Una navidad para recordar. [libro 1]

Capítulo Cinco

Quince de diciembre, a solo una semana con dos días para víspera de navidad.

Y aquí estoy yo, Emily Roberts, mirando hacía el techo de mi habitación, meditando si colgar las luces o colgarme yo. Giro nuevamente mi cabeza hacía la mesita de noche a mi lado, para fijarme por milésima vez en la hora.

6:36 am.

Suelto un suspiro mirando al techo otra vez.

No pude dormir bien, los sueños acompañados de los recuerdos no son buena compañía para alguien con ansiedad.

Mi cabeza es un manojo en estos momentos; no querer ir al trabajo, queriendo regresar a la universidad, dinero para irme lejos de aquí... Pero si no trabajo no tendré ese dinero, y si estudio no podré trabajar y si no hago eso no tendré para irme y estudiar.

—AAAAAAAAAAAAAH —suelto un grito de frustración.

—¿Emily? ¿Estás bien? —la pregunta de Lucia del otro lado de la puerta me saca de mis pensamientos.

— Estoy bien —respondo de manera cortante.

Quito la sabana de mi cuerpo y con desgana me levanto de la cama.

Sé que para ustedes es una estupidez por lo de mi molestia anoche. Tenía era que haber evadido el tema y festejar con Lucia por su vida amorosa, pero créanme que para mí es un asunto demasiado personal y para superarlo no es tarea fácil.

—Lo siento —se disculpa en un susurro.

Cierro los ojos y empiezo a caminar hacia la puerta. La abro y le veo con su mirada perdida en el suelo.

—No tienes porqué disculparte —la atraigo para darle un abrazo —Ay Dios, me siento la peor amiga del mundo.

La escucho reír en un momento conmovedor.

—Lo siento —decimos ambas al unísono.

Rompemos nuestro momento emotivo y nos miramos.

—Me disculpo porque yo sé por todo lo que has pasado, Emily. Conozco tus miedos, conozco todo de ti —hace una pausa—.Sólo que si quiero verte feliz.

—Yo también quiero verme feliz, Lucía. Yo también quiero experimentar lo que es un amor verdadero, también quiero sentirme amada —sonrío triste al recordar —.Sólo que sé que será difícil para mí volver a confiar en alguien —agacho mi cabeza —. Ayer Sebastián me invito almorzar y literalmente no sabía qué hacer, no sabía que responder...

—¡OH MI DIOS! —exclama alegremente Lucía, empujándome dentro de la habitación —.¿POR QUÉ NO ME DIJISTE NADA ANOCHE?

—No te dije por qué no pasó nada, absolutamente nada. Todo se fue al caño. Aparte de que estábamos en otra conversación...

— Ay no —me interrumpe caminando hacia el baño de mi habitación.

Le sigo con la mirada, hasta verle entrar y cerrar la puerta tras de ella.

—Gracias por dejarme hablando sola —digo con sarcasmo.

Me encamino hacia mi armario para sacar el pequeño conjunto de dos piezas que mi madre me regaló hace unos meses atrás.

Saco las prendas de los ganchos y las coloco con sumo cuidado sobre la cama.

El conjunto que consta de una falda de tubo hasta la rodilla, color negro, junto con una camisa manga larga de botones, color roja.

No es algo que yo me pondría, pero es algo que mamá me compró para mi graduación...

Ella sabía que había dejado la universidad, y sabía los motivos también. No hubo un momento donde no le dijera a Margaret que se sentía culpable por ello. Por eso ahora quiero estudiar, por mi futuro y por ella.

El sonido de la alarma me interrumpe, indicando que ya son las siete y media de la mañana.

—Necesito arreglarme —anuncio en un tono alto para que me escuche.

—Yo también necesito arreglarme —la escucho decir.

Ruedo los ojos.

—Me voy al baño del otro cuarto —anuncio tomando mi toalla.

Salgo al pasillo y me encamino al cuarto que pertenecía a mamá. Con sumo cuidado abro la puerta y el olor a lavanda se queda impregnado en mis fosas nasales.

Cierro los ojos y me dejo llevar por el olor y los recuerdos.

La risa de mi mamá.

Sus ojos con ese brillo de felicidad.

Sus consejos.

Sus abrazos.

—Te extraño —susurro a la nada.

Siento una lagrima rodar por mi mejilla, y ahí le siguen las demás acompañándola.

La ausencia de un ser querido no es algo que supera, solo toca aprender a vivir con ella.

(...)

—¿Te gusta?

Pregunta con una sonrisa en sus labios, esperando mi respuesta.

Recorro con la mirada la pequeña oficina sin poder creer que se vea tan diferente. Las paredes que antes solo eran blancas, ahora son de un color rosa palo con algunos cuadros. El suelo lo adorna una gran tapicería color negro, que hace un contraste muy llamativo con el rosa.

Mi pequeño escritorio ahora está adornado con una pequeña laptop, la cual fue cortesía de Patricia, para que mi trabajo no se torne aburrido y pueda editar a mi antojo.

— Sí, está muy linda —comento caminando hacia el pequeño pino que está en la esquina.

—No suenas muy convencida.

—Oh, claro que me gusta . —Me giro hacia ella para verla pensativa inspeccionando todo de nuevo.

—¿Segura? Si gustas podemos hacer cambios, ya que hice todo sin tu permiso y...

—Tranquila —le interrumpo tomándola por los hombros —.Me gusta, es muy lindo de tu parte haber hecho esto. Y no, no me molesta que lo hayas hecho sin mí.

Siento como suelta un suspiro y relaja sus hombros.

—¡Dios! —exclama —Sebastián pensó que te molestarías...

—¿Él estuvo detrás de esto? —pregunto confundida.

Patricia abre los ojos como platos ante lo que acaba de decir.

—Oh, no. En lo absoluto. Como ando algo estresada lo nombré sin querer, sí, seguro fue eso —habla rápidamente alejándose de mí y caminar a la puerta de la oficina, dejándome más confundida que antes.

—Sebastián necesita esas carpetas para las once de la mañana —anuncia antes de salir.

—Vale —digo confundida.

Sacudo mi cabeza dejando todas las preguntas locas a un lado, para poder hacer mi trabajo, lo cual es lo único en lo que debería estar pendiente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.