Una navidad inolvidable

Una navidad Inolvidable

Cuatro días, antes de navidad.

Zev tenía que irse, esa mañana preparó su maleta y le prometió que regresaría el día de navidad.

Lexie empezó su terapia esa tarde. Su nueva terapeuta era una mujer mayor y muy amable, con ella no tuvo miedo de abrir sus heridas, al salir del lugar, un hombre le esperaba con un gigante ramo de flores y una nota de Zev.

"Contando las horas para besarte con el alma, debajo de muérdago"

Con cariño Zev.

Se montó en la camioneta junto al chofer que Zev había asignado para ella, dirigiéndose al apartamento.

Al entrar encontró a una mujer de cabello castaño y sonrisa traviesa, esperándola con un montón de cajas.

— Hola — dijo con timidez Lexie.

— Tú debes ser la hermosa, Lexie. Yo soy Trini, la secretaria personal del señor Crawford. Es un gusto conocer a la mujer de los sueños de mi jefe — la saludó con un abrazo cálido.

— Él me ha hablado mucho de ti.

— Por supuesto, soy la única que lo aguanta — dijo jocosa tomándola de la mano—. Ahora ven, vamos a decorar este lugar por la navidad.

Durante los siguientes días, Trini no dejó sola a Lexie ni un momento, incluso hasta la acompañó a llevarle flores a la tumba de sus padres y le ayudó a elegir ropas y zapatos.

Su ánimo crecía con el pasar de los días, pero en la noche, ante el recuerdo del pequeño Noah, la tristeza volvía a cubrir su corazón.

Zev le había dicho que no le importaba que ella no tuviera bebés, que podían adoptar. Él quería estar con ella realmente, de forma sincera. Se lo había demostrado con sus detalles y el esfuerzo que estaba haciendo él mismo en mejorar.

Ella estaba feliz, había encontrado un hombre dispuesto a querer las piezas rotas de su vida sin juzgarla.

 

Manhattan, Nueva York

La rueda de prensa y la junta con los accionistas fue todo un éxito, aunque la mente de Zev no estaba ahí. Su alma estaba repartida, dónde estaba Lexie y dónde quiera que estuviera bebé Noah.

Una vez en la privacidad de su oficina, tomó el frasco de sus pastillas para la depresión y se las tomó.

Había reanudado su terapia y sentía que, está vez, estaba en el camino correcto para su sanación emocional.

Ahora tenía muchos propósitos, entre ellos ser feliz, por él, por Lexie y por el recuerdo de su madre.

Justo cuando colocó el frasco en el cajón, entró su padre.

— No solo te desapareces por semanas, además vienes y das una maldita rueda de prensa diciendo que quisiste suicidarte, ¿Qué clase de mierda es esta? — bramó totalmente enfadado.

Zev está vez no se quedaría callado, ni evitaría su mirada.

— No es una mierda, padre, es mi verdad. No soy perfecto, no soy de piedra. Soy un ser humano que siente dolor, tristezas y que necesita ayuda, uno que puede mejorar y ser feliz— manifestó con valor.

Su padre se rió, con burla.

— También ahora sales con una pobretona hasta estéril, ¿Quieres destruir tu reputación?

Zev se acercó a él, por primera vez intimidando a su padre. Él ya no era aquel adolescente debilucho, que su progenitor golpeaba a su antojo. No, era un hombre fuerte, sanándose, creciendo, aprendido amarse a sí mismo.

El desprecio de su padre no valía la pena. No lo quebraría más.

— No te parto la cara por insultar a la mujer que quiero, solo porque ella me enseñó que la única cura para mi alma es ser distinto a todo lo que tú representas. Y la violencia es tu adjetivo perfecto.

— Ya veo que te embrujó la campesina— siguió con su malicia.

— Te equivocaste, no me embrujó — dio otro paso hacia él —. Me aceptó con mis debilidades y mis defectos, se preocupó por mí y me brinda la paz que ni todo este maldito dinero que tengo jamás me dió.

— ¡El dinero es quien te hace ser lo que eres! — exclamó.

— Eso va contigo, no conmigo, ahora te pido que salgas de mi despacho — le señaló la puerta.

El hombre se sintió insultado.

— Soy tu padre.

— No, no lo eres. Un padre no lástima como tú lo hiciste conmigo.

— Sigo mandando aquí.

— Pero no en mi vida y de esa te he sacado, estoy a punto de construir una familia. Una dónde el amor, el entendimiento y el respeto abundarán... y no te quiero cerca. Por favor sal de mi oficina.

El hombre no podía creer aquello, su hijo jamás le había alzado la voz, ni despreciado. Con vergüenza y rabia, salió del lugar. 

Zev, sintió un gran alivio en su alma. Sacar a su padre de su vida, era lo mejor. Era un hombre enfermo, malo y tóxico. No quería nada de eso cerca. No, ahora que la navidad le había devuelto la felicidad.

 

 

Havre, Montana.

Día de navidad.

Lexie colocaba una bola roja que había caído al suelo. La volvió a poner en el árbol y se miró en un espejo. La cena de navidad estaba casi lista y solo esperaba por Zev.

Estaba vestida de rojo, con un gorro chistoso de esos con los que se había imaginado a bebé Noah y a Zev tantas veces, mientras ella preparaba las galletitas de navidad.

Deseaba ponerse a llorar, pero no debía ser tan mala agradecida. La vida le estaba sonriendo. Tenía muchas cosas por agradecer, si tan solo aquel deseo que pidió en esa cabaña se hubieran hecho realidad...

— Lexie, quiero tomarte unas fotos debajo del muérdago que vimos junto al bosque cerca de la plaza — le dijo Trini llegando con sus abrigos y le pasó el de ella.

— Pero Zev estará aquí en cualquier momento — le recordó colándose el abrigo.

— Su vuelo se retrasó por una hora, así que nos da tiempo a ir a tomarnos las fotos, he conseguido una cámara muy buena. Anda deja verás que venimos rápido — la alentó la mujer.

Llegaron hasta aquel árbol que daba frente a un hermoso bosque, todo decorado con luces, mientras la nieve suave caía en copos sobre ella y los villancicos de navidad se escuchan de lejos.

— Debajo del muérdago Lexie, voltéate un minuto y ya te digo — decía la mujer y ella hizo lo indicado—. Cierra los ojos y pide un deseo.




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