Una navidad con el Alfa

Capítulo 6.

¿Qué se dice en una situación así? ¿Se supone que miento? ¿Que sonrío y digo “quizás otro día”? ¿O directamente corro hacia la puerta?

Los ojos de Teo brillan, enormes, esperando mi respuesta como si fuera lo más importante del universo. Miro a su padre buscando ayuda, rogando que entienda mi cara de socorro.

Él es el adulto acá. Él debería encargarse. Yo… solo vine a verlo y ahora estoy atrapada en un dilema navideño emocional creado por un niño adorable.

—Hijo… —dice al fin.

Teo levanta la cabeza enseguida, atento.

—Camila acaba de conocernos —continúa él, con voz firme pero suave—. No podés preguntarle algo así. Probablemente quiera pasar la Navidad con su familia.

—Pero… ella te salvó—susurra Teo.

La expresión se le cae. Así, de golpe.

Como si alguien hubiera soplado su alegría y se desinfla despacito frente a mí.

Genial. Ahora lo hago sentir mal.

Perfecto. Me va a perseguir esta culpa para siempre. Es como ver un chihuahuita triste bajo la lluvia.

¿Quién puede decirle que no?

Respiro hondo.

—Está bien… —digo despacio—. Si a tu papá no le molesta… puedo pasar la Navidad con ustedes.

El silencio que sigue es… raro. No incómodo, pero sí de esos silencios donde todos procesan lo que acaba de pasar.

Teo me mira como si acabara de decirle que Papá Noel existe de verdad y vive en mi placard.

—¿En serio? —susurra, apenas moviéndose.

Asiento.

—En serio.

Sus ojitos se agrandan aún más. Después, sin avisar, se lanza a abrazarme las piernas. Me quedo congelada porque no esperaba tanto entusiasmo de golpe, pero le apoyo una mano en la espalda para no parecer una estatua inútil.

—Gracias —dice contra mi abrigo.

Me derrito un poquito. Solo un poquito.

Cuando levanto la mirada, su papá está observándonos. No serio, no molesto… más bien…Como si no entendiera por qué acepté, pero a la vez… como si le aliviara.

—Bueno —dice, carraspeando suavemente—. Ya que eso está decidido, ¿querés pasar? Así te muestro dónde vamos a poner la mesa.

—¿La mesa?

—Para la cena de esta noche —aclara.

Claro. Navidad. Hoy. 24.

Entro despacio. El padre camina hacia la cocina y me hace un gesto para que lo siga.

—¿Siempre preparan todo ustedes dos... solos? —pregunto, más para romper el hielo que otra cosa.

Él asiente.

—Sí. Su abuelo suele venir más tarde, pero este año está… —hace una pausa ligera, como buscando la palabra justa— ocupado.

Traducción: no sabemos si viene o si se olvidó que es Navidad.

Me guardo el comentario.

Teo corre hacia la mesada, donde hay un platito con galletas recién hechas. Toma una y la acerca a mi cara.

—Probá, Cami. Las hice yo solito.

Alza pecho para dar más enfasis. Es un encanto. El padre levanta una ceja.

—Las hicimos juntos —corrige.

—Pero yo las mezclé —dice Teo, muy orgulloso.

—Y yo evité que la cocina explotara.

Me río, porque es la primera vez que lo veo bromear… y le queda bien.

Tomo la galleta. Está tibia, rota por la mitad y llena de chips de chocolate amontonados en un solo lado, como si la masa hubiera quedado inclinada durante el horneado. Aun así, está rica.

—Está buenísima.

Teo hace un pequeño saltito victorioso.

El padre se apoya en la mesada, cruzando los brazos mientras me observa con esa expresión neutral que no termina de ser distancia, pero tampoco confianza.

—¿Y vos? —pregunta de pronto—. ¿Sos de festejar en grande o algo más tranquilo?

Me sorprende la pregunta. Pero la agradezco. Es la primera vez que él inicia una conversación real.

—Tranquilo —respondo—. En mi barrio, todos salen afuera a ver los fuegos artificiales. Mis vecinos siempre se juntan, tiran lucesitas y cosas así. Yo suelo mirar desde la ventana con un vaso de sidra.

—Acá no hacemos mucho ruido —dice él—. A los animales no les gustan.

Su tono es completamente normal, cotidiano… pero algo en mi cuello se eriza sin saber por qué.

Teo apoya los codos en la mesada y me mira.

—¿Querés ayudarme con los adornos del árbol? —pregunta—. Falta poner la estrella arriba.

El padre abre la boca para decir algo —probablemente para decirle que no moleste—, pero yo me adelanto.

—Dale —respondo—. Me encanta poner la estrella.

Teo sale corriendo hacia el living.

Cuando lo sigo, el padre camina a mi lado. Esta vez, más cerca. Lo suficiente como para sentir… algo. Una presencia. Una energía. Una calidez rara, como si su cuerpo irradiara más temperatura que lo normal.

—Gracias por esto —dice en voz baja, sin mirarme directamente—. Él… no suele encariñarse tan rápido con la gente.

—Bueno —susurro—. Yo tampoco.




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