Una musa para dos

69 | Un tal Alekséi Galvés

A la mano de artista sosteniendo el Kínder Bueno le seguían unas mangas de camisa y de chaqueta de paño gris oscuro y, cuando me di la vuelta, tomando el chocolate con mi mano, pero sin soltar la de él, Alekséi estaba ahí: con una sonrisa apenas esbozada y sus pequeños ojos negros que me parecieron extrañamente suplicantes.

No pude hacer nada más que saltar apenas hacia atrás de la sorpresa debido a su inusitada cercanía, para, enseguida, sonreír también con languidez y extenderle los brazos hasta ofrecerle el abrazo más generoso que me había atrevido a darle en muchos años.

Él correspondió mi abrazo con potencia y ternura al mismo tiempo, y así estuvimos como un par de minutos, hasta que la visible incomodidad de mi papá carraspeante, que había regresado de ver el cuadro y se unía, de nuevo, al grupo, nos sorprendió.

Supe enseguida que tendría que presentárselos y que el resultado de esa presentación no traería otra cosa que problemas.

–¿Así que usted es el tal Alekséi Galvés? –fue lo que mi papá dijo, con cara de pocos amigos, al haber hecho la relación entre la pintura, el nombre del artista que la firmaba y el hombre que se encontraba, en aquel momento, terminando de abrazarme. Ah, y la novela que yo había escrito y que tenía su nombre nada más y nada menos que en el título.

–Mucho gusto, señor Molinari –a Alekséi no le quedó de otra que extender la mano con una semisonrisa un tanto forzada porque supo enseguida que mi padre no era tan fácil al perdón y al olvido como yo.

Afortunadamente, papá tuvo la condescendencia de no dejarle con la mano estirada y estrechársela quizás con mucha más fuerza de la acostumbrada.

–Ya se me venía a la mente que se trataba de usted, Alekséi –dijo mi madre, así como para distraer la atención de la tensión generada por efectos de mi padre–. El día del lanzamiento de la novela de Galita no le alcanzamos a distinguir muy bien.

–No pude quedarme –dijo Aleks, luego de saludar a mi madre y a Sandy–. Porque tampoco fui invitado.

–Sus razones habrá tenido mi Galita –dijo padre, desconfiado, pero, vamos. Nadie de mi familia iba a hacerle al hombre que he amado el desaire de su vida–. Pero, ya está. Lo pasado, pasado.

La campanilla que anunciaba el inicio del evento tañó por primera vez. Era hora de ingresar a la sala para la respectiva premiación. Para mi fortuna o mi desgracia, no tuve la oportunidad de que Aleks me presentara a su familia. Especialmente a su hijo.

–¿Y dónde está tu novia? –le pregunté a Alekséi, incapaz de dominar mi lengua, porque ya había notado que había venido solo con tres de cuatro invitados.

–¿Mi novia, dices? –Alekséi se mostró un tanto divertido cuando me hizo esta pregunta–. Valentina me botó un segundo después de haber terminado de leer tu novela.  

No les mentiré si les digo que semejante declaración me supuso más alegría que sorpresa.

–Si no me funó fue por consideración a Amaru, porque de lo contrario…

–Entiendo –le corté con toda la amabilidad que pude, porque, la verdad, no quería, o no podía, ser la indirecta protagonista de aquel drama doméstico interno–. Siento mucho que eso haya pasado.

–No, no lo sientes –dijo Alekséi, mientras me invitaba a tomar mi lugar en una de las sillas destinadas a los artistas premiados, en la primera fila de la sala. Él se ubicó junto a mí–. Pero, da igual. No te lo estoy reclamando.

Porque, claro. Se lo tenía bien merecido. Como yo tuve merecido el haber sido cortada por Tristán.

La ceremonia de premiación se llevó a cabo sin mayores contratiempos. Antes de que se dijera en voz alta nuestros nombres, Aleks y yo nos tomábamos levemente de la mano, sin mirarnos las caras, con la vista al podio todo el tiempo, en espera de la recepción de nuestros respectivos premios.

Mi nombre fue el primero en decirse en voz alta. Antes de levantarme, Aleks y yo nos abrazamos y él me dio un beso particularmente sentido en la mejilla, que me caló hasta la coronilla, creo.

Cuando fue su nombre el que se dijo, hice exactamente lo mismo, pero, para entonces, ya había perdido todo el pudor que me había caracterizado desde el triste episodio de mi desencuentro con Alekséi y volvía a ser la Galatea de siempre, la que lo apercollaba con ganas y se le colgaba del cuello.

Sip, así de fácil y descarada soy.

Era mejor perdonar. Lo sé, liberador tanto para mí como para él. Y que fuera lo que Dios quisiera.

Al final de la velada era cerca de la una de la tarde. Justo para que cada familia fuera a celebrar con sus respectivos artistas en alguna especie de almuerzo familiar. Mi mamá no me había mencionado nada, pero supuse que aquella sería la despedida definitiva con Alekséi, porque era obvio que él preferiría estar con su familia que quedarse conmigo (y viceversa).

–Tomémonos una foto –fue lo que dijo Sandy, y enseguida, nos unimos a la tendencia general de sacarnos fotografías en los rincones más pintorescos de la sala y la biblioteca.

Alekséi, por su parte, hacía lo propio con sus allegados. Y también le correspondió responder a una que otra entrevista. A mí me tocó la misma dosis.

–¿Qué sentiste al haber recibido el premio a la mejor escritora del año por la novela inspirada en otro de los ganadores del galardón, pero en el área de pintura? –fue la pregunta de un joven periodista cultural de un medio local, quien obviamente no estaba versado en enfoque de género.




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