Una musa para dos

65 | Tienes que ver esto

Fue mi amiga Sandy quien me dio aviso:

«Tienes que ver esto». Y me adjuntó a su mensaje de Whatsapp una imagen en JPG que me tardé segundos en descargar.

Cuando por fin lo hice, ahí estaba: era, en efecto, una publicidad. Bueno, no era una publicidad, en el estricto sentido del término, sino un banner: Amigos entrañables, así es como se titulaba.

Y adivinaron, se trataba de la nueva exposición de Alekséi Galvés, la última en la que había trabajado durante su residencia en Islandia.

«Yo ya no tengo nada que hacer ahí», le respondí a Sandy, no solo porque hace rato que había abandonado toda esperanza de recuperar el contacto con Aleks, sino porque la fecha de inauguración de la muestra había pasado hace más de una semana. Y yo estaba al tanto de ella, solo que, ni me invitaron, ni tampoco iba a ir.

«Pues te equivocas, querida», fue lo que me contestó mi amiga. «Porque lo que está expuesto en esa muestra, te compete».

Me hubiera gustado decir que recibí la noticia con emoción, que se me paralizó el corazón como lo habría hecho en el pasado, pero, la verdad es que las cosas han cambiado. Cambiaron desde el exacto momento en que decidí publicar esa bendita novela.

No lo sabría explicar muy bien, pero fue como si me hubiese quitado un enorme peso de encima. Uno que había estado arrastrando desde hace demasiados años, y que ya no me importaba ni me convenía cargar de nuevo.

«Me dejas con la curiosidad», le mentí a Sandy. «Me voy a dar una vuelta por ahí esta semana».

«Más te vale que sea rápido, porque no vas a querer enterarte por los medios lo que tienes que ver con tus propios ojos, mujer». Sí, mi mejor amiga me había acabado de llamar mujer.

Y cuando ella me llamaba así, es porque la cosa –fuera lo que fuera– iba bastante en serio.

No mentiré si les digo que procrastiné como una condenada a la hora de decidirme a visitar la muestra. No porque me diera pereza, no. Sino porque temía encontrarme de manos a boca con el artista y, lo que es peor, con su noviecita la veinteañera.

Pero había otro escenario todavía más aciago: que me encontrara con los dos, al mismo tiempo.

Amigos entrañables no había recibido la misma atención de los medios que recibiera Coexistencias en su momento, y quise pensar, un poco de manera autocentrista, que la razón tenía que ver con que yo no le había hecho un reportaje memorable al artista esta vez.

Pero eran solo ideas mías. La verdad es que la muestra en cuestión era menos monumental que la anterior, pero se decía que tenía varias sorpresas, a juzgar por un par de reseñas que había leído en internet, intentando en lo posible evitar ver registros fotográficos de la obra, para no hacerme ningún autospoiler.

Entre las críticas más recurrentes a la obra había una que afirmaba que Amigos entrañables manejaba exactamente el mismo tema que su antecesora, Coexistencias. Esto es, la relación cercana del pintor con las personas que habían influido sobre él en el pasado y en el presente.

Hubo incluso una reseña que tachó a la muestra de monotemática, si bien reconoció en ella una gran sensibilidad artística y un sofisticado dominio de la técnica, al combinar el artista un tema poco tratado por los hombres en el arte con una genuina preocupación por las formas y el cultivo del arte pictórico.

En lo que a mí respecta, aquella reseña se parecía más a una ganancia que a una pérdida.

La verdad es que me fastidiaba mucho la idea de encontrarme con una serie de pinturas obsesivamente estudiadas de su Valentina Brochet en alguna pose de bailarina que yo sabía perfectamente que podía hacer, dada la grácil contextura de su cuerpo. Simplemente no me apetecía mirar cómo Alekséi Galvés les rendía culto a todas las personas importantes de su vida, excepto a mí.

Sin embargo, había algo en su propuesta artística que me interesaba, o al menos eso era lo que decía Sandy. Y que tenía que ver conmigo. Por lo que la sola idea de perderme quizás la única exposición que me tuviera a mí como un personaje de sus pinturas, no parecía una idea plausible, por lo que me dispuse a asistir sin mayores expectativas.

Recuerdo muy bien hasta cómo estaba vestida: con esos pantalones pallazzo que estaban de moda por aquel tiempo y una blusita de verano, blanca de lino rústico, que me hacía parecer más como una turista que como una paisana.

La idea era ir lo más casual posible a la Galería Arte+, que era la que acogía la muestra por unas escasas tres semanas, una y media de las cuales ya habían transcurrido. De modo que acudí un martes a primera hora de la mañana, segura de que Aleskéi o su concubina uruguaya no se tomarían la molestia de madrugar para recibir y conversar con los visitantes tan temprano en el día.

La galería resultó ser mucho más imponente de lo que yo esperaba. Situada en lo que había sido un galpón abandonado en un terreno igualmente abandonado en un sector privilegiado del centro norte de la ciudad, bien podía albergar una colección importante de las obras en las que Aleks habría estado trabajando los últimos meses.

Debo confesar no sin un poco de vergüenza que tuve que esperar en la tiendita de la esquina a que abrieran la galería a las nueve y media, y me entretuve, mientras tanto, desayunando una avena con leche y unas galletas de salvado y miel, fiel a mi estúpida idea de cuidar una línea que ya de por sí no necesitaba mucho mantenimiento, porque soy delgada por naturaleza.




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