Una Navidad con el Demonio || Extra NavideÑo De "Castigo"

Capítulo 2: "Lo que sobrevive al invierno."

《—————🎄—————》

Faye.

Hay hombres que nacen para la guerra.

Y luego está Salvatore, sosteniendo un hacha como si el árbol hubiera cometido un crimen personal.

—No entiendo por qué debo hacer esto —dice, con el ceño fruncido—. No conseguimos decoraciones. ¿Qué le vas a poner al árbol? No hay lógica.

—No importa que no tengamos decoraciones, necesitamos un árbol de todas formas —respondo, ajustándome el abrigo.

Resopla, pero comienza a avanzar sobre la nieve hacia los pinos que se alzan sobre nosotros.

Vittorio, a su lado, intenta no sonreír. Lo conozco desde hace tiempo: ese silencio es risa contenida.

—¿Alguna instrucción? —pregunta Vittorio, educado.

—Sí —respondo—. Que no lo destroce. Solo córtenlo.
Salvatore me lanza una mirada asesina.

—Si esto es un ritual navideño, debería tener armas mejores.

—Confía en mí —le digo—. Este árbol va a ser histórico.

Y entonces vuelvo a entrar a la mansión, Demonio maúlla, mirándome desconcertado.

—No te preocupes, Demonio... no eres el único gruñón de la Navidad —lo cargo en brazos, plantando un beso en su cabeza.

Una hora después, regresan.

El árbol es… torcido. Irregular. Una rama parece haber perdido una pelea. Otra apunta hacia el cielo como si pidiera auxilio.

Él lo deja caer frente a la sala.

—Es horrendo —gruñe.

—Es perfecto —digo.

—No lo es.

—Lo es porque es nuestro.

Eso lo desarma un segundo. Solo uno. Pero lo suficiente.

—¿Y ahora qué? —levanta una ceja— ¿Lo vas a dejar así?

Sonrío.

—No, tengo algo planeado...

Lo tomo de la mano antes de que pueda protestar, y lo arrastro escaleras arriba, hasta mi estudio.

El lugar ya no parece mi estudio.

Es un taller improvisado. Telas rojas, blancas y verdes. Cintas, retazos, botones, hilos dorados. Tijeras abiertas como estrellas de metal. Hay bocetos por todas partes. Caos creativo.

—¿Qué es esto? —pregunta.

—Navidad —respondo—. La de verdad.

Empiezo a trabajar. Mis manos recuerdan cosas que mi mente había olvidado. Doblo telas. Coso moños. Armo estrellas imperfectas. Gorros, incluso uno pequeño para mi gato.

Salvatore se sienta en una silla, observándome con una mezcla de irritación, cariño y aburrimiento.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Ya hiciste una, pero sí —respondo, mientras sigo cosiendo.

—¿Por qué te emociona tanto la Navidad? —frunce el ceño, cruzándose de brazos— No lo entiendo...

Suspiro.

—Mis abuelos… —empiezo— son los culpables de todo esto...

Levanto una estrella de tela y la observo contra la luz.

—Ellos hicieron que la Navidad fuera mágica. No porque tuvieran dinero, sino porque tenían tiempo. Paciencia. Ganas.

Salvatore no interrumpe. Eso ya es un milagro.

—Mis padres nunca fueron muy entusiastas, aunque era entendible porque trabajaban tanto que no tenían tiempo para comprar regalos o buscar un pino, pero... —sonrío inconscientemente al recordar mis navidades en el campo—. Mis abuelos hacían que todo fuera mágico, se emocionaban con la llegada de Santa, les dejábamos leche y galletas caseras, y también agua y pasto para los renos. Mi abuela hacía el mejor chocolate caliente del mundo. No exagero. Era espeso, dulce, con un toque de canela. Decía que el secreto era revolver siempre en el mismo sentido.

Comienzo a cortar el molde para las botas navideñas.

—Timothee y yo hacíamos competencias de casitas de jengibre. Eran ridículas. Pero mi abuelo decía que la mejor casita de jengibre se ganaba la posibilidad de escoger el pino —continúo—. Yo siempre ganaba.

—Por supuesto —murmura.

Lo miro de reojo. Tiene una expresión extraña. No dura, ni fría. Atenta.

—Pero… —mi voz se quiebra apenas— la Navidad también duele.

Bajo la mirada al recordar a mi hermano, mi hermano antes de que la vida lo golpeara y se convirtiera en lo que se convirtió. En mis amados abuelos que ahora son estrellas, en la ilusión de una niña que se emocionaba tan solo con un bastón de caramelo.

—Porque el tiempo pasa. Porque la gente se va. Porque un día te das cuenta de que estás armando decoraciones sola, en una mansión enorme, intentando reconstruir algo que ya no existe igual.

El silencio pesa.

De pronto, unos brazos me rodean.

Acaricio sus manos mientras entierra su rostro en mi cuello, siempre hace eso cuando le cuento algo triste o nostálgico de mi pasado. Sé que muchas veces no sabe cómo consolarme, pero lo intenta a su manera.




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