Una navidad con el Alfa

Capítulo 9.

—Déjame, voy a llevarlo a la cama.

—Estoy despierto, papá —murmura somnoliento.

—Hijo, te estás durmiendo encima de nuestra invitada.

Teo intenta negar, pero la cabeza se le cae hacia adelante. Alden se ríe suave y lo carga sin esfuerzo. Teo apoya la mejilla contra su cuello y respira hondo, rendido al sueño. Abre apenas los ojos para mírarme.

—Buenas noches, Cami —murmura.

—Buenas noches, tesoro —susurro.

Los miro alejarse por el pasillo. Y no sé… hay algo en esa imagen —Alden, grande y seguro, sosteniendo a ese nene tan pequeño— que me deja una calidez rara en el pecho. No es enamoramiento, pero sí una ternura profunda. No sé ni cómo explicarlo.

A ver, no es que me guste… aunque sí: es atractivo, no soy ciega. Y tampoco creo en el “insta love”. Pero ver a un padre soltero, independiente, amoroso y realmente comprometido con la felicidad de su hijo… es agradable. Muy agradable.

Me quito la hebilla del pelo y dejo que caiga libre. Alden vuelve al rato, moviéndose con ese silencio que parece natural en él.

—Ya cayó. Y profundo.

—Se veía agotado.

—Sí. Gasta mucha energía. Es imparable.

Se sienta a mi lado. Mantiene una distancia respetuosa, pero aun así su presencia se siente cálida, sólida. Llena el espacio sin esfuerzo.

—¿Querés un café… o chocolate caliente?

—Chocolate —respondo sin dudar. Demasiado rápido. Me da un poco de vergüenza… pero es la verdad; Me encanta lo dulce. Y jamás le diría que no.

Alden sonríe de lado. Un gesto mínimo… pero lindo. Le devuelvo la sonrisa. Pasan unos minutos y vuelve con dos tazas humeantes. Cuando me pasa la mía, nuestras manos se rozan apenas. Solo eso.

Ridículo cómo me salta el corazón.

Tomo un sorbo.

—Está riquísimo.

—Me alegra. No soy experto, pero… he mejorado con práctica. O eso dice Teo.

Suelto una carcajada. Nos quedamos un momento en silencio, mirando el árbol. Las luces se reflejan en su rostro y me encuentro observándolo sin querer. Tiene ese aire rudo, de hombre acostumbrado a resolver solo, a cargar cosas pesadas. Pero cuando habla de Teo… todo se suaviza.

Y detrás de sus ojos…

Hay cansancio.

No tristeza.

Cansancio de padre que cría solo y no se permite caer.

Es un buen padre.

—Y bueno… —dice de repente, mirándome con esos ojos verde-ámbar—. Te adaptaste rápido al pueblo.

Sostengo la taza entre las manos.

—Creo que necesitaba un cambio —admito. Me sorprende lo fácil que me sale.

Alden me mira con atención.

—¿Por qué?

Exhalo despacio.

—No tengo una sola razón. —Miro mi taza—. Desde chica sentí que mi lugar era estar cerca de los animales. Son mi refugio. Especialmente después de que mi mamá falleció cuando yo era muy chiquita. Creo que intenté llenar ese vacío.

Él inclina la cabeza.

—Tenía un perrito —sonrío al recordarlo—. Mi compañero. Mi papá decía que ese perro me eligió a mí. Y creo que tenía razón. Sentía todo. Sabía cuándo estaba triste. Sabía hacerme reír. Me costaba hacer amigos. Toto me hizo sentir lo que es una verdadera amistad.

—Los animales saben. Y son los más fieles —dice Alden, seguro.

—Sí… —susurro, tragando el nudo en la garganta—. Después de eso, la veterinaria fue lo único que me salió natural. Pero la ciudad… me apagó con el tiempo. Ruido, horarios, estrés. Me estaba perdiendo un poquito. ¿Sabés? Y cuando apareció Nathaly, me sentí un estorbo en mi propia casa. Trabajé duro, y cuando llegó la oportunidad de irme… la tomé.

—¿Y el perro?

—Vivió muchos años. Fue un guerrero. Pero antes de graduarme enfermó, y… ahora está con mi mamá. Cuando murió, entendí que necesitaba un comienzo distinto.

Alden asiente, como si entendiera más de lo que dice.

—El cambio hace bien —murmura—. Aunque dé miedo. No es fácil dejar una parte de uno. Pero para dejar el pasado, hay que construir un presente. Los recuerdos siempre te acompañan, donde vayas. Y acá estás. En un pueblo perdido entre la nieve. Pasando Navidad con dos extraños.

—Sí —sonrío—. Y por ahora… está resultando mejor de lo que esperaba.

Nuestros ojos se encuentran. Un cruce tranquilo. Cómodo. Raro de lo natural que se siente.

—Bueno, entonces bienvenida.

—Gracias.

—extiendo mi taza y choco con la suya—. Son los primeros vecinos que me invitan a cenar.

—Gracias a Teo.

—Teo es especial.

Alden respira hondo, como si ese comentario le tocara algo profundo.

—Lo es. Es un hijo maravilloso.

Miramos el árbol un rato más, sin urgencias. Y es lindo. Esta paz.

Muerdo mi labio. Hace días tengo una pregunta que me pica en la cabeza desde que lo vi en la clínica. No quiero sonar entrometida… pero igual sale.

—Alden… ¿puedo preguntarte algo más personal?

Él se gira un poco hacia mí.

—Podés, Cam.

Trago saliva.

—Ese día que llegaste a la clínica… estabas muy mal. Y tenías ese metal clavado. Fue… impactante. Estoy acostumbrada a verlo en animales, no en humanos.

Él no aparta la mirada. Toma un sorbo de su chocolatada.

—No tenés que responder —agrego enseguida—. No quiero parecer entrometida.

Él suspira. Como quien sabe que esta conversación era inevitable.

—No sos entrometida. Y entiendo por qué querés saber.

Mi pecho se afloja.

—Fue un accidente —empieza, eligiendo cada palabra—. Si soy sincero, no esperaba… llegar entero. Ni llegar a una clínica. Y menos a una que estuviera abierta. Tu luz fue… la única que vi esa noche.

Hay algo extraño en cómo lo dice. No suena a accidente común. Pero tampoco a mentira. Bueno. Tampoco soy detective.

—¿Estabas solo?

Duda apenas.

—Sí. Y no fue la primera vez que… —se detiene.

No lo presiono. Solo lo miro. Y eso parece darle valor.

—Hay cosas en mi vida que no son simples —admite—. Prometo contártelas. Solo… no quiero que te asustes.

—Si algo fuera a asustarme, ya habría pasado —respondo con una sonrisa leve—. Ya te vi sangrar y sobreviví.




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