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Faye.
Despierto con una sonrisa antes de abrir los ojos.
Eso ya es una señal.
Es Nochebuena.
El techo de la habitación sigue siendo el mismo, elegante y silencioso, pero algo cambió. Tal vez soy yo. Tal vez es la certeza de que hoy todo tiene que salir bien, porque lo planeé durante días como si fuera una operación delicada, casi quirúrgica.
Ayer me pasé horas decorando la mansión con las telas que hice en el estudio. Moños colgados de las barandas. Estrellas cosidas a mano. Pequeños detalles que nadie notaría… excepto yo.
Giulia, bendita Giulia, hizo un registro digno del FBI: investigó cada tienda navideña en kilómetros a la redonda y volvió victoriosa con luces, renos para el jardín y esferas para el árbol.
Desayuno hablándole a Salvatore sin respirar.
—Giulia es una genia absoluta —le digo, mientras revuelvo mi café—. Encontró luces blancas, nada de esas horribles de colores. Y renos. RENOS. Los puso afuera, parecen sacados de una película.
Él mastica lento. Medio dormido. Con el cabello revuelto y la camisa abierta.
—Ajá —murmura.
—Y la cena… —continúo—. Ya lo tengo todo pensado. Pavo, pero con especias italianas. Pasta, pero con una receta de mi abuela. Es una mezcla simbólica, ¿entiendes? Como nosotros.
—Claro —dice, bostezando.
Me sonríe apenas. Eso me alcanza.
Se levanta, se acerca y me besa la frente.
—No trabajes hasta tarde —le pido—. Por favor.
—Voy a llegar a tiempo, principessa —acaricia mi mejilla—. Te lo aseguro.
Le creo. Siempre le creo. No sólo porque esté enamorada, si no porque este hombre me ha demostrado miles de veces que conmigo es sincero.
Cuando se va, la casa queda en silencio. Un silencio expectante.
Abro la computadora y empiezo a buscar recetas. Quiero que todo sea perfecto. Que Italia y Estados Unidos se sienten a la misma mesa sin pelear.
Llamo a mis padres, pero no me responden. Probablemente estén en viaje, me desperté muy temprano para poder organizar con Gabriele el viaje en el avión privado y que lleguen a tiempo.
El cansancio me alcanza sin avisar. Quizás es por mi exceso de emoción, o quizás porque llevo los últimos tres días con una euforia que en algún momento tiene que bajar.
Me preparo un baño caliente para relajarme, pensando que serán solo diez minutos de descanso y después podré continuar con mis actividades. Pero el agua me envuelve, y el mundo se apaga.
Despierto sobresaltada.
Miro el reloj.
Maldición.
Es tarde, muy tarde. DEMASIADO tarde.
Todo es prisa a partir de ahí. Me visto rápido, me recojo el cabello en un moño y me pongo un suéter navideño que Giulia consiguió en unas rebajas.
Bajo a la cocina rápidamente y enciendo el horno. Saco los ingredientes que compré el día anterior, busco las recetas que guardé en mi teléfono. Y enciendo música navideña para no pensar.
Cocino y envuelvo regalos al mismo tiempo. Papel rojo. Cintas doradas. Todo comprado en secreto, a escondidas de Salvatore, como si fuera una adolescente planeando una travesura. Jingle Bell Rock suena de fondo mientras muevo las caderas y le aplico una última capa de mantequilla al pavo antes de volver a meterlo al horno.
Termino de envolver todo, y dejo los regalos debajo del arbol maltrecho. Las salsas no me quedaron taaaaan bien, pero están comestibles... creo.
Y entonces llamo a mis padres. Quienes afortunadamente responden.
—Faye, cariño, lo siento mucho...
Cierro los ojos.
No lo puedo creer, lo único que me faltaba.
—Por favor, mamá —suspiro—. Dime que están en camino...
Ella se queda en silencio, confirmando mi desgracia.
—Tu padre tuvo una reunión a último momento, y... —hace una pausa— perdimos el vuelo.
Mi corazón se tensa.
—No vamos a llegar, Faye.
El silencio me golpea más fuerte que cualquier grito.
—Entiendo —respondo, tragando saliva—. Bueno, que tengan una bonita Navidad.
—Tu también, cariño. Envíale mis saludos a... tu novio —musita.
Cuelgo.
Me quedo quieta. Demasiado quieta.
Tenía la ilusión de que vinieran mis padres, quizás porque mi inconsciente piensa, desde que soy niña, que en la Navidad todos podemos olvidar al menos por un día nuestros conflictos. Ya que mis padres siempre se unían a la cena navideña con mis abuelos. A último momento, pero lo hacían.
Y aunque mi relación con ellos sea complicada, son el único recuerdo viviente que tengo de aquellos tiempos.