Una navidad con mi ex (otra vez)

Navidad, Ponche y un Cachorrito Galáctico

CAPÍTULO 8 —

Cuando finalmente llegó el momento de las despedidas , ya era tan tarde que técnicamente era temprano. Mis ojos ardían, mi cabeza lateaba y mi corazón estaba todavía tratando de procesar todo: el hospital, la reconciliación, la propuesta, las mamás no intentando asesinarse…
Era demasiado para una sola Navidad.

Pero ahí estábamos, todos de pie en la entrada, preparándonos para la última ronda de despedidas.

El papá de Liam abrazó a mis papás como si fueran sus primos perdidos.
Culpa del ponche.
Ese ponche que él preparó con tanto orgullo y que, sinceramente, tenía más alcohol que espíritu navideño.

—¡Hermano! —le dijo a mi papá, casi gritándole en la cara— Tú y yo tenemos que salir. ¡Prométemelo! ¡HOMBRES! ¡LIBRES! ¡CON CARNE ASADA!

Mi papá estaba tan sorprendido que solo pudo reírse.

—Cuando quieras —le respondió.

Y entonces, claro, tenía que pasar:

—Pásame tu número —insistió el papá de Liam, que ya hablaba como si fuera influencer motivacional.

Se intercambiaron los teléfonos con una ceremonia digna de bodas civiles.
No sé por qué, pero fue enternecedor.
Mi mamá y la mamá de Liam observaron la escena como dos mujeres preguntándose en qué momento de sus vidas se convirtieron en madres de esos hombres.

Y entonces…

—Porque tú… —dijo el papá de Liam, señalando a mi papá con emoción borracha— TÚ eres un semental. ¡Superaste esa alergia como un campeón!

La mamá de Liam casi se cayó para atrás.

—Muy bien, campeón, ya —le dijo, agarrándolo del brazo—. Vámonos a casa.

Él sonrió orgulloso.
—¿Ves? ¡Soy un campeón!

—Ajá, sí, mi amor. Vamos antes de que le digas semental al árbol —respondió ella, sonriendo forzada.

Se despidieron con abrazos y la mamá de Liam me guiñó un ojo antes de irse.
“Sobrevivimos”, me dijo en silencio.

Cuando mis papás se acercaron, mi mamá estaba extrañamente dulce.

—Te queremos ver para Año Nuevo —dijo—. Y empezaremos a hablar de los preparativos de la boda.

Yo sonreí tan nerviosa que probablemente parecía una ardilla con déficit de atención.

¿Preparativos…?
¿YA?
¿En serio?
Si apenas hacía unas horas que Liam me había propuesto.
Ni siquiera había procesado que ahora tenía un anillo.
Ni había llorado por eso todavía (faltaba).

Pero la abracé fuerte.

—Te quiero, mamá.

Ella me apretó como si yo fuera su mejor regalo de Navidad.

Mi papá me dio otro abrazo tierno y torpe, como él.

—Estoy muy feliz por ti —susurró.

—Gracias, papá —le dije, y me derretí por dentro.

Los vi alejarse de la mano, sonriendo, sin tensiones.
Y ahí fue cuando lo supe:

Mi Navidad había sido una locura…
pero una hermosa.

Cuando la puerta se cerró…

Éramos solo Liam y yo.
Prometidos.
En una sala silenciosa.
Con el eco de nuestras familias todavía vibrando en el aire.

Pijamada Navideña

—¿Pijamada? —me preguntó Liam con esa sonrisa que me deja sin oxígeno.

—Pijamada —respondí, porque sí.

Quince minutos después estábamos los dos en pijamas: yo con renos cursis, él con cuadros que lo hacían ver… bueno, delicioso.
Nos acurrucamos en el sofá, encendimos “El Grinch”, nos tapamos con una mantita y nos servimos chocolate caliente con malvaviscos.

Éramos oficialmente protagonistas de película de Navidad.
Faltaba un narrador épico.
Y quizá un muérdago.

El ambiente estaba tan perfecto que casi me dormí ahí mismo, pero Liam miró la hora y dijo:

—Em… creo que es momento de abrir los regalos.

Yo abrí los ojos como si hubiera escuchado un fantasma.

—¡LOS REGALOS!
¡LIAM, NO TE COMPRÉ NADA!
¡Me olvidé! ¡Soy la peor prometida del mundo! ¡Me van a quitar la tarjeta de novia del año!

Liam se rió.

—No importa —me aseguró—. Yo sí tengo un regalo para ti.

Lo miré con total sospecha.

—Liam… que no sea raro. Lo digo MUY en serio.

—No es raro —prometió.

Y se levantó…
Desapareciendo por el pasillo.

Escuché ruidos. Golpes. Portazos.
Un rugido extraño.

—¡Liam! —grité— ¿El regalo te atacó?

—¡NO! ¡Todo está bien! ¡Es… suave! ¡Ya voy!

Suave.
Esa palabra me preocupó y emocionó a la vez.

Regresó con una sonrisa enorme.

—Cierra los ojos.

—Liam, si es una tarántu—

—Emma.

Suspiré.
Y obedecí.

Sentí algo tibio.
Y una respiración chiquita.
Y luego un mini-sonido que me rompió el corazón.

—Ábrelos —susurró él.

Abrí los ojos.

Y. Me. Morí.

Era un cachorrito bebé.
PELUDITO.
MINÚSCULO.
Con un moño rojo enorme en el cuello.
Con ojos de “por favor, quiéreme”.

—Liam… —sentí que todo mi pecho se desintegraba—
ES EL MEJOR REGALO DEL UNIVERSO ENTERO.

Se me llenaron los ojos de lágrimas.
No pude evitarlo.
Lo tomé entre mis brazos y me derretí por dentro y por fuera.

—Pensé… que sería lindo que empezáramos nuestra familia contigo, conmigo… y él —dijo Liam con una sonrisa que me mató otra vez.

—Te amo —le dije, llorando.

—Yo más.

—¿Puedo ponerle nombre?

—Obvio.

—Ok… —respiré profundo—
Se llamará Obi-Wan Kenobi.

Liam se quedó congelado.

—Emma… ¿no crees que es un poco dramá—

—NO.
Se llama Obi-Wan Kenobi y punto.

Liam rió.

—Amo todo de ti.
Incluso tus elecciones exageradas.

Mi regalo (que SÍ tenía)

Nos acurrucamos en el sofá, Obi-Wan dormido en mis piernas, respirando como una bolita tibia llena de amor.

Entonces yo saqué algo de detrás del cojín.

—Por cierto, sí tengo un regalo para ti.

Liam me miró horrorizado.

—¿Qué hiciste?

—Ábrelo.

Lo abrió.
Primero vio el papel.
Luego el logo.



#2195 en Novela romántica
#694 en Otros
#274 en Humor

En el texto hay: comediaromantica, romance, #navidad

Editado: 07.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.