Una Navidad con el Demonio || Extra NavideÑo De "Castigo"

Epílogo.

《—————🎅—————》

Salvatore.

Volvemos a la habitación del hotel con el frío todavía pegado a la ropa y el ruido de París apagándose detrás de las ventanas. La Torre Eiffel queda atrás como un espectáculo bien ejecutado: bonito, preciso, innecesario de repetir.

Cierro la puerta.

—Tengo otro regalo para ti —murmuro, acariciando su cintura.

Faye me mira, con las mejillas aún encendidas por el frío y la emoción.

—Yo también —responde—. Pero el mío…

—No, primero el mío.

—¿Estás seguro? —levanta una ceja, sonriendo divertida.

—Sí, porque sé que te gustará mucho, ven —tiro de su brazo y la llevo hacia la cocina—. ¡Tápate los ojos!

—Está bien —resopla, cubriéndose los ojos con las manos.

Saco dos cajas de una bolsa y la dejo sobre la mesa. Son grandes, rectangulares, ridículamente livianas para lo que suele significar un regalo mío.

—Ya puedes mirar.

Faye baja las manos de su rostro, y se queda en silencio por unos segundos, parpadeando varias veces.

—¿Casas de… jengibre? —pregunta, incrédula.

Dos kits. Exactamente iguales. Paredes, techos, glaseado, caramelos.

Me observa con una mezcla de incredulidad y felicidad.

—Sí, quizás algunos momentos bonitos del pasado se puedan recuperar... —me encojo de hombros.

Sus ojos brillan, y abraza una de las cajas con una ternura que me da ganas de regalarle más momentos como este por el resto de mi vida.

—Voy a ganarte —dice, sonriendo—. Mi casa va a ser la más bonita.

—Lo dudo.

—¿Ah, sí?

—Yo nunca pierdo, guapa —le guiño un ojo.

Se ríe, y me besa. Demasiado feliz para alguien que hace unas horas estaba al borde del colapso.

—Pero antes —digo—, quiero ver tu regalo.

Ella ladea la cabeza.

—Oh... cierto... mi regalo —levanta ambas cejas—. ¡Te encantará!

—No lo dudo —le doy un apretón a su cintura.

Se da la vuelta y camina hacia el baño.

—Prepara todo —me dice—. Y no hagas trampa.

—Sabes muy bien que siempre hago trampa.

—¡No esta vez!

Empiezo a sacar las piezas de las cajas cuando la veo desaparecer en el baño, alineándolas con precisión militar. Las casas son endebles, mal diseñadas. Azúcar y promesas. Nada que yo respetaría en otro contexto.

Momentos más tarde, escucho la puerta del baño abrirse.

Así que levanto la vista.

Faye sale envuelta en una bata de seda roja. El cabello suelto, sus ondas doradas cayendo por sus hombros. Me mira con esa expresión que ya conozco demasiado bien.

—Dime —pregunta—. ¿Logré contagiarte el espíritu navideño después de todos estos días?

La observo de arriba abajo. Evalúo. Como siempre.

—No mucho —respondo—. Me gustó celebrar Navidad contigo. Pero sigo pensando que es comercial, excesiva e innecesaria.

Asiente lentamente.

—Entiendo.

Y entonces se desata la bata.

Debajo lleva un disfraz de Mamá Claus que debería ser ilegal en al menos tres países. Rojo. Ajustado. Provocador. Hecho para destruir cualquier argumento lógico.

—¿Y ahora? —pregunta—. ¿Sigues pensando lo mismo?

Mi cerebro se apaga. Directamente.

La miro completamente embobado, mi mandíbula casi cae al suelo.

—No.

Camino hacia ella sin pensarlo. La cargo sobre mi hombro como si no pesara nada.

—¡Salvatore! —se ríe—. ¡Las casitas de jengibre!

—La competencia puede esperar.

La llevo a la cama. Decido, como casi todo en mi vida desde que ella llegó a mi, cambiar el orden de las cosas.

Entiendo algo en ese momento. Algo simple. Brutal.

Algunas tradiciones merecen repetirse.
Y otras… reinventarse en la cama.

Pero, por sobre todas las cosas, comprendo que tal vez la Navidad no sea luz...

Tal vez sea elegir a quién dejar entrar en la oscuridad.




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