Una navidad en Reus

Capítulo tercero

ESCRIBE VÍCTOR

 

 

¿Cómo les decía que quería cambiar el mundo para poder lanzarse juntos a explorar el universo sin herir sus sentimientos?

Tuvo claro que tenía, en primer lugar, que ser honesto.

Se armó de valor olvidándose de los presentes y ridiculizándolos en un cruel y tortuoso ejercicio mental.

Respiró hondo, cogió la libreta y escribió.

 

 

EXTRACTO DE LA LIBRETA 

(editado con Daedalus de apple)

 

"Me llamo Víctor."

 

 

-- ¡Vaya con Tylerskar! -- gritó Experiencia. -- ¡Trae nuestro brebaje camarero!

La pequeña Ilusión parecía una versión adorable de esa mujer llamada Dafne, aunque esquizofrénica.

No se permitió pensar en el resto.

Bueno un poco, Marcos removía como un autómata con sentimientos una taza imaginaria en la mesa. Rick le escrutaba el muy cabrón. Y Lara disfrutaba más tensa que las cuerdas de una guitarra crucificada al lado de Jesucristo.

Rectitud y Resolución entraron animosamente no sin apagar el segundo un pitillo que habían fumado a medias.

Todo se había complicado.

Hizo la pregunta más fácil ante el dolor de cabeza que se dibujaba hipotéticamente en el futuro.

¿Tenéis miedo a la muerte?

La respuesta tenía que ser no, aunque el hecho de que Esperanza entrase, con gran clase, y pidiese un whisky con dos hielos en la barra donde reposó su pequeño bolso y su trasero desconcertó a Joel.

Iban a tener que responder rápido si no querían vivir un auténtico infierno.

La verdad es que les estaba cogiendo aprecio. Aprecio del bueno. Del que conduce al amor.

Del que el Monstruo usaría si Joel perdiese la batalla contra el alcohol, como hacía poco había pasado, para aplastar sus encantadores cerebritos sobre la caoba donde estaba Esperanza para hacer de su whisky un cocktail verdaderamente delicioso.

Un papel secundario, sonrió.
Pero menudo papel.

 

 

ESCRIBE BEATRIZ

 

 

Dafne se echó a reír. Su carcajada resonó por toda la taberna y tenía algo de loca y primitiva. La "muerte" como concepto, era de las pocas cosas que podía desestabilizar su mente perfectamente ordenada a base de palos. Lo primigenio que suponía el final de la existencia siempre la había aterrorizado.

Siguió riendo de forma disléxica mientras observaba cómo todos los demás la miraban algo asustados. Incluso Joel, el tío más raro que había allí, clavaba sus ojos en la nuez de su garganta, que subía y bajaba con cada arranque nervioso.

Poco a poco se fue calmando.

- Me voy. – Dijo decidida. Lanzó el dinero encima de la barra y no esperó al cambio.

- No puedes irte. – Joel habló con voz ronca y tostada. – Esto es importante.

- Me da igual. Llevas un buen rato contándonos historias mientras esperábamos que aquí el lumbreras – señaló a Marcos – saliera del baño. No voy a decir que soy perfecta, más bien todo lo contrario, pero yo he venido aquí a refugiarme y a tomar algo. Si me vas a hablar de la muerte prefiero enfrentarme a la tormenta. Lo siento.

Dafne se dirigió a la puerta sin mirar atrás, preparando su cuerpo para la bofetada que el frío y el viento iba a darle en el exterior.

Por suerte, pensó, estaba muy cerca de casa. Se metería en la cama, sí, joder, y acabaría con este día de mierda. Ni un día en paz podía tener, ni uno. Tal vez se iría a otro lado, no tenía porqué meterse en casa. ¿Quién era ese tío, esa gente, para mandarla a casa? Menuda mierda... la muerte dice, es que me cago en la puta. Sí, las putas también se cagan en la puta.

Sonrió discretamente con su ocurrencia, mientras salía a la calle y cogía el rumbo opuesto a su casa. Había pensado en coger una chaqueta, pero luego recordó que no había un día más bonito para morir de frío. De repente, una mano la cogió del hombro. Con sus años de experiencia había aprendido a saber cuándo se trataba de un gesto violento, y aquello no lo era.



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En el texto hay: amistad, taberna

Editado: 19.12.2018

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