Una navidad en apuros

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Brooke Haven

28 de noviembre 2025

Todavía no huele a Navidad, pero el frío ya se cuela por las ventanas como si quisiera instalarse en mi columna vertebral. Maya dice que exagero, que Londres siempre ha sido así, pero yo insisto: este año se siente distinto. Más vacío. Más largo.

Estamos limpiando el piso como si eso fuera a cambiar algo. Ella barre con energía, como si el polvo fuera responsable de mis silencios. Yo doblo mantas, acomodo libros, y trato de no pensar en diciembre. En lo que falta. En lo que ya no está.

Maya es mi mejor amiga desde que llegué a Londres. Nos conocimos en una clase de literatura inglesa, cuando yo aún creía que podía leer a Virginia Woolf sin llorar. Ella me habló primero, con esa voz suya que siempre suena como si estuviera contando un secreto. Desde entonces, no hemos dejado de compartir cafés, silencios incómodos y domingos de limpieza como este. Es la única persona que ha visto mi tristeza sin pedirle explicaciones.

—¿Y si hacemos algo esta Navidad? —dice Maya, sin mirarme.

—¿Algo como qué?

—Como no quedarnos aquí. Como no quedarnos solas.

No respondo. No todavía. Porque aunque suena bien, aunque suena cálido, hay algo en mí que aún no se ha descongelado. Me cuesta imaginar una Navidad sin él. Aunque ya han pasado dos años, hay fechas que siguen doliendo como si fueran nuevas.

Maya deja la escoba a un lado y se sienta en el suelo, cruzando las piernas como si estuviéramos en una pijamada. Me mira con esa expresión suya que mezcla ternura y determinación.

—Mi familia va a hacer algo en casa. Mi hermano viene. Podrías venir tú también.

—¿Tu hermano?

—Sí. Aarón. No es tan terrible como parece. Bueno... sí lo es, pero no contigo. Creo que te caería bien.

Aarón. Lo ha mencionado antes, pero nunca con tanto énfasis. Sé que es mayor que ella, que vive fuera, que tiene una moto y demasiados tatuajes. Sé que no se parecen en nada. Maya es luz. Él, según ella, es sombra con buen perfume.

—No sé, Maya...

—Solo piénsalo. No tienes que decidir ahora. Pero no quiero que pases otra Navidad sola. No te lo mereces.

Me quedo en silencio. Afuera, Londres sigue gris. Adentro, Maya me ofrece una posibilidad. No sé si quiero tomarla. Pero por primera vez en semanas, algo dentro de mí se mueve.

Maya se levanta del suelo y vuelve a la escoba, pero ya no barre con la misma energía. La propuesta quedó flotando en el aire, como una canción que no termina. Yo sigo doblando mantas, aunque ya no hay más que doblar. Lo que hay ahora es un silencio distinto. No incómodo. Más bien expectante.

Aarón Hartley. El nombre se instala en mi mente como una nota aguda. Lo poco que sé de él viene de las historias que Maya cuenta cuando está de humor para hablar de su familia. Que es el mayor. Que se fue de casa joven. Que tiene una moto que parece rugir incluso cuando está apagada. Que no le gusta hablar mucho, pero cuando lo hace, no deja indiferente a nadie.

—¿Y tú crees que él va a querer que yo esté ahí? —pregunto, sin mirar a Maya.

—No es su casa. Es la de mis padres. Y además... —hace una pausa— creo que te haría bien. No por él. Por ti.

Me quedo pensando. No por él. Por mí. Esa frase se queda pegada como una nota escrita en el espejo. Tal vez Maya tiene razón. Tal vez necesito salir de este piso, de esta rutina, de este duelo que se ha vuelto parte del mobiliario.

—¿Y cuándo sería?

—El 24. Pero podríamos irnos antes. El 22, si quieres. Mis padres tienen espacio, y Aarón llega ese día también.

El 22. Faltan tres semanas. Tres semanas para decidir si quiero enfrentar una Navidad distinta. Con gente. Con familia ajena. Con un hombre que no conozco, pero que ya empieza a ocupar espacio en mi cabeza.

Maya sonríe como si supiera que voy a decir que sí. Y aunque no lo digo en voz alta, algo en mí ya lo ha decidido.

🎄

Londres amaneció con charcos y cielo de papel mojado. Camino hacia la editorial con los auriculares puestos, pero sin música. A veces prefiero el ruido de la ciudad: los pasos, los motores, los murmullos que se escapan de las cafeterías. Me hacen sentir menos sola. Menos encerrada en mí.

Trabajo en una editorial pequeña, especializada en literatura infantil inglesa. Es irónico, supongo. Paso mis días corrigiendo cuentos sobre zorros que hablan y niñas que vuelan en paraguas, mientras mi propia historia parece estancada en una página sin final. Pero me gusta. Me gusta la ternura que hay en esos libros. Me gusta pensar que, de alguna forma, estoy ayudando a que otros niños tengan algo bonito que leer antes de dormir.

Tengo 25 años y, aunque a veces me siento mucho mayor, hay días como hoy en los que todo parece posible. El aire huele a tinta y café cuando entro al edificio. Saludo a Clara, la recepcionista, que siempre lleva bufandas enormes y esmalte azul. Subo las escaleras. Mi escritorio está junto a una ventana que da al callejón. No es la mejor vista, pero tiene luz. Y eso basta.

Mientras reviso el manuscrito de un cuento sobre un tejón que quiere ser pianista, mi mente vuelve a Maya. A su propuesta. A Aarón. A la idea de pasar la Navidad con gente que no es mi familia, pero que podría sentirse como tal. Me cuesta imaginarlo. Me cuesta confiar en que algo bueno pueda salir de eso. Pero también me cuesta seguir como estoy.

Abro el correo. Hay mensajes, correcciones, una nota de mi jefe sobre un nuevo proyecto. Pero lo que más me llama la atención es el mensaje de Maya:

"¿Lo pensaste? Mis padres ya dijeron que sí. Aarón llega el 22. Te guardé una habitación. No tienes que decidir ahora, pero... sería bonito."

Respiro hondo. Miro el tejón del cuento. Él también está dudando. Quiere tocar el piano, pero tiene miedo. Yo quiero... no sé qué quiero. Pero tal vez esta Navidad no tenga que ser perfecta. Tal vez solo tenga que ser distinta.



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En el texto hay: navidad, londres, romance

Editado: 12.10.2025

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