerse borracha para golpear la puerta de su amado a las once y media de la noche.

Galatea escribió, posteriormente, un poema kitsch sobre aquella anécdota, que fue muy bien recibido por los estudiantes del taller de poesía en el que lo trabajó. Y también por su profesora.

Aleks, por su parte, ha continuado su vida como si nada hubiera pasado. Por supuesto que piensa en Galatea. Pero, vamos, se trata de un hombre práctico que tiene a quién hacerle el amor todos los días, si le da la gana. Y ese alguien no es su Jefa. Es Valentina.

Suponemos que Alekséi ama a su noviecita veinteañera, o al menos se esfuerza por convencerse de que así es la cosa, y aunque no siempre estén juntos, ya que se trata de un romance internacional, sabe que hay alguien y habrá, probablemente siempre, una mujer que esté dispuesta a aguantar sus pendejadas, siempre y cuando él sea capaz de sostener su fama y la fortuna que ha ido acarreando con ella.

De modo que, de los dos, la que más sufre es Galatea, por supuesto. Y por goleada.

Muy recientemente, tanto Galatea como Alekséi recibieron a sus respectivos correos electrónicos una invitación a una misma fiesta: La Gala Bianual de Artistas Capitalinos, que reúne en un evento más o menos informal a los representantes de las bellas artes de la ciudad que más se han destacado en los últimos dos años. Y los protagonistas de nuestra historia habían dado mucho de qué hablar durante ese lapso de tiempo, con los éxitos y premios cosechados en sus respectivas carreras.

Tanto Aleks como Gala supieron, al unísono, que se encontrarían con el otro en aquella fiesta, de forma inevitable e irreductible. Y, en lugar de dudar de si aceptar o no la invitación, ambos confirmaron su asistencia vía correo electrónico inmediatamente, sin pensárselo dos veces, para arrepentirse ambos, luego de un momento.

Pero para los dos ya era demasiado tarde, porque la suerte ya había sido echada. Y por su propia mano.

El evento se realizaría en una de las casonas coloniales más emblemáticas para el campo de la cultura capitalina: El Útero, un centro cultural cuya sede se encontraba en una magnífica propiedad de tres patios andaluces y numerosos ambientes, tanto en planta baja, como en alta y en terrazas, como para conversar a sus anchas, de cara a un evento de carácter semiformal, organizado por un colectivo de gestores interesados en estrechar lazos con los artistas más representativos de su ciudad.

Alekséi asistió solo, ya que Vale andaba de gira por Chile y Argentina. Y Gala también acudió sin acompañante, por el simple hecho de que hacía casi dos años que no tenía uno.

Galatea se había comprado su propio auto: un Peugeot 508 color neblina blue sky, de un modelo que no la hiciera ver como una nueva rica, pero que tampoco llamara a gritos la necesidad de fingir que no era, probablemente, la escritora financieramente más exitosa de su generación.

Estacionó su auto a una prudente distancia de la casona para evitar llamar la atención. Respiró profundamente mientras las manitas arregladas con un discreto manicure le temblaban, a tiempo que tomaba su bolso negro para salir a caminar unos pasos hasta la casona, en donde ya se adivinaba que habría demasiados conocidos que atestiguarían, en unos momentos, su reencuentro con aquel hombre del pasado que tantos traumas había ingresado en su cuenta personal.

Ataviada con una falda de tul beige hasta los tobillos, buso negro de cuello alto, sus rizos domesticados por un moño de bailarina que dividía su cabello oscuro por la mitad, aretes largos de motivos étnicos y labial rojo granate, Galatea Molinari no podía estar más hermosa a sus casi cuarenta años, y más sublime y sofisticada a ojos de todos los que la vieran.

Alekséi, por su parte, nunca había podido domesticar del todo su pancita de papá soltero, pero en general, se mantenía en más o menos buena forma a sus cuarenta y pocos. Conservaba todavía intacto su cabello negrísimo, muy poco salpicado por unas canas que apenas se notaban. Galatea, por su parte, había decidido pintar las suyas de color chocolate, porque todavía se resistía a dejarlas ser libres, luego de más de cinco años de tenerlas.

Gala caminó con una seguridad que no poseía a través de la estrecha acera de la estrecha calle que albergaba la casona. En el camino se encontró con algunos conocidos que le felicitaron por el éxito conseguido con su primer libro de cuentos.

Ella se mostró sorprendida de que algunas de esas personas, que en el pasado la habían visto por encima del hombro, se mostraran ahora tan amables y dispuestas a una ligera conversación con ella.




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