Una navidad con mi ex (otra vez)

Diplomacia navideña y un brindis, PELIGROSAMENTE ROMÁNTICO

CAPÍTULO 7 —

Salir del hospital fue como dejar un campo de batalla después de que todos los soldados decidieran abrazarse, perdonarse y prometer que nunca más iban a lanzar granadas emocionales…

…al menos no en Navidad.

Mi papá salió caminando, un poco hinchado todavía, pero con la energía suficiente para seguir haciendo chistes de mal gusto.

—Yo podría demandar a ese pastel por intento de homicidio, ¿no?
—Papá —le dije—, era un pastel de Navidad, no un sicario.

Mi mamá caminaba a su lado, vigilándolo como si él fuera un bebé de seis meses que acabara de aprender a caminar por primera vez. Cada vez que respiraba fuerte, ella saltaba.

El papá de Liam insistió en llevarnos de vuelta.

—¡Todos al carro! —gritó con entusiasmo, como si fuéramos una excursión escolar y no un grupo de gente traumatizada.

Yo no quería volver a entrar en ese vehículo-ataúd lleno de emociones reprimidas… pero había que hacerlo.

La atmósfera dentro del carro era extrañamente tranquila.
Inquietante, incluso.

Como cuando callan los niños y uno sabe que algo explota en 3…2…1…

Liam estaba a mi lado, tomándome la mano.
Mi mamá y la mamá de Liam iban sentadas juntas atrás, como dos reinas que decidieron firmar un tratado de paz pero igual no confían del todo.

De vez en cuando, se miraban…
y luego fingían admirar el paisaje nocturno como si fuera un documental sobre árboles y postes de luz.

El papá de Liam iba feliz, manejando despacito, cosa que era claramente un esfuerzo sobrehumano para él.

—Creo que ya pasamos por aquí antes —murmuró Liam.

—Tu papá está dando vueltas para no llegar todavía —le respondí—. Quiere que se quieran más antes de bajarse del carro.

—Lo está logrando demasiado —dijo Liam viendo por el retrovisor.

Porque ahí estaban nuestras madres…

Hablando.
No discutiendo.
No murmurando veneno.
Hablando como dos adultas civilizadas.

—Sí, mi esposo a veces exagera con la comida —decía mi mamá.

—Ay, aquí también —respondió la madre de Liam—. El mío cree que tiene el estómago de acero.

—Se nota —dijo la mía con una sonrisa mínima.

Y ahí lo supe.

La Navidad había obrado su segundo milagro.

El primero era que mi papá no había muerto por culpa del pastel asesino.
El segundo, que nuestras madres estaban charlando SIN tono de odio mortal.

Yo quería aplaudir.
O grabarlo.
O llamar a la NASA y reportar actividad imposible.

Cuando por fin llegamos, todos bajamos del carro como sobrevivientes de una misión especial.

La nieve comenzaba a caer suavemente, como si un director de cine hubiera presionado el botón de “magia navideña”.

Las casas de la calle brillaban con luces de colores.
Olía a galletas, pino y frío del bueno.

—¿Entramos un rato? —propuso la mamá de Liam.

Mi madre, sorprendentemente, asintió sin gruñir.

Mi espíritu abandonó mi cuerpo.
Yo ya no entendía nada.

La sala estaba cálida, acogedora, alumbrada por las luces del árbol y un aroma delicioso a chocolate caliente que preparó el papá de Liam, orgulloso.

—Yo soy experto en esto —presumió, sirviendo las tazas—. Le pongo un ingrediente secreto.

Mi mamá lo miró con sospecha profesional.

—¿Cuál ingrediente?

—Amor —dijo él, feliz consigo mismo.

Las dos mamás suspiraron con una mezcla de risa y resignación.

Liam me guiñó un ojo.

—Mi familia es rara.

—La mía también —respondí—. Por eso combinan.

Nos sentamos todos alrededor de la sala.
Mi papá, con mantita.
Mi mamá, controlada.
Los papás de Liam, relajados.
Yo, nerviosa por alguna razón desconocida.
Liam… demasiado tranquilo. Sospechosamente tranquilo.

La caída de nieve afuera hacía que todo pareciera una película.
Y yo no sabía si sentirme protagonista o víctima.

El papá de Liam levantó su taza.

—Bueno, familia… —se aclaró la garganta—. Propongo un brindis por la salud, por las risas, por los sustos que no matan pero unen…

Mi papá levantó la suya.

—Y por los pasteles que no deberían existir.

—Y por las suegras que hoy se comportaron —añadió Liam con malicia.

Las dos madres lo fulminaron con la mirada.
Pero luego… rieron.

Increíble.

Liam se puso de pie.

Yo me sorprendí, porque él no es mucho de discursos.

—Yo quiero hacer un brindis también —dijo, mirándome de forma que me derretí desde las pestañas hasta el alma.

El silencio cayó sobre la sala.
Hasta la nieve afuera parecía dejar de caer para escucharlo.

Liam respiró hondo.
Sacó algo del bolsillo.

Mi corazón dio un salto mortal triple hacia atrás.

—Emma —comenzó—. Esta Navidad ha sido… rara. Caótica. Dramática. Casi mortal.

La familia rió, nerviosa.

—Pero también ha sido la Navidad donde te vi abrazar a tu mamá, hacer las paces, salvar a tu papá, sobrevivir a mi papá manejando y… bueno… seguir aquí conmigo.

Yo tenía la garganta hecha nudo.

—Y yo… —continuó él, con una sonrisa suave—. Yo no quiero vivir ninguna Navidad, ni ningún desastre, ni ningún martes aburrido sin ti.

Se arrodilló.

SE
ARRODILLÓ.

Mi alma ya no estaba en mi cuerpo.
Estaba flotando en algún lugar arriba del árbol.

—¿Qué…? —susurré sin aire.

Él abrió una cajita.

Era un anillo hermoso.
Brillaba como si hubiera sido bendecido por tres ángeles, dos elfos y un reno.

—Emma —dijo con voz temblorosa pero feliz—.
¿Te quieres casar conmigo?

Mi mamá gritó primero.
Luego lloró.
Luego volvió a gritar.

La mamá de Liam se tapó la boca.
El papá de Liam aplaudió como si estuviera en un concierto.

Mi papá lloró de emoción.
Yo lloré de shock.

Y Liam me miraba, esperando mi respuesta, con los ojos más bonitos y desesperados del universo.



#2195 en Novela romántica
#694 en Otros
#274 en Humor

En el texto hay: comediaromantica, romance, #navidad

Editado: 07.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.