Llego a la oficina con una bolsa llena de adornos navideños y una gran sonrisa en la cara. Llevo un suéter de renos que parpadea con luces, un gorro de Papá Noel que llevo un poco de lado, y unos guantes que huelen a canela gracias a los saquitos aromáticos que tengo en el bolso.
—¡Buenos días, equipo! —digo alegremente mientras deposito la bolsa sobre la mesa de la sala de reuniones.
Algunos compañeros levantan la vista y murmuran un saludo, mientras que otros prefieren no decir nada. Ya estoy acostumbrada a ello. No todos sienten lo mismo por la Navidad, pero eso no va a frenar mi entusiasmo.
—¿Es absolutamente necesario que montes un circo todos los años en esta época? —pregunta molesto, Daniel desde su escritorio, sin nisiquiera mirarme, mientras teclea con rapidez.
Me giro hacia él con mi mejor sonrisa, porque en el fondo me divierte su tono de fastidio.
—Buenos días para ti también, Daniel. Veo que a ti, el espíritu navideño te invade como siempre.
—Si por "espíritu navideño" te refieres a evitar esta invasión de luces y música cursi, entonces sí, estoy absolutamente lleno de él.
—¡Vamos, Daniel! Un poco de alegría no te hará daño. —Tomo asiento frente a él en su escritorio. —Además, este año me han puesto a cargo de la fiesta de Navidad, y adivina qué... —Hago una pausa dramática, disfrutando del ceño que empieza a formarse en su rostro—. Tú y yo vamos a trabajar juntos para que esa fiesta sea perfecta.
El sonido del teclado se detiene. Daniel levanta la mirada y me mira incrédulo, además de que su bonito rostro pasa a ser de resignación.
—Eso no puede ser cierto.
—Oh si, lo es. —Saco un folio doblado del bolsillo trasero de mis jeans y lo agito frente a él—. Me lo han dado está mañana. El jefe quiere algo "colaborativo". Y dado que tú eres el mejor en logística, y yo, obviamente, soy la reina de la Navidad… ¡Somos el equipo perfecto!
Toma el papel y lo lee en silencio. Su expresión de profundo desagrado no tiene precio.
—Esto es ridículo —masculla, dejando caer el papel sobre su escritorio—. No sé nada de fiestas ni de decoraciones, y francamente, no quiero saberlo.
—Por suerte, tienes a alguien tan sumamente talentosa como yo para guiarte.
—Más bien tengo a alguien insistente y agotador.
Pongo los ojos en blanco y decido ignorarlo. Ya tendré tiempo para suavizar su actitud.
—Bien, vamos a empezar por lo básico. La fiesta será en el salón principal el viernes antes de Navidad. Eso nos da dos semanas. ¿Te parece suficiente?
—No.
—Perfecto. Yo ya he hecho una lista preliminar, pero estoy abierta a sugerencias. ¿Qué te parece si empezamos con el tema?
Me mira como si acabara de sugerir que organizáramos un desfile de unicornios.
—¿Tema? Es una fiesta de Navidad. ¿Que otro tema puede ser? La gente se reúne, come y se va a casa. Fin.
—¡Eso es tan aburrido! —exclamo, llevándome las manos a la cabeza en un gesto dramático—. Necesitamos un tema para que sea memorable. ¿Qué tal "Viaje al Polo Norte"? Podríamos tener estaciones de chocolate caliente, cartas a Papá Noel… ¡y renos!
—¿Renos? ¿De verdad?
—Bueno, no serán renos de verdad… aunque, ¿te imaginas?
Él suspira, masajeandose las sienes.
—¿Por qué me pasan estás cosas a mí? Esto será un desastre.
—No, no lo será, porque me aseguraré de que salga todo perfecto, —sonrío.
Tomo asiento frente a él y extiendo mi cuaderno lleno de notas y garabatos. Empiezo a hablar sobre luces, música y comida. Él me observa, alternando entre la fascinación y el agotamiento.
Una hora después decido que es suficiente por ahora. Ese hombre es una bomba a punto de explotar. Pero no ha ido tan mal, al menos me ha escuchado.
Salgo de la oficina con las muestras de los adornos para las mesas, después de escuchar una queja de mi estómago, pero me detengo al verlo. Ahí está Daniel, en el café de la esquina, aparentemente buscando refugio de mi "contagio navideño". Mientras espera su pedido, noto que su expresión se pierde en algún lugar lejano. ¿En qué pensará? Tiene una mirada... ¿nostálgica? ¿Triste?
¿Por qué odia tanto la Navidad? ¿Será solo una excusa o hay algo más profundo detrás? No puedo evitar preguntármelo mientras lo observo, como si pudiera encontrar la respuesta solo mirando la expresión de su cara.
Dudo un momento. Tal vez solo necesita alguien que lo invite a salir de su burbuja, a creer en la magia, aunque sea por un rato. ¿Será que debería intentarlo?
—¡Daniel! —lo llamo mientras entro al café con mi bolsa de adornos colgando del brazo.
Se gira, visiblemente irritado.
—¿Qué haces aquí Amelia?
—Buscándote, obviamente. Necesitamos revisar el presupuesto antes de que te escapes otra vez.
—¿Escapar? Estoy tomando café, no huyendo de una escena del crimen.
—Eso está por verse. —Me siento frente a él sin esperar invitación.
Daniel suspira. Ante todo es un caballero, así que no me va a pedir que me vaya. Saca su portátil con desgana, y me mira, pero está vez noto una leve chispa en sus ojos.
—Hablemos de números, pero te advierto, si propones algo como alquilar un trineo volador, no lo voy a aprobar.
—¿Un trineo volador? No soy tan irrealista. Aunque… ahora que lo mencionas...
Él niega con la cabeza, pero por un segundo, parece menos tenso. Quizás esta Navidad no será tan terrible después de todo.
Editado: 11.01.2025