Una navidad con mi ex (otra vez)

Navidad en Urgencias (porque claro que sí)

CAPÍTULO 6 —

El camino al hospital fue… una experiencia religiosa.

Religiosa de verdad:
recé, prometí cambiar mi vida, ofrecí diezmos imaginarios, juré no volver a comer postre ajeno sin preguntar los ingredientes, y hasta consideré bautizarme otra vez si mi papá sobrevivía al ataque mortal de un pastel navideño.

Iba atrapada en el asiento trasero del enorme carro del papá de Liam, rodeada de adultos alterados como si fuéramos elenco de una telenovela en carretera.

Y se sentía que éramos 7 en un carro de 5, no por falta de espacio, sino por el hecho de que mi madre se sentía igual, o peor de inflada que papá como pez globo después de ponerle un compresor de aire en la boca, ella simplemente no cabía en el auto porque su molestia la hacía enorme en ese coche.
Las leyes de la física estaban llorando.

El papá de Liam conducía como si fuera escapándose de un apocalipsis zombi.
La mamá de Liam iba adelante agarrándose del tablero con devoción.
Mi mamá respiraba a mi izquierda como toro que vio rojo.
Y yo, aplastada entre Liam y la puerta, reconsiderando todas mis elecciones de vida.

El papá de Liam, intentando “romper la tensión”, decidió que era un excelente momento para los chistes.

—Bueno, al menos esta Navidad nadie la va a olvidar, ¿eh? —soltó, riéndose solo, como si eso ayudara.

Su esposa giró y lo golpeó con el codo tan fuerte que retumbó en el carro.

—¡Ay, mujer! ¿Qué te pasa?

—Eso —susurró ella con una sonrisa homicida— es un “cállate”.

Quise aplaudirle.
Esa mujer era mi espíritu animal.

Mi mamá bufó con un dramatismo digno de ópera italiana.

Yo cerré los ojos y traté de no morir del estrés.

—Señora Eleonor… —dije tímida, mirando a la mamá de Liam—. Lo siento por todo. Mi mamá… bueno… ya vio cómo es.

Ella sonrió tan dulce que casi me puse a llorar.

—Ay, Emma, tranquila. Tu mamá me recuerda muchísimo a la mía. Todo lo critica, todo lo quiere perfecto, todo lo hace mejor que los demás… y si no lo hace, igual puede decirte cómo deberías hacerlo tú.

Mi mamá abrió la boca para defenderse, pero solo salió aire indignado.
La estaba describiendo tan exacta que daba miedo.

—Yo solo… —intentó mamá, pero no terminó.
Y eso ya era todo un evento histórico.

Llegamos al hospital.

De milagro.
Porque entre los frenazos del papá de Liam y los comentarios tensos de mi mamá, pensé que nos estrellaríamos antes de llegar.

Para mi alivio (y el del universo entero), mi papá estaba bien.
La reacción alérgica había sido fuerte, sí, pero lo atendieron rápido. Ya estaba sentado en la camilla, con cara cansada, pero vivo, respirando y sin parecer globo de caricatura.

Le di gracias a Dios, al doctor, a la enfermera, al paramédico, al que inventó las ambulancias y al que compró ese medicamento que le pusieron.

El papá de Liam, relajadísimo, comentó:

—Uy, hermano, te pusiste como globo de desfile. ¡Pensé que ibas a flotar y todo!

Mi mamá lo miró como si hubiera insultado a todos sus ancestros.

Papá suspiró —porque casarse con mi mamá requiere paciencia nivel Jedi— y le dijo:

—Amor… ve con Emma. Hablen. Por favor.

Ella puso cara de “prefiero comer vidrio”, pero él le hizo una seña tan clara que no podía ignorar.

Salimos al pasillo.

Tiempo de enfrentar a mi propio jefe final navideño:
Mi mamá en modo emocional.

Cruzó los brazos como si se protegiera del mundo entero.

—No sé qué quieres hablar, Emma —dijo con ese tono que indica que sí sabe, pero prefiere hacerse la mártir.

Respiré hondo.

—Mamá… no podemos seguir así.

Ella me miró con frialdad.
O con miedo.
No supe distinguir.

—Yo solo quiero lo mejor para ti —respondió, como siempre.

—Lo sé —dije suave—. Pero a veces siento que… me ahogas.

Pareció que le había arrojado un vaso de agua helada en la cara.

—¿Ahogarte? ¿Yo?

Tragué saliva.
Momento incómodo nivel experto.

—Sí, mamá. Te amo, pero… me criticas por todo. Por cómo vivo, por lo que elijo, por Liam… hasta por respirar equivocadamente. Me duele. Mucho.

Ella bajó la mirada.
Y, por primera vez en toda mi vida adulta…
vi a mi mamá llorar.

—Es que… desde que volviste con él ya no vienes a verme. Ya no me llamas como antes. Te siento tan lejos… —su voz tembló—. Me siento tan sola, Emma.

Mi corazón se derritió como un muñeco de nieve bajo el sol.

La abracé de inmediato.

—Mamá… no estoy lejos. Solo estoy viviendo. Estoy tratando de ser feliz… contigo y con Liam. Pero necesito espacio, no control. Solo eso.

Ella lloró contra mi hombro, haciendo un pequeño sollozo que me rompió el alma.

—Lo intentaré… —susurró—. Prometo que lo intentaré.

Yo también lloré un poco.
Al parecer, las urgencias navideñas incluyen terapia familiar gratis.

Cuando la solté, respiré hondo.

—Mamá… —dije con cuidado—. Necesitas disculparte con la mamá de Liam.

Sus ojos se agrandaron como si hubiera dicho que debía donar un riñón.

—¿Disculparme? ¿A ella?

—Sí. Por favor. Quiero paz en Navidad. No guerra.

Mi madre tartamudeó mentalmente, pero al final… asintió.
Lento.
Pero lo hizo.

Al regresar a la habitación, presenciamos el mejor espectáculo cómico accidental del año:

—El papá de Liam estaba narrando un chiste eterno, lleno de detalles innecesarios.
—Mi papá se reía a carcajadas, todavía con la cara medio hinchada.
—La mamá de Liam tenía cara de “me quiero ir a mi casa”.
—Y Liam estaba sentado al borde de la cama observándolo todo como si fuera teatro experimental.

Me acerqué y murmuré:

—Mi mamá quiere hablar con la tuya.

Ambas mujeres se giraron.
Se miraron como dos reinas a punto de decidir si hacían alianza… o guerra total.



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Editado: 07.12.2025

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