Una navidad con mi ex (otra vez)

911 navideño

Capítulo 2 –

El desastre navideño continuaba.
Intentábamos, con más ganas que talento, arreglar el árbol torcido, recolocar las galletas mutantes y salvar lo que quedaba del pavo que, sospechosamente, olía un poco… raro. Muy raro. Lo cual no ayudaba a que Liam dejara de mirar Instagram cada tres segundos mientras yo intentaba rescatar nuestra cena de Navidad.

—Liam… —dije, acercándome a la cocina con una mezcla de exasperación y resignación—. ¿Podrías, por favor, AL MENOS una vez, mirar el pavo mientras yo me desangro de estrés aquí?

—No hay nada que mirar —dijo él, levantando la vista del teléfono—. Solo es… pavo.

—Sí, claro. Ese pavo que huele a carbón con especias —comenté con toda la sutileza de la que fui capaz—. Nada que ver con un incendio inminente.

—¿Incendio? —preguntó Liam, con cara de inocencia suprema, como si yo acabara de inventar la palabra—. No huele a nada raro.

—Oh, sí… claro, Liam —dije, ladeando la cabeza y cruzando los brazos—. Tu sentido del olfato es tan confiable como tus habilidades para cocinar.

Él me lanzó una sonrisa culpable que, honestamente, habría sido adorable en cualquier otra circunstancia, pero no mientras el pavo estaba a punto de convertirse en un fósil culinario.

En ese instante, un ligero humo comenzó a escapar del horno.
—¡EL PAVO! —grité, corriendo hacia él con la bata levantada dramáticamente—. Se está incendiando. ¡Corre, corre, corre!

Liam me siguió, con los ojos muy abiertos y el teléfono aún en la mano.

—No huele a nada —masculló, un poco pálido—. Seguro es solo… aromaterapia espontánea.

—Sí, aromaterapia. Aromaterapia que te dejará con aliento a carbón —le contesté, lanzándole una mirada que mezclaba diversión y horror—. Ahora, si quieres vivir, aparta el teléfono y ayúdame.

Salté hacia el horno, sacando la bandeja con guantes que no eran lo suficientemente resistentes y esquivando pequeñas llamaradas que parecían tener vida propia. Liam intentaba “ayudar” sosteniendo el extintor… y mirándolo como si fuera un juguete nuevo.

—¡Casi lo tenemos! —dije, mientras el humo invadía la cocina y nos hacía toser—. ¡Un paso más y…!

—Emma… ¿y si pedimos comida? —preguntó él, de la forma más inocente posible.

—¿Pedir comida? —repetí, girándome para mirarlo con la mayor incredulidad que pude reunir—. ¿Quieres que mis padres lleguen y nos vean llamar a Domino’s mientras el pavo se convierte en cenizas? Genial, Liam, excelente idea.

—Solo preguntaba —susurró, encogiéndose de hombros—. Pero si quieres, puedo buscar un menú navideño en Instagram.

—Perfecto —dije, apuntándolo con un cucharón como si fuera un sable—. Ve practicando tu arte de Instagramming mientras yo salvo la cena.

Miré el pavo. Quedaba muy poco comestible, y lo que estaba parcialmente intacto tenía un sabor sospechosamente a quemado. Era como si cada mordida me recordara que, en efecto, Liam y yo éramos un desastre culinario navideño ambulante.

Suspiré y me dejé caer sobre la encimera un segundo, buscando inspiración.
Eso fue cuando la luz apareció en mi cerebro: llamar al 911 culinario del caos navideño.

—Liam… —empecé con tono solemne—. Creo que no nos queda de otra: voy a llamar al 911 culinario.

Él arqueó una ceja.

—¿911 culinario? ¿Existe eso?

—No, pero debería —le contesté—. Es la única forma de rescatar esta Navidad sin que terminemos envueltos en papel de aluminio y humos tóxicos.

Liam se acercó, curioso, mirando por encima de mi hombro mientras marcaba el número.

—¿A quién llamas? —preguntó, intentando husmear.

—Déjame hablar —dije, caminando por la sala con pasos firmes, casi como si estuviera en un desfile militar navideño—. Voy a organizar que venga la persona perfecta para este trabajo.

—¿La persona perfecta? —repitió Liam, con cara de “esto va a salir mal”.

Ignorándolo, seguí marcando con precisión, lista para salvar nuestra primera Navidad oficial juntos.
Mi corazón latía acelerado y un cosquilleo de emoción me recorrió la espalda: por fin alguien podía salvarnos del desastre que Liam y yo habíamos creado. Aunque el caos siempre nos perseguiría.

—Listo —dije, girándome hacia él con una sonrisa triunfal—. Todo resuelto. Con suerte, esto estará listo para cuando lleguen nuestros padres.

Liam me miró, totalmente confundido.

—Emma… no entiendo nada.

—No te preocupes —dije, ajustando el cabello con un gesto dramático—. Déjalo en mis manos.

Colgué.
Y luego… dije su nombre en voz alta.

—¡Perfecto! Ha llegado la persona indicada: Samantha C..

El rostro de Liam se puso blanco como un muñeco de nieve recién sacado del congelador.

—¿Samantha…? —balbuceó, con la voz temblando un poco.

—Sí —afirmé, cruzando los brazos—. Samantha C. Es experta en salvar cenas de desastre, controlar incendios emocionales y, sobre todo, en lidiar con maridos, novios y ex novios con poca habilidad culinaria.

Liam me miró como si acabara de ver un fantasma.
Sabía exactamente por qué estaba traumado: aquella mujer lo odiaba con pasión desde el incidente del café caliente y el desastre de su laptop arruinada. Él me lo había contado en tono de advertencia hace meses, pero nunca pensé que su cara al escuchar su nombre fuera a ser tan épica.

—Emma… —susurró, con voz de niño atrapado en un castigo—. ¿Realmente… la llamaste?

—Sí, Liam. La llamé —dije con una sonrisa sarcástica—. Y con suerte salvará la Navidad… o al menos nos hará sobrevivir a los próximos tres días sin incendiar la casa ni nuestra relación.

Se dejó caer en una silla, con expresión de absoluto terror mezclado con resignación.
Yo lo miré, todavía emocionada por el caos que acabábamos de desencadenar.

—Vamos, cariño —dije, apoyando una mano en su hombro—. Esta Navidad no será perfecta, pero con Samantha de nuestro lado, al menos podremos fingir que sí.



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Editado: 07.12.2025

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