Una navidad inolvidable

Al rescate de un valioso tesoro

Zev, levantó su mirada. Aquella mujer llevaba una fiera oculta por dentro. Notó que tal vez alguna vez fue una mujer fuerte, independiente y feliz... y que tal vez su matrimonio y la vida injusta, la apagaron y destruyeron, todo ese espíritu aguerrido en ella.

Lo mismo le había pasado a su madre.

Lexie se desesperó ante el silencio del desconocido y se movió hacia la barranca, para ponerse a llorar.

«¡Demonios!, tiene que salirme lo caballeroso ahora», se regañó a sí mismo, antes de acercarse a la orilla del puente al lado de la mujer extraña.

— No tiene que irse, no voy a insistir — dijo.

—No iba a irme, para cabezotas búsquenme — resopló llorosa.

Y él sonrió. Era irónico, pero lo había hecho, había sonreído. Por última vez, pensaba.

— No le voy a decir que hagamos esto juntos, prefiero que se arrepienta y viva una vida feliz, solo hágase un poco hacia allá y déjeme terminar con todo esto — colocó sus botas en la orilla y puso sus manos en la baranda.

«Al menos conocí una versión hermosa de Clark Kent», pensó con nostalgia Lexie y se echó a un lado, dando unos pasos hacia la orilla también.

Ambos se miraron y sonrieron. Dos locos extraños que solo se vieron una vez, el día de su muerte.

Eso pensaban hasta que un llanto desperado resonó como eco por todo el lugar.

—Creo que hay un gatito llorando — dijo Lexie, moviéndose hacia atrás.

Zev, se movió también en automático, como si sus pies desearan seguir a la extraña.

Nuevamente, el llanto se escuchó, esta vez con más claridad.

—Tal vez sea algún cachorro de lobo...no sería bueno ir — le advirtió Zev.

Lexie continuó caminado hacia la dirección donde provenía el sonido. Y él, nuevamente en automático, la siguió olvidándose del puente.

— Al menos los lobos van directo a las arterias mayores, mi muerte sería rápida.

— Ya veo que no solo es rara, además ha leído muchas novelas de fantasía — adivinó el gruñón.

—Y usted tal vez no leyó ninguna...

Otra vez el llanto y ya era clarísimo que no era un animal.

— ¡Ese llanto es de un bebé! — Lexie corrió colina abajo y Zev, corrió detrás de ella.

Quiso detenerla, pero fue imposible, llegaron a la orilla del río, resbalándose y calados por el frío.

Ella siguió el sonido hasta una caja mediana en plena orilla del rio, sujeta por una soga desgastada. La caja estaba mojada, lo que quería decir que lo que estuviera adentro estaba empapado de agua.

La pelirroja se movió y el hielo debajo de ella se cuarteó, casi rompiéndose.

Zev, ágilmente viendo lo que pasaba, la tomó por la cintura y la atrajo hacia atrás. Salvándola de hundirse en el agua congelada.

— ¡Qué carajos! — refunfuñó, sin saber por qué sintió tanta angustia de repente al imaginar que ella se hundía.

— ¡Debemos salvar al bebé! — insistía ella.

— ¡No sabemos si es un jodido bebé! — debatió él.

El llanto continúa desperado.

— Debo ir a salvarle — ella se soltó de su agarre y fue hacia más arriba para llegar hacia la caja, sin tocar el hielo roto.

El empresario, rápidamente midió la profundidad del río, que recordaba de niño. La loca pelirroja era pequeñita y se venía bastante débil, se ahogaría al intentarlo.

Pero eso era lo que ella quería, ¿no?

Ella, tal vez, pero él, no. Al menos no en ese momento.

«¡Demonios!», pensó.

— Usted... extraña — le llamó.

— Me llamo, Lexie... Lexie Mitchell — decía ella, gateando por la superficie.

— Lexie, aléjate de ahí, si se rompe te ahogarás — le advirtió.

—¿Cuál es tu nombre? — preguntó ella, ignorando la advertencia.

—Zev... ¡Qué carajos preguntas!, sal de ahí ahora.

—Te va bien con lo mandón, Zev el mandón — se burlaba ella.

«¡Esa mujer me toca las pelotas!»

— Salgase, yo lo haré, si se rompe el hielo no me voy a hundir — le informó.

— ¿Cómo lo sabe? ¿Me está engañando para no ayudar el bebé? — ella dudaba de él y de cualquier hombre.

—No, mujer terca. Yo jamás miento.

—No lo sé.

— Fui al ejército, me enseñaron a nadar en aguas más gélidas que está y sé manejar situaciones así, por favor, muévase — declaró él. 

Lexie seguía gateando hacia la caja, los llantos angustiados le tenían el alma colgada, pero analizó que ella no podría lograr un rescate con éxito. 

— Promételo — exclamó. 

— ¿Prometer qué? 

— Traerás al bebé junto a mí — pidió ella. 

Claro que lo haría y si aquello era un bebé, aunque fuera plena festividad, él llevaría al pequeño a servicios infantiles a la mayor brevedad posible y luego regresaría aquí. 

—Lo prometo. 

—No me mientas.

— Yo nunca miento. 

—Vale — dijo ella gateando lejos del objetivo. 

Zev, se quitó sus prendas, quedándose solo en una franela y un bóxer. Moriría de hipotermia, pero al menos rescataría a lo que fuera que estuviera en aquella caja y le cumpliría la promesa a Lexie, la extraña. 

Lexie abrió los ojos al ver al hombre en interiores. ¿Acaso estaba loco? 

Era guapo pero tonto.

Se iba a congelar, pero luego recordó lo que había aprendido sobre supervivencia en el frío. Si caías al agua era mejor sin la ropa que pesaba y así podías impulsarte hacia la superficie de arriba. 

Zev, se arrastró por el hielo, despacio evitando hacer algún movimiento brusco. 

Llegó hasta la caja hundida en la abertura y lo que vió le congeló el alma más de lo que cualquier temperatura o iceberg pudiera. 

Un bebé temblando del frío con sus deditos casi azules por el entumecimiento y llorando desesperado. 

«Dios mío»

¿Quién pudo haber cometido semejante crimen? 

Él no quiso dejar la caja, ya que si aquello era un crimen, la caja podía contener muchas pruebas. Tomó la caja rota, con el bebé dentro, y se la colocó pecho arriba, para arrastrarse con los pies. 




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