Una navidad inolvidable

Un deseo de amor cumplido

Epílogo

Cinco años después.

Navidad del 1997

Havre, Montana 

El tema de conversación durante la cena de Nochebuena, como no podía ser de otro modo, giró en torno a ellos y los tres diablillos que corrían por la sala, buscando robarse las galletas que horneaba su madre, mientras papá encendía el fuego de la chimenea.

Aquel escenario que Lexie tanto había soñado.

Se habían casado un año después de vivir juntos, siendo padres de Noah. Lexie se mudó junto a su esposo a Nueva York, pero todas las navidades regresaban a Montana a pasar las festividades allí.

Jamás volvieron a saber de la Familia Claus, nadie en la zona los conocía y cuando el avión de Zev, había regresado a la ubicación donde los había rescatado, la cabaña no estaba, había desaparecido. Tampoco nadie había cobrado el cheque de un millón de dólares que el empresario les había dejado años atrás. 

Zev y Lexie, trataron de seguir buscándolos, pero con los años se rindieron. Había misterios que era mejor no abundar. Se quedaron con los gratos recuerdos.

En uno de los momentos de la velada, él se acercó para susurrarle al oído todo lo que tenía pensado hacerle esa noche cuando se quedaran a solas. Ella se estremeció solo de pensarlo, y tuvo que cruzar las piernas con fuerza. Aquel hombre era el muy fogoso, debajo de las sábanas, sobre esta y otros lugares.

— Papi, Noah, no me quiere dar juguete— protestaba la pequeña Mía de tres años, quien era pelirroja y estaba llena de pecas, como su mamá.

— Estás muy pequeña para mis juguetes — le decía Noah, de cinco años. Hecho todo un galán, y por locuras del destino muy parecido a Zev.

— Yo teno, jugar — balbuceaba Kilian, el pequeño de dos años.

Los tres pequeñitos empezaron a discutir y Lexie solo sonríe al verlos.

— ¿Vendrás a mi rescate? — preguntó su marido y está negó.

— No, usted se antojó de embarazarme cada año, ahora encárguese de las consecuencias — le respondió ella, señalándose el vientre de seis meses de embarazo.

No sabían que podían tener hijos hasta que una mañana, luego de estar casados durante un año y medio, después de tanto vomitar, Zev insistió en que se hiciera la prueba.

El resultado había sido un milagro para ellos. Hasta los médicos estaban sorprendidos, ya que científicamente ella no podía tener hijos.

Pero tuvieron uno más después del primero y ella estaba nuevamente embarazada.

Acabada la cena, y ya a solas en el cuarto, Zev se colocó frente a ella a escasos centímetros, como tanto le gustaba hacer para provocarla.

—Tienes los pezones erizados —susurró picarón rozándole el pecho con un dedo.

—Es que hace frío —mintió ella—. Además del embarazo.

—Te ocurre cada vez que me acerco así a ti.

—No es cierto —se defendió al saberse descubierta.

—Te recuerdo que te conozco de todas las formas posibles.

—Y yo te recuerdo que soy la dueña de tu corazón.

— Te amo, Lexie.

— Te amo, Zev — ella trató de detener el siguiente beso—. Los niños necesitan abrir sus regalos, señor Crawford.

— Un rapidito, antes de navidad, señora Crawford— dijo él mordiéndole el cuello.

— Insaciable, mandón.

— Pero soy tu mandón— dijo antes de sumergirla en el placer del sexo.

Esa noche abrieron los regalos junto a sus pequeños, quienes dejaron un desastre por toda la sala, quedando finalmente dormidos sobre el sofá.

— Nunca me dijiste cuál fue tu deseo de navidad esa noche — mencionó ella.

— ¿Quieres saberlo?

— Por supuesto — ella estaba curiosa.

— La quiero descalza y embarazada — se burló.

— ¿Eso fue?

— Exactamente eso — aseguró.

— ¡Pervertido! — ella se echó a reír.

— La magia de la navidad, esposa mía. La magia de la Navidad.

 

Fin




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