Una Navidad imperfecta

CAPITULO 6

Siendo el día antes de la fiesta, estoy hasta arriba de cosas por hacer. Entre confirmar con el catering, revisar que la música esté lista y tener que ajustar los últimos detalles de la decoración, apenas tengo tiempo para respirar. Siento que las últimas semanas estoy viviendo en la oficina, pero no me importa. Me gusta ver cómo todo va cobrando forma. Y está saliendo bien.

Daniel, por otro lado, no está. Se ha ido sin decir nada. Lo he notado porque, aunque ahora no hablamos mucho, siempre está en su escritorio, observando o lanzándome algún comentario sarcástico.

Hoy su ausencia me resulta rara, pero no le doy muchas vueltas. Seguro que Daniel tiene algo más importante que hacer que vernos correr con los preparativos.

Cansada, salgo de la oficina y me encamino a casa, deseando poder relajarme un poco después de un día largo. Hoy Lucas está fuera, pasando el rato con unos amigos, así que sé que estaré sola por la noche. Decido cenar algo rápido y luego ver alguna película romántica, algo que me ayude a desconectar un poco. No puedo evitar sentir que la indiferencia de Daniel me sigue afectando, es como si me estuviera dando pequeños pellizcos en el corazón, recordando que algo no está bien entre nosotros. ¿Él no sintió lo que yo?

Después de cenar algo rápido, me acomodo en el sofá con la lista de invitados en la mano, como ya he hecho tantas veces antes. Reviso los nombres una y otra vez para asegurarme de que no falte nadie importante y que todo esté en orden para el evento. Mientras repaso los detalles, mi mente sigue ocupada con lo que pasó con Daniel, pero trato de no darle demasiadas vueltas.

Mi teléfono vibra en la mesa y, al mirarlo, veo que es un mensaje de Daniel. Mi corazón da un pequeño salto, sin saber qué esperar.

Daniel: ¿Estás despierta?

Frunzo el ceño, sorprendida. ¿Por qué me escribe a estas horas?

Amelia: Sí, ¿pasa algo?

Daniel: ¿Puedes bajar? Estoy frente a tu edificio.

Me quedo mirando la pantalla como si hubiera leído mal. ¿Daniel? ¿Frente a mi casa? ¿A estas horas? Me levanto de golpe, me pongo una chaqueta y bajo corriendo las escaleras, medio preocupada, medio curiosa.

Cuando abro la puerta, lo veo ahí, parado en la acera de enfrente con una de las manos en el bolsillo y en la otra una pequeña caja. Tiene esa expresión suya, que no sé cómo describir.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, cruzándome de brazos para protegerme del frío y de lo que siento.

Él da un paso hacia mí y me tiende la caja sin decir nada al principio. Luego, como si se obligara a hablar, se acerca a mí.

—Pensé que sería un buen momento para devolverte el favor por tantas molestias y por ocuparte de todo —murmura.

Lo miro, confundida, y tomo la caja. Es pequeña, envuelta con un papel rojo sencillo, pero bien cuidado. La abro despacio, y lo que encuentro dentro me deja sin palabras. Es un adorno navideño en forma de estrella, brillante y hermoso, con mi nombre grabado en el centro.

—Daniel… Esto es precioso.

—Vi cómo te brillaban los ojos cuando hablabas del árbol en la oficina. Pensé que tal vez necesitabas algo especial para coronarlo.

Sus palabras me desarman un poco. Siento un nudo en la garganta, pero trato de disimularlo con una sonrisa.

—¿Sabes que esto significa que oficialmente formas parte del espíritu navideño, verdad?

Él rueda los ojos, pero no puede evitar sonreír, aunque sea apenas un poco.

—No exageres. Solo es un adorno.

—Para mí, es mucho más que eso.

Nos quedamos en silencio un momento. La calle está tranquila, las luces de Navidad parpadean a lo lejos, y el frío de la noche parece desaparecer con la intensidad de su mirada. Por un segundo, pienso que va a dar un paso más, que va a romper esa distancia que siempre pone entre nosotros. Me gustaría tanto que me besara, que dejara de huir de lo que parece estar sintiendo. Pero no. Retrocede, rompiendo el momento como si fuera demasiado para él.

Respiro hondo, tratando de convencerme de que no importa. Ese gesto, tan inesperado, ya significa más de lo que jamás imaginé.

—Nos vemos mañana en la fiesta. —Su voz suena más suave que de costumbre, casi como una promesa.

—Sí… Hasta mañana.

Lo veo alejarse bajo los copos de nieve que empiezan a caer, mientras cierro la caja con cuidado. Miro la estrella una vez más antes de volver a subir a mi piso. Y aunque intento no pensar demasiado en lo que acaba de pasar, no puedo evitar sonreír. Tal vez Daniel no sea tan difícil como él cree.




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