Una navidad inolvidable

El calor del amor

Lexie jamás había bañado a un bebé. Desnudó al pequeñito y lo puso sobre la cama, temblorosa. 

– ¿Tienes miedo? – preguntó él, quién no dejaba de observarlos desde su silla. 

– Yo no lo he hecho nunca, tengo miedo de lastimarlo– admitió preocupada. 

Embozó con esfuerzo una sonrisa, su mirada azulada relucía con nitidez, a través de la luz que desprendía el fuego de la chimenea. 

– Lo harás bien, estoy seguro– dijo alentándola. 

Ella se sonrojó, pensado que su exesposo tal vez se hubiera burlado de ella o la hubiera llamado inútil, pero Zev no, él sin conocerla le brindaba esa confianza honesta que le daba muchos ánimos a su estima. 

– ¿Te sientes mejor? – preguntó ella señalándole los pies expuestos, embadurnados de algún remedio casero. 

A Zev se le metió un no sé qué y deseaba coquetear con ella.

– Mirándote a ti sí, estoy mucho mejor – susurró con voz ronca.

«Ay, Diosito, santo. Si la tentación tuviera forma humana, sería este hombre, de barba raposa, ojos azules y sonrisa de actor»

Ella, con movimientos torpes, tomó al pequeño desnudo y se fue hacia el baño. 

– Deja la puerta abierta– le pidió.

– No yo...

– Solo mientras bañas al pequeño arrugado – dijo con una sonrisa picara, al verla tan nerviosa por su coqueteo descarado. 

El bebé estuvo tranquilo, solo alzaba un tanto sus manitas y se metía el puñito a la boca, mientras Lexie le echaba el agua caliente y limpiaba su cuerpecito. El baño fue tan placentero que quedó dormido antes de siquiera terminar. Lo envolvió en una toalla grande y lo llevó a la cama, para secarlo despacio. 

– No tenemos pañal, tendré que improvisar uno – comentó ella, ante un callado, pero fascinado Zev, quien solo deseaba meter aquel arrugado y a la pelirroja en una burbuja de amor para protegerlos siempre. 

– Es raro que no hizo popo– manifestó ella. 

– Tal vez llevaba días sin poder comer – dijo con tristeza él. 

Aquello era tan difícil de procesar para ambos, pensar en la angustia y el hambre que aquel pequeñito había pasado.

Casi amaneciendo salió de baño, con una pijama prestada y su largo cabello rojo húmedo, pese a estar en fachas más grandes que su talla, a él le parecía la mujer más atractiva del mundo. 

Ella miró con timidez la cama y a Zev en la silla.

– Yo...

En ese momento el toque de la puerta les interrumpió. 

– ¿Se puede pasar? – preguntó la voz del joven Malcolm. 

– Sí – respondieron ambos nerviosos al unísono. 

El desgarbado joven entró sosteniendo un pequeño Moisés en la mano, un tanto pesado, Zev no podía ayudarle con aquello, por lo que Lexie lo ayudó con la carga. 

– Abuela Mary dice que es mejor que el bebé duerma en el Moisés, ya le cambio el cobertor – colocaron el objeto cerca de la cama. 

– Muchas gracias – agradeció ella con amabilidad. 

– De nada mujer hermosa – le guiño un ojo el descarado adolescente, para luego mirar a Zev–. Ya entiendo su desespero, su chica es hermosa y su bebé también. Yo también me hubiera muerto en la nieve por rescatarla. 

«Su chica sonaba muy tentador»

Zev, no puedo evitar soltar una risita cuando el joven se fue y Lexie quería que la tierra se la terminara de tragar. 

 

 

Después de colocar al bebé en el Moisés, el momento incómodo llegó cuando dijo; 

—Tú estás muy lastimado, yo puedo dormir en la silla — manifestó ella.

Solo la observaba, después negó sonriendo. 

—Yo soy el caballero aquí — dejó en claro. 

La descarada bufó. 

—No estamos para debatir las cuestiones de género aquí, troglodita— masculló. 

—De la única forma que duermo en esa cama es si tú duermes conmigo — soltó sincero, ya no eran las heridas o la fiebre que le quemaba la piel. 

— Yo... yo no — ella no supo qué decir. 

— ¿No quieres? — inquirió. 

Ella bajó la mirada. 

— No es eso. 

— Si no te sientes cómoda lo aceptaré, ante todo soy un caballero y jamás te faltaría, pero yo dormiré en la silla. No hay negociación en ello, pero si aceptas que duerma en esa cama no voy a abrazarte como aquellos insulsos protagonistas de tus novelas románticas, yo te voy a hacer el amor con el alma — admitió, fulminándola con deseo en su mirada. 

— Zev, no nos conocemos. 

—Entiendo eso, créeme que lo entiendo, pero no hay forma de explicarle a mi cuerpo y a mi mente este sentimiento avasallante de querer besarte desde que creí que te perdía, nunca ni en mis más locos sueños pensé que alguien pudiera convertirse en algo tan importante en veinticuatro horas, tal vez solo estoy loco o traumado por todo... te deseo Lexie, no me voy a disculpar por sentirlo, ni por expresártelo — afirmó sosteniéndole la mirada, ya que ella ahora no podía dejar de mirarlo. 

— Yo no estoy con nadie desde hace un año, antes de eso solo estuvo mi esposo, tal vez no sea lo que esperas. 

— No quiero obligarte a nada. Si tus sentimientos no son los mismos una palabra tuya, bastará para silenciarme para siempre — dijo haciendo alusión a la frase del señor Darcy en Orgullo y Prejuicio de Jane Austen, el libro favorito de Lexie. 

Zev recordaba con detalle todo lo que ella le había contado.

Ella había sido meticulosa, paciente, cautelosa en todos los sentidos de su vida, jamás había tenido aventuras de una noche o amoríos esporádicos. 

Jamás cometió una locura, jamás se arriesgó a nada.

Ella quería sentir lo mismo que sentían las mujeres en sus libros románticos, tal vez pedir amor no era juicioso, no se conocían. Pero había tantas maneras de hacer sentir a una mujer sobre las nubes. 

Ella se acercó a él y tocó la abertura de la camisa, donde su pecho quedaba expuesto. 

—Acepto solo si también me besa con el alma y no me miente — no tuvo que decir más nada cuando él rodeó su delgado cuello con su gruesa mano, atrayéndola hacia sus labios. 

Unos labios cálidos, dulces y generosos que le dieron todo lo que ella necesitaba en ese momento. 




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