Me va a costar dormir porque mañana es la fiesta de la empresa. Dejo la estrella sobre la mesa del comedor, porque desde ahí puedo verla desde el sofá, y me quedo pensando en Daniel más de lo que debería. Una parte de mí está emocionada por ese gesto tan inesperado; otra parte me regaña por dejarme llevar tan fácil. Pero, ¿cómo no hacerlo? Ha sido la primera vez que él se ha abierto un poco, aunque sea de esa manera tan indirecta.
Intento distraerme con una película, pero no puedo concentrarme. Mi mente sigue volviendo a ese momento en la puerta de mi edificio, a cómo se veía parado ahí, nervioso pero decidido. ¿Por qué decidió hacer algo tan… dulce? ¿Y por qué justo conmigo? Sí después me ignora olímpicamente.
Cierro los ojos, intentando ignorar la pequeña ilusión que empieza a colarse en mi pecho. "Es solo un adorno", me repito, pero el recuerdo de su sonrisa, esa que apenas asoma, me contradice.
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Al día siguiente…
Llego temprano a la oficina para asegurarme de que todo esté listo para la fiesta.
Mis compañeros empiezan a llegar uno a uno, cada cual con su mejor atuendo, colores rojos, verdes y dorados predominan. Hay más entusiasmo del que esperaba sinceramente.
Las mesas están decoradas con luces y guirnaldas, el árbol brilla en la esquina y el catering ya está instalándose. Es imposible no sentir el ambiente navideño, incluso para alguien como Daniel.
Hablando de él, ahora es que aparece, ya son un poco más de las diez. Viene con su chaqueta oscura y ese aire de quien preferiría estar en cualquier otro lugar, eso me decepciona, pero lo saludo con una sonrisa. Decido que no voy a presionarlo ni a buscar significado en cada cosa que haga. Si algo tiene que pasar, pasará.
—Buenos noches, jefe Grinch —le digo mientras paso con una bandeja de galletas.
—¿Es necesario llamarme así? —responde, pero noto que sus ojos se suavizan un poco.
—Absolutamente.
La noche transcurre entre risas, brindis improvisados y gente intentando esquivar al jefe para tomar más vino del que debería. Yo me mantengo ocupada, asegurando que todo salga bien, aunque no puedo evitar buscar a Daniel de reojo de vez en cuando. Lo veo hablando con algunos compañeros, aunque siempre manteniendo esa distancia que parece ser parte de su personalidad de Grinch.
Cuando la fiesta está en pleno apogeo, alguien conecta la música a un karaoke, y en cuestión de minutos, todos están cantando. Me obligan a subir al escenario, y aunque me muero de vergüenza, termino cantando un villancico mientras todos aplauden y se ríen. Entre la multitud, alcanzo a ver a Daniel. Está apoyado contra una pared, con los brazos cruzados, pero tiene esa pequeña curva en los labios que me hace pensar que, tal vez, no lo está pasando tan mal.
Cuando bajo del escenario, me cruzo con él por casualidad.
—Vaya… yo que odio los villancicos digo que no cantas nada mal —dice y sonríe. Va a decir algo más, pero no lo hace porque Bárbara su compañera de contabilidad se acerca para hablar con él. Y yo para no ser mal tercio los dejo y me dirijo hacia la mesa a tomar una copa de ponche.
La fiesta continúa, y la gente está más animada que nunca. Las luces del árbol parpadean y la música suena de fondo, pero por alguna razón mi mente sigue fija en Daniel. Lo miro de reojo, tratando de no parecer obvia, pero hay algo en el aire entre nosotros, algo que no puedo ignorar, en toda la noche no ha dejado de verme. Me mira intensamente y más fijamente cuando Javier me saca a bailar. Pero recuerdo las palabras de Lucas, y disfruto. Será nuestro tema de conversación en Nochebuena.
Estoy nerviosa, pero también emocionada. Es como si después de todo, lo que hemos pasado juntos, las conversaciones y los momentos a solas, hubiera valido la pena para él, diría que incluso se le ve celoso de verme tan cerca de Javier.
El final de la noche se acerca y, entre el bullicio, me doy cuenta de que, sin querer, estoy justo bajo el muérdago que colgué días atrás. Y entonces, Daniel aparece junto a mí, como si estuviera destinado a estar ahí. Miro hacia arriba y, por un segundo, el mundo entero parece detenerse. Es como si todo el ruido se desvaneciera y quedáramos solo nosotros dos, atrapados en este momento.
—Vaya, parece que tú misma te has metido en un problema —bromea, señalando el muérdago sobre nuestras cabezas. Habla con una mezcla de sarcasmo y diversión, por lo que me hace sonreír.
Me echo a reír y trato de relajarme.
—¿Un problema? Yo no diría eso precisamente —respondo, aunque en el fondo mi corazón está latiendo más rápido. Sé lo que se espera al estar aquí, pero no quiero hacer que las cosas sean más incómodas. Al menos no más aún.
Él me mira fijamente, y hay algo en su expresión que me hace sentir vulnerable. Por un momento, siento como si toda la fiesta desapareciera y todo lo que quedase fuera el espacio entre nosotros dos.
—¿Entonces qué dirías? —pregunta con voz suave, como si estuviera buscando algo en mis palabras.
No sé qué responder. Mi mente corre a mil por hora, pero las palabras no salen. Solo pienso en lo que siento, en lo que él ha hecho por mí, en todo lo que hemos compartido hasta ahora. Y de repente, me doy cuenta de que, tal vez, no tengo que buscar las palabras perfectas.
—Que quizás no sea una fiesta perfecta, ni un árbol perfecto, que tal vez sea una navidad imperfecta, pero la compañía bajo el muérdago, sí es perfecta —le digo al fin, mirando directamente sus ojos. Las palabras salen más fácilmente de lo que pensaba, porque las digo con el corazón. Esta Navidad está siendo rara, pero al mismo tiempo, es todo lo que podría haber pedido.
Él sonríe, una sonrisa diferente. No es la típica sonrisa burlona o distante que suele mostrar. Esta es más suave, casi como si estuviera dejando caer una barrera. Y entonces, lo hace. Se acerca un poco más, y nuestros labios se encuentran.
Es un beso corto, pero lleno de algo que no sé describir. Es como si el futuro nos estuviera dando una pequeña pista de lo que podría venir. No es un beso de película, pero para mí es perfecto. Es lo que necesitaba, lo que había estado esperando sin siquiera saberlo.
Editado: 11.01.2025