Una Navidad imperfecta

CAPITULO 5

Decido no preocuparme más por lo que pase con Daniel. Si necesita tiempo o simplemente es un idiota, dejaré que el tiempo lo diga. No voy a gastar mi energía en algo que no puedo controlar. Pero también tengo claro que voy a poner de mi parte para que nada sea incómodo entre nosotros. Si él quiere actuar como si nada hubiera pasado, yo puedo hacerlo también. Soy experta en fingir tranquilidad cuando lo necesito.

Estos días antes de la fiesta de navidad en la oficina están siendo un completo caos. Me paso todo el tiempo corriendo de un lado a otro, organizando las decoraciones, revisando el menú del catering, ajustando las luces y asegurándome de que todos tengan algo que hacer. No puedo evitar sonreír al ver cómo el lugar empieza a transformarse. La oficina, que normalmente es un espacio serio y monótono, ahora brilla con las luces, los colores y pequeños detalles que gritan que es navidad.

Pero, por supuesto, ahí está el Grinch de Daniel. Él no ayuda en nada, o al menos no de la forma que uno esperaría. Se limita a observar desde su escritorio, como si todo fuera un espectáculo. Lo miro de reojo mientras coloco unas luces con forma de estrella en las ventanas. Está ahí, con los brazos cruzados, inclinado ligeramente hacia atrás en su silla, con esa expresión de siempre entre cansancio y diversión.

—¿Qué haces ahora? —pregunta, y su tono no sé si es, de burla o curiosidad.

—¿No es obvio? —respondo sin dejar de colgar las luces—. Estoy haciendo magia.

—A mi me parece más bien que te estás convirtiendo en un duende hiperactivo.

Tomo una bola de cinta brillante y se la lanzo sin pensarlo. No le da, pero lo hace reír, aunque trate de ocultarlo.

—¿Sabes qué? —le digo, con las manos en las caderas y fingiendo estar seria—. Me gusta pensar que estoy aquí para salvar esta oficina de convertirse en un lugar gris y aburrido.

—¿Y yo soy parte de esa "oficina gris y aburrida"? —pregunta, arqueando una ceja.

Me detengo un segundo y lo miro con una sonrisa juguetona, lo justo para que sienta que estoy pensando seriamente en mi respuesta.

—De hecho, tú eres el caso más difícil, pero estoy segura de que puedo arreglarlo.

Finge estar ofendido, aunque sé que le divierte mi comentario. Suelta un suspiro exagerado y vuelve a mirar la pantalla de su ordenador, pero noto cómo sus labios se curvan ligeramente hacia arriba. Esa pequeña sonrisa me da un poco de esperanza. Tal vez no todo esté perdido con él.

Mientras sigo con las decoraciones, trato de concentrarme en todo lo que falta por hacer y no en Daniel. Pero es complicado, si beso no se borra de mi cabeza, además de que cada vez que paso cerca de su escritorio siento su mirada. Aunque cuando lo miro de vuelta siempre está concentrado en su pantalla, como si yo no existiera. Es frustrante y divertido al mismo tiempo.

El resto de la oficina, en cambio, parece que se ha contagiado completamente con mi entusiasmo. Incluso algunas de las personas que al principio se mostraban indiferentes ahora participan, colocando guirnaldas o ayudando con las luces. Ver el cambio en ellos me recuerda que mi esfuerzo vale la pena y me llena de energía, por un momento casi olvido a Daniel y su constante indiferencia.

Eso es casi.

La fiesta está cada vez más cerca, y aunque estoy muy cansada, estoy emocionada. Este tipo de fiestas me recuerdan por qué me encanta la Navidad. Es un momento para desconectarnos de todo lo malo, para estar juntos y celebrar, aunque sea por unas horas.

Cuando al fin termino de colocar las últimas decoraciones, me giro y veo a Daniel observándome desde la puerta de la sala de reuniones. No dice nada, solo me mira con esa expresión que no puedo descifrar. Por un segundo pienso en acercarme, pero me detengo. Tal vez es mejor dejar las cosas como están.

Después de todo, la Navidad es para disfrutar, no para complicarse con personas que no saben lo que quieren. ¿O sí debería complicarme?




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