Dos días han pasado desde que dormí con mamá. Hace mucho tiempo que no lo hacía, y no me importó no haber cenado ese día, no me importó si tenía que dormir en un sofá incomoda, estar a su lado lo valía.
Ayer domingo reímos y lloramos como nunca, recordando el pasado, cuando éramos felices y no lo sabíamos. Se sintió tan acogedor sentirla cerca de mí, que la idea de que ya no le queda mucho tiempo me aterra, ¿A quién no? Ella es mi ancla en estos momentos, la única que está conmigo, me anima cuando decaigo, la que me dice que todo estará bien, aunque el mundo a nuestro alrededor se esté desmoronando.
Cierro los ojos y tomó una respiración profunda aferrando la carpeta a mi pecho, antes de entrar al lugar que tengo frente a mí. Uno de los edificios más imponentes de Los Ángeles, California.
El majestuoso edificio "Canon", el encargado de varias revistas de moda del país, en fotografías y entrevistas a celebridades, un sueño hecho realidad para quien trabaje aquí.
Anoche Lucia me fue a visitar al hospital, para ver a mamá y ayudarme a buscar una solución. No le conté nada a mamá de que había perdido el empleo, eso la hubiese devastado y agravar su situación. Así que Lucia fue lo más discreta posible al pasarme una hoja impresa donde aparecía la oportunidad de trabajo como fotógrafa y editora en cierta empresa reconocida.
Al principio pensé que era una broma de mal gusto, ya que si bien la fotografía me gusta y es uno de mis hobby favoritos en momentos libres, ya que me hace entrar a un mundo diferente, pero sabía que no tenía la capacidad para entrar. Pero intentar no costaba nada, por lo que esa noche al llegar a mi pequeño departamento, lo primero que hice fue ingresar a la página e ingresar mis datos a la lista de bacantes, con la esperanza de poder ser llamada.
La respuesta no tardó en llegar, ya que hoy al despertarme y revisar la computadora, me encuentro con un corto mensaje de la empresa, donde me pedía estar presente en la entrevista para el empleo con mis respectivos papeles y algún trabajo que haya hecho.
Grité de felicidad, se cerró una puerta, pero una nueva se estaba abriendo y eso era una señal de esperanza, de que no todo estaba perdido.
Necesito el dinero para costear los medicamentos de mamá. No nací en cuna de oro, la vida en el pasado y presente nos ha dado golpes fuertes, ya que somos ese porcentaje de personas que no nacimos con la estabilidad económica necesaria para poder vivir tranquilos en un país tan rico.
Estar frente a este enorme edificio me hace sentir tan pequeña, tan insignificante, y retractarme de la idea de entrar e irme corriendo a casa.
Pero recuerdo el motivo por el cual estoy aquí, así que tomo la valentía suficiente y me acerco a la puerta de entrada con pasos lentos e inseguros. Al abrir la puerta lo primero que me recibe es el frío que hace dentro del lugar, haciendo mi bello erizar a pesar de estar abrigada.
Las paredes blancas y pulcras, con adornos dorados con formas extrañas. Un enorme sillón y frente a este un enorme televisor proyectando imágenes de celebridades y ropa de marca. Un agradable aroma a vainilla desprende el lugar.
Salgo de mi asombro y con la miraba busco la recepción, la cual no tardo mucho en encontrar ya que hay como una fila de veinte mujeres en esta. La inseguridad vuelve a mí al verles cómo van vestidas... Sus respectivas faldas debajo de la rodilla, dejando así marcar sus curvas, con sus camisas de botones dentro de esta y con sus tacones de punta, mientras otras van con pantalones de vestir y blusas holgadas, pero elegantes.
Eso hace que me eche un vistazo y ver que mi pantalón de mezclilla viejo, y mi camisa de botones negra, con mi chaqueta para el frío, junto con mis zapatillas bajas, no hayan sido buena elección para esto. Pero les juro que es lo más decente que tengo, mi presupuesto para ropa es nulo y más cuando se trata de tallas XL de dama.
Me encojo de hombros y sin más camino hacía allá. Al acercarme varias miradas se posan en mí persona, haciéndome sentir incomoda. Agacho la cabeza mientras varios cuchicheos vienen y van.
Me coloco de ultima, así que saco mi celular del bolsillo trasero de mi pantalón para escribirle a Lucia para matar el tiempo mientras me llaman, pero no pasan ni dos minutos cuando alguien me llama.
—Emily Roberts —escucho la voz de una chica decir mi nombre fuerte y claro.
Aparto la mirada de mi celular y doy la vuelta para ver quien me llama. Al girarme completamente lo primero que me fijo es en ese cabello rubio con unas ondas perfectas cayendo por sus hombros. Sus ojos marrones claros no pasan desapercibidos con un brillo un tanto singular. Una sonrisa está dibujada en sus labios pintados con un color rojo. Su conjunto de falda y chaqueta negro, el cual le queda perfectamente a su cuerpo, haciendo que sus curvas resalten...Para mí, el cuerpo perfecto que siempre soñé.
—Señorita Emily, el jefe le espera en la oficina —me saca de mis pensamientos.
Con discreción sacudo un poco la cabeza, alejando los pensamientos deprimentes que se estaban planteando en mi cabeza.
—¿Yo? —hago la pregunta más estúpida que se me pudo ocurrir en el momento.
Ella suelta una leve risa y asiente llevando sus manos hacia atrás.
Me giro hacía las demás y noto en algunas una mueca de desagrado ante la situación.
—Te espero en el elevador —anuncia. Le miro nuevamente caminar hacia donde se encuentra el elevador.
Con un poco de confusión le sigo sin poner ninguna objeción, pero si con muchas preguntas por hacer.
Ingresamos ambas al elevador, sin decirnos nada. Al sentir como este cierra sus puertas y empieza a ascender, rompo el silencio.
—¿No era obligatorio hacer la fila y esperar en recepción? —pregunto algo confundida.
—Sí, es necesario. Pero tú eres un caso aparte —me guiña un ojo.
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romance, decepciones amorosas, secretos de un pasado y presente oscuro
Editado: 14.05.2022