CAPÍTULO 5 —
La casa brillaba. Literalmente. No sé qué clase de pacto hizo Samantha con el espíritu de Mariah Carey, pero aquello parecía una mezcla entre Hogwarts en Navidad y un comercial de velas aromáticas de lujo. Si hubiera encendido una más, la casa habría tenido olor a “navideño traumático con notas de canela”.
Liam y yo estábamos de pie frente a la mesa, jadeando como si acabáramos de escapar de una estampida de renos drogados.
—Bueno —dijo él, estirando el suéter navideño que le marcaba los brazos de una manera muy ilegal para mi paz mental—. Creo que… sobrevivimos.
—Sobrevivimos por ahora —corregí, dándome la oportunidad dramática—. Falta la parte más peligrosa.
Naturalmente, porque la vida es una película dirigida por el destino más caótico del mundo… sonó el timbre.
Perfecto. Hora de arruinar lo que quedaba de mi estabilidad emocional.
Respiré hondo. Fui a abrir.
Mis padres estaban en la puerta. Mamá llevaba ese abrigo beige que solo significa una cosa:
“Vengo a juzgar. Prepárate.”
Papá sonreía como si no se diera cuenta de que estaba casado con una mujer que critica desde cómo respiras hasta cómo cortas el pan.
—¡Hola, cariño! —dijo mamá con esa sonrisa que parece amable, pero provoca pequeñas muertes internas.
—Hola, mamá… hola, papá.
—¿Y Liam? —preguntó ella, como si fuera un examen sorpresa.
Respiré resignada.
—Liam… ya están aquí.
Mi pobre novio avanzó hacia la puerta con la emoción de quien camina hacia un pelotón de fusilamiento.
—Señora Emilia … señor Luke. Bienvenidos —dijo, fingiendo calma y fallando miserablemente.
Mamá le dedicó una sonrisa microscópica. Como esas que les das a los vecinos que no te caen bien pero aún necesitas para recibir paquetes.
Y entonces empezó.
El escaneo maternal.
Los ojos de mi mamá recorrieron cada centímetro de la sala como un dron de inspección: paredes, mesa, manteles, suelo… probablemente estaba buscando manchas invisibles con visión infrarroja.
Al no encontrar nada, puso una expresión casi… decepcionada.
—Está… aceptable —anunció.
Aceptable.
Para mi madre, eso equivale a una ovación de pie en Broadway.
Apenas iba a responder cuando sonó el timbre de nuevo.
Los padres de Liam llegaron como si vinieran de una posada donde sirvieron ponche fermentado y espíritu navideño en exceso.
Su papá, grande, sonriente, bufanda del equipo de fútbol americano como si fuera parte de su ADN.
Su mamá, radiante, agitando una caja de postre como si la hubiera ganado en un duelo culinario épico.
—¡Emma, mi cielo! —exclamó ella, abrazándome con el cariño de un oso que no sabe medir su fuerza.
Mi madre la observó con una mezcla de horror, juicio y una pizca de “¿y esta mujer por qué abraza así?”.
Presenté a ambas familias.
Silencio.
El tipo de silencio que hace a los ángeles pedir vacaciones.
La mamá de Liam sonrió amablemente.
Mi madre la miró como si hubiera salido de un documental titulado "Especies Desconocidas y Sospechosas".
Y yo ahí… deseando evaporarme discretamente.
Se acomodaron en la sala. Al instante, las familias se dividieron en dos universos:
Los papás:
Risas, palmadas en la espalda, anécdotas tontas, comparaciones de parrillas, y probablemente estaban a minutos de decidir ser compadres.
Las mamás:
Sonrisas falsas, comentarios pasivo-agresivos, y una tensión tan densa que podría cortarse con un cuchillo de mantequilla congelada.
El padre de Liam soltó un chiste.
Mi papá se rió tanto que golpeó la mesa.
Mi mamá lo miró como si hubiera pateado un pesebre con Jesús incluido.
Pasamos a la cena.
El pavo…
Bueno.
Llamarlo pavo era un acto de fe.
Samantha lo había… reconstruido.
Algo entre taxidermia culinaria y magia negra.
Se veía como pavo.
Olía a pavo.
Pero yo sabía que si ese pavo hablara, lo haría con voz temblorosa y diría:
"He visto cosas… cosas que no deberían existir."
Nos sentamos.
El aire estaba tan cargado de tensión que incluso las luces del árbol parpadearon nerviosas.
Mamá tomó su plato y disparó su primer misil diplomático.
—Qué… interesante decoración navideña —dijo—. Muy… atrevida.
La mamá de Liam, con sonrisa de reina villana, respondió:
—Gracias. Me encanta lo atrevido. Lo predecible me aburre.
El choque de energías fue tan fuerte que el árbol navideño vibró.
Liam, pobre alma, me dio una palmadita en la pierna.
—Resiste —susurró.
Los papás estaban en su propio universo de risas.
Ellas estaban a tres comentarios de lanzarse cubiertos.
Decidí intervenir.
—Creo que es hora del postre —anuncié, cual diplomática intentando evitar un conflicto internacional.
Arrastré a Liam a la cocina.
—Tenemos un problema —dije—. Si siguen así, alguien termina muerto con un adorno navideño incrustado en el ojo.
—Tengo un plan —dijo con voz solemne.
—¿Es bueno?
—…No.
Genial.
Regresamos a la mesa. Liam se puso de pie como presentador de programa infantil.
—¿Saben qué es genial? —anunció—. Que somos una familia unida. Todos nos queremos, nos respetamos y estamos felices de compartir esta Navidad.
Silencio.
El silencio más incómodo jamás registrado. A excepción de papá que alabó el postre de la mamá de Liam y eso únicamente empeoró las cosas.
Mi mamá lo miró a Liam como si hubiera dicho que adoraba a los unicornios rosados y a papá lo fulminó y menos mal que no tenía el poder de supermán, porque mi pobre padre hubiera pasado a mejor vida.
—¿Que, qué dije? —cuestionó con inocencia y ella torció los ojos tipo exorcista.
La mamá de Liam sonrió como si quisiera abrazarlo por intentar algo tan inocente.